Al día siguiente mi celular estaba colmado por mensajes y llamadas de Leo, pero no contestaba a ninguno. La culpa que sentía por haber engañado a Enzo me mataba, pero también me dolía el ignorar a Leo.
Podía imaginarlo sentado en la sala de su casa desesperado marcando y escribiéndome mensajes que no me atrevía a leer porque sabía que en cuanto leyera alguno correría a su casa para abrazarlo y decirle que lo lamentaba mucho.
Pero... ¿Qué lamentaba?
Me hice bolita acostándome en mi cama escuchando el vibrar de mi celular.
Muchos pensamientos se cruzaban en mi mente. No sabía que decirle a Enzo o a Leo. Sabía que Enzo regresaba el lunes, pero no sabía cómo iba a reaccionar al verlo. ¿Podría fingir que no pasó nada o mi culpabilidad me delataría?
El sábado y el domingo me la pase en la cama, mirando a la nada o durmiendo con recurrentes pesadillas.
Cuando el lunes llegó, mientras estaba en el trabajo, Enzo me envió un mensaje diciendo que había llegado y que me esperaba en su trabajo porque tuvo que ir de urgencia por algún tema laboral.
Mis nervios estuvieron a flor de piel todo el resto de mi jornada, pensando en que estaría haciendo Leo al ver a Enzo o que haría cuando me viera entrar.
Casi temblando ingresé al negocio. Por un rato me quedé en la entrada observando que Leo no estuviera rondando y al ver que no estaba prácticamente corrí hasta la oficina de Enzo y sin pensar o incluso ver quién estaba presente, lo aborde besándolo con ansiedad, mostrándole que solo era suya y que lo había extrañado.
Al separarme de Enzo me percaté de que los empleados sentados alrededor del escritorio de Enzo comenzaron a aplaudir enternecidos por nuestro reencuentro.
Cuando al echar una vistazo no vi a Leo me tranquilice, y sonreí algo sonrojada, pero palidecí enseguida al observar, más allá de la puerta, que Leo había visto la escena.
Mi mirada se clavó en sus ojos verdes ensombrecidos por la decepción. Leo asintió hacia mí con una leve sonrisa entristecida, para luego alejarse por donde vino, haciéndome entender que comprendía que mi mensaje estaba claro.
En cuanto lo vi marcharse, mi corazón dolió tanto que algunas lágrimas se forzaron a permanecer dentro de mí. Quería ir tras él y hacerle entender que de verdad lo quería, pero Enzo fue mi compañero por tantos años que no podía fallarle.