Todas las veces que nunca me amaste

Capitulo 42

Mi tranquilidad duro una semana.

Phoebe me recomendó no ir al instituto, tampoco salir mucho porque en los medios todavía estaba fresca la noticia de mi escape. Las encuestas se habían disparado desfavoreciendo a mi padre en un inicio, pero luego de que haya salido a decir que me perdí por mi cuenta, las cosas se habían calmado un poco. Me hablaron los diarios más importantes del país y de la unión europea para que pueda contar mi versión. Mi padre no me presionó, no me recomendó qué decir. Me dio la confianza que tanto quería, me dio la libertad que anhelaba y me dijo que podía contar la verdad o no. Se lo agradecí en silencio y luego inventé que me había perdido tomando el tren, porque quería ir a la casa de mis abuelos.

Estuvieron satisfechos con mi testimonio y nuevamente mi padre subió en las encuestas. Dentro de 2 meses serían las elecciones y los números estaban a su favor. Nuestra relación estaba creciendo, ya no había esos silencios incomodos cuando nos quedábamos solos y, para mi felicidad, asistimos a una sesión de terapia con Esme. En ella, descubrí que mi padre tiene muchos miedos, más grandes de los que creía. Uno de ellos era el dejarme sola, a mí.

Esme, a solas, me explico que las actitudes que él tomaba conmigo, se debían a un exceso de miedo injustificado. Mi padre tenía miedo de lo que el mundo tenía preparado para mí. Tenía miedo de lo que la gente llegara a hacerme y, de una manera no muy sana, me sobreprotegía de todo y de todos.  La manera en que él quería, de cierta forma, protegerme, no hacía nada más que alejarme de su lado y llenándome la cabeza de pensamientos negativos. Cuando contrato a Jayden fue la gota que derramo el vaso y él lo supo, por eso busco a Esme.

James, en cambio, luego de tantas sugerencias, acepto ir a terapia. Venía a desayunar conmigo, también con Aaron, como cuando éramos niños y nos reuníamos en mi habitación para ver películas y comer chatarra hasta reventar. Phoebe fue la indicada para él, siempre lo supe, y cuando tuvo su primera sesión, vino corriendo a contármelo todo y, casi llorando, por fin hablo de mi madre y me pidió perdón. A diferencia mía, James tenía mucho odio dentro suyo. Yo podría estar rota, pero nunca iba a odiarlo porque nunca se me paso por la cabeza descargar mis problemas con él. Estaba feliz que lo haya entendido y, además, aliviada de tener otra vez a mi hermano.

Aaron y yo… estábamos a otro nivel. Nunca se me paso por la cabeza que alguien me amara tanto. A parte de mi madre, siempre pensé que los sentimientos que recibía eran simplemente reacciones que venían adquiridas con el parentesco, con la sangre que compartíamos y lo creí por mucho tiempo. El amar era algo que creía perdido, algo que no podía sentir a pesar de que lo expresaba con acciones. Tuve que aprender a amarme primero para aceptar que amaba a Aaron. Una parte de mí sabia, muy profundamente, que además de no ser digna de él, tampoco se sentía lista para confesar lo que de verdad sentía.

Iba a cenar con él y su familia toda la semana. Sus padres, al igual que el mío, no se sorprendieron cuando le contamos sobre nuestra relación. Nadie de nuestra familia en realidad.

“Era cuestión de tiempo” me había dicho mi abuelo. Estaba segura que cuando Mila me decía que con solo mirarnos a los 2 se sabía que sentíamos algo. Me avergonzó al principio, porque no pretendía ser tan obvia, pero luego de varios días me acostumbre. Agnes, la abuela de Aaron, ya estaba mejor y cuando la visitamos juntos, tomados de la mano, sonrío tan grande y sincera que le pedí disculpas por no haberle creído esa vez. Si no fuera por ella, dudaba que existiera un nosotros.

En cuanto a la carta, si la encontré.

De todos modos, me lo debía. Al día siguiente, después de despertar con Aaron en mi cama, me decidí a buscarla. Lo había despertado, sonrojada y luego de un momento incomodo donde Aaron no me dejaba salir de la cama, nos pusimos en marcha. El mapa, en realidad era confuso, puesto que eran simples líneas y letras separadas entre sí. Al principio me desesperé tanto por no poder resolverlo que no quise seguir más. Aaron me tranquilizo y me propuso buscar ayuda.

Así que solo se necesitó una llamada para que Jude venga.

Habíamos hecho un picnic en mi jardín o hectáreas de campo como dijo Jude cuando nos sentamos. Otelo corría de aquí para allá como un loco y Aaron era el encargado de jugar a la pelota con él. Los observe divertida, mientras acomodaba mi vestido rosa pastel para estar más cómoda. El día estaba hermosamente soleado, un milagro para Londres y no iba a desaprovecharlo. Jude estaba medio recostado en la manta blanca que había puesto para no ensuciarnos, tomando sol. Ambos estábamos comiendo de esas gomitas que te pintan la lengua de colores y fue cuando me di cuenta.

Aaron no lo había notado, pero yo sí.

Jude había venido solo.

—Me gustaría un poco más de jugo de frutilla —le comento a Aaron cuando se acercó jadeando y con Otelo mordiendo su pantalón —¿Puedes buscar más?

—Por supuesto —y así como vino, se fue.

Tomo otra gomita y la mastico despacio.

—¿Sucede algo?

—No —responde, sin dejar de comer.

—¿Dónde está Kara, Jude?

No quería presionarlo, pero desde que había llegado estaba… apagado. No hacia bromas, no era sarcástico y no molesto a Aaron. Jude siempre estaba molestando a Aaron, independientemente de no estar presente, lo hacía por mensajes de texto y era tan divertido que Aaron se había acostumbrado a su humor ácido… un poco.

—Se lo conté todo —susurra — y no lo tomo bien.

Trago saliva.

—Pensé que ya se lo habías dicho.

—No lo hice porque no tuve tiempo —niega con la cabeza—. Recibí una llamada y… ella contesto. No quería que se entere de esa manera.

Suspiro, haciendo una mueca. Si lo había llamado es porque las cosas no estaban bien. Por supuesto que Kara tenía el derecho de saber, pero haber descubierto la verdad por una llamada no habrá sido bonito.




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