Se arregla el esmoquin negro, que le queda a la perfección. Se asegura de que sus mancuernas estén en su sitio. Coloca algo de perfume y sale de su habitación, en donde sus padres y su hermana lo esperan.
—¿Listos? —pregunta Thiago, mientras baja la escalera.
—Desde hace rato —reclama Iris— ¿no se supone que somos las mujeres las que tardamos en arreglarnos?
—Thiago es la excepción a esa regla —bromea Román.
—Vamos, los anfitriones, no pueden llegar tarde —expresa Irania, con fastidio.
Elegantemente vestida, la familia O'Brien, en pleno, salió de su mansión, rumbo al salón, en donde se llevará a cabo el aniversario de la empresa.
Al llegar al lugar, los fotógrafos se arremolinaron alrededor del auto y empezaron a tomar fotos a los anfitriones. Dentro del sitio fueron recibidos con aplausos, por quienes ya se encontraban presentes en el sitio.
La elegancia y el buen gusto se evidenciaron en aquella reunión. La empresa de los O’Brien había logrado un sitial en el mundo textil y hoy celebraban veinte años de éxito.
Los saludos y las felicitaciones no se hicieron esperar. Esta no solo era una celebración, también era un momento propicio para hacer alianzas y lograr importantes acuerdos comerciales.
Thiago saludó a personas relevantes y, apenas tuvo oportunidad, se acercó a la barra para pedir un trago. Estaba nervioso, no por la celebración, sino por todo lo que podían lograr luego de ella. Era un hombre ambicioso y, desde que su padre dejó la presidencia del negocio en sus manos, había sonado con extenderse a otros países y, por alguna razón, sentía que este era el momento correcto para hacerlo.
Bebió de su trago, mientras que paseaba la mirada por el sitio.
—Tremenda fiesta, hermano —dijo Samir, llegando a su lado—. Aquí se encuentra la crema y nata de ciudad —añadió.
—Ya sabes, mi madre todo lo hace a lo grande —respondió Thiago con suficiencia.
—¡Rayos! —dijo Samir, llamando de inmediato la atención de su amigo —¿La mujer que acaba de llegar es quien creo que es?
Los ojos de Thiago se dirigieron hacia al lugar, donde su compañero observaba.
Lo que vio lo dejó embobado, no solo a él; en Samir aquella visión causó el mismo efecto, así como en otros de los presentes.
>>Hermano, acabo de decidir que quiero ser el padrastro de tus hijos — bromeo Samir, ganándose un manotazo de parte de Thiago.
—Cállate idiota.
—Idiota, acaba de dejarme esa belleza. Ya vengo, voy a saludarla.
—No vas para ningún lado —le advirtió Thiago.
—Pero, ¿por qué no?, no hay que ser descortés. Mírala, qué solita se ve, la pobre.
Aunque intentó, no logró impedirle a Samir acercarse a Alicia, que lucía fenomenal con ese vestido de color negro, que se adhería como guante a su piel. Su cabello suelto con ese efecto de ondas le añadía sofisticación. Volvió a beber de su trago, tal vez como un intento para quitarse el mal sabor de boca, que le provocaba ver a Samir coqueteando con la madre de sus hijos. Pero, ¿cómo culpar al idiota de su amigo? Sí, él mismo no podía dejar de mirarla.
No era la primera vez que Alicia provocaba algo como eso en él. La chica con la que estuvo hace años íntimamente, se ha convertido en una mujer hermosa, exitosa, cautivadora y sumamente interesante. Ha visto de cerca la mujer en la que se ha convertido y, desde hace mucho tiempo, está fascinado con ella, pero ha decidido mantenerse a raya porque no desea echar a perder la buena relación que tienen como padres de los gemelos. Sin embargo, por más que ha intentado negárselo a sí mismo, Alicia le fascina.
Quiso acercarse a ella y llevársela de allí, para que las miradas inapropiadas que caían sobre ella dejaran de hacerlo.
—Está preciosa mi amiga —dijo Iris, llegando a su lado.
—Preciosísima —respondió él, sin poder de mirar a la mujer en cuestión.
Iris sonrió complacida; desde hace mucho tiempo había notado como su hermano miraba a Alicia. Por supuesto que no le había comentado nada de eso a Alicia; no quería alentar en ella nuevas ilusiones, cuando por fin parecía que ya había logrado superar a Thiago.
—Cierra la boca, hermanito, casi babeas.
—Podrías dejar de fastidiar —sentenció él.
—Recuerda lo que dice mamá, si no vas a comprar, solo confórmate con mirar, no arruines las cosas.
Entendió a la perfección el comentario de Iris, porque su madre le había repetido lo mismo hasta la saciedad. La primera vez que lo sorprendió mirando a Alicia, con interés, se lo advirtió. Alicia le gustaba, pero ¿qué iba a pasar si las cosas entre ellos no funcionaban? Por donde lo veía, era más lo que podían perder que ganar. Además, tampoco estaba seguro de que ella sintiera todavía algo por él. Todos estos años, solo se habían tratado como los padres de sus hijos.
—¿Te gusta, pero cómo sabes si la puedes llegar a amar? —se dijo a sí mismo.
Vio a Alicia acercarse a saludar a sus padres y no pudo resistir el impulso de caminar hacia ellos.
—Mi niña, estás espectacular —exclamó Irania al verla.