Por temas de trabajo ese año Enzo había viajado mucho y le tocó hacerlo de nuevo.
Lo había despedido diciéndole que lo extrañaría mucho, pero no fue tan así.
Esas tres semanas en la que Enzo estuvo ausente, aproveché para estar mucho más en contacto con Leo. Salíamos a tomar un café o a ver alguna película. Incluso me había puesto un apodo; "Mey-Mey" y me agradaba.
Me gustaba mucho cuando se reía de mis chistes malos o cuando se burlaba de los adolescentes preocupados por cosas irrelevantes. Me relajaba mucho y sentía que mi energía durante el día era distinta después de hablar con él. Se había convertido en mi mejor amigo y agradecía que por lo menos por ese momento, sólo fuese mío.
El día en el que me presentó a sus hermanas supe que nuestra amistad había llegado a tal punto de confianza que me animé a invitarlo a casa para hacer algo para los empleados de Enzo. Entre Leo y yo pasamos toda una tarde preparando budines y galletas de limón, y todos lo disfrutaron.
La última semana antes de que Enzo regresara animé a Enzo a que me llevara a una discoteca. Hacía años, cinco exactamente, que no iba a una y Leo no me negó la petición.
Ese viernes me arreglé como nunca. Sabía que quizá sea la última ocasión en la que pudiera ir a una discoteca y quería aprovechar a usar ese vestido que nunca pude usar con Enzo porque lo consideraba muy vulgar para cualquier ocasión que teníamos.
Cuando Leo me vino a buscar y me vió, me sentí muy nerviosa. Temía su desaprobación, pero él solo me observó y sonrió.
—¿Lista? —Dijo con voz seductora invitándome a entrar a su auto.
— Más que lista— dije entusiasmada por irme.