Todo lo que necesitaba

7

En cuanto salí de casa lo primero que hice fue llamarlo, pero no contestaba, al igual que había hecho yo en los últimos dos días.

Me desesperaba escuchar el tono de llamada una y otra vez.

Cómo última opción, tomé un taxi hasta su casa con la esperanza de encontrarlo allí.
Al llegar toqué su puerta sin parar hasta que abrió.

Me encontré con un Leo bastante cansado y con la mirada irritada. Al verlo más temprano no me había percatado de las sombras que rodeaban esos hermosos ojos verdes y mieles. Pero al verlo mejor y más de cerca, se lo veía rendido y deprimido.

Mi corazón se encogió de sólo ver sus ojos llorosos y saber que yo era la causa de ese dolor que se mostraban en ellos.

— Maia— Dijo con voz seca y distante.
— Tenemos que hablar— Mi voz temblaba por los nervios.
— Yo creo que no. Todo quedó muy claro y lo acepto, no tienes que decir más.
— No lo entiendes, tengo mucho que decirte.
— No lo necesito, Maia— Dijo cerrando la puerta en mis narices.
— Lo dejé— dije como medida desesperada, pero no abrió. Con la esperanza de que aún siguiera del otro lado de la puerta continué. — He terminado con Enzo. Este último tiempo con él no fue más que una mentira que me quise hacer creer a toda costa. Y cuando tú apareciste, me di cuenta lo que me estaba haciendo a mí misma. Trataba de convencerme que todo lo que tenía con Enzo era todo lo que podría haber deseado, pero no era lo que en realidad necesitaba. — Seguía hablando con la puerta como una loca, pero necesitaba decirlo en voz alta— Todo lo que necesitaba eras tú, Leo. — Esperé una respuesta del otro lado, pero no había nada, resignada decidí marcharme. — Te amo Leo.
Me alejé de la puerta regresando por dónde vine. Él me había pedido una oportunidad y se la había negado y ahora él me negaba la mía. Parecía justo.

Casi llegando al final del camino de entrada, escuché el chirrido de la puerta al abrirse dejando que la luz del interior ilumine parcialmente mi camino y mis esperanzas.

— ¿Es verdad? — Volteé para verlo cruzados de brazos en el umbral de su puerta. Asentí ligeramente en su dirección. — ¿Todo?

— Sí. — dije mordiendo mi labio y mirando mis pies. Un segundo después de mi respuesta, sus brazos estaban envolviendo mi cuerpo y sentí como besaba mi frente al mismo tiempo. — Perdón.

— ¿Por qué? — Dijo alejándose para ver mi rostro.

— Te lastimé, no era mi intención.

— Lo sé, Mey—Mey— Una pequeña risa escapó de mis labios. —¿De qué te ríes?

— Extrañaba mi apodo. Te extrañaba mucho. — Vi que una sonrisa asomaba por sus rosados labios tentándome demasiado.

— Creo que ya es hora de no extrañarnos más ¿No crees?

— Me encanta la idea. — Dije para luego unir nuestros labios, esa vez con la mayor intención del mundo.

 




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