El diciembre anterior al alumbramiento de la niña, Sam se rehusó a ir a casa para pasar las festividades en unión de su familia, como lo habían predispuesto sus padres desde un inicio. Esto debido al abultado vientre que gestaba ya, dentro de ella, la desdicha y la preocupación, y el cual había ocultado hasta ese momento de éstos.
Le argumentó a Jim por teléfono que tenía que adelantar un par de cursos, si es que pretendía conseguir un lugar en el prestigioso grupo que, para entonces, lideraba un renombrado profesor de la Facultad de leyes; y del cual Jim, en cuanto escuchó su nombre, no puso ante su hija objeción alguna; sino que más bien alabó tal espíritu de emprendimiento y dedicación que, según él, por fin se había adueñado de ella. Sus últimas calificaciones no habían sido menos que excelentes a su parecer y esto le llenó de mucho orgullo y entusiasmo. Sumado a una inmensa satisfacción al pensar que su pequeño terremoto, al fin, había tomado el camino de la disciplina y la responsabilidad adquirida.
No así, Jim y Alexandra no se sintieron muy a gusto sabiendo que la hija de ambos se encontraba a tantos kilómetros de distancia y a tantos meses de ausencia de ellos. Fue muy incómodo para todos, el vacío que Sam dejó en medio de las celebraciones de principio y fin de año. E Incluso, a Alexandra se le partió el corazón al presenciar el llanto del pequeño Dany; quien a través de remilgados reclamos exigió, una noche en particular, quería ver a su hermana y además de eso, quería tenerla junto a él.
Jim no lo pensó más, se encontraban a mediados de enero y no faltaban muchos días para que los gemelos cumpliesen su mayoría de edad; así que optó por celebrar a lo grande tan importante acontecimiento. Sus hijos mayores eran su gran orgullo, su mayor logro. Éstos estaban siguiendo con gran éxito sus pasos y muy pronto, ambos estarían integrados en la firma. Haciendo crecer y a su lado, el legado heredado por su padre.
Esa misma tarde de invierno, Jim tomó el teléfono y le encargó a Adam que fuese a visitar a su hermana, al día siguiente, al campus universitario. Su hijo no estaba más que a unas pocas horas de distancia de ella en auto y de este modo también se cercioraría, por ojos de su propio primogénito, del bienestar de su consentida. Le dio firmes y claras instrucciones a Adam de que la tomase por sorpresa y además le dijo que le indicara a Samanta que debía volver a casa ese mismo fin de semana, junto a él; pues sus padres así lo disponían y de esta forma era que debían acatar sus órdenes; mas se guardó de mencionar palabra alguna acerca de la secreta celebración que les esperaba a ambos.
—¡Pero, ¿por qué?! —Preguntó Sam entrando en pánico en cuanto escuchó a su hermano mencionarle todo aquello y sosteniéndose el vientre sintió, allí mismo, una pequeña contracción.
—Y yo que sé —le contestó Adam con insolencia a través del teléfono—. Como si papá alguna vez me diese explicaciones, boba. Agradece que te estoy poniendo al tanto de sus órdenes. Desde anoche estoy intentando comunicarme contigo para ponerte en sobre aviso. Papá me encargó que “te diera la gran sorpresa” —Y simuló esto último con torpeza por medio de su voz—. En fin, ya voy en camino, llegaré en menos de quince minutos; así que prepara tu equipaje porque el vuelo a casa sale en un par de horas.
Adam cortó la llamada dejando a Sam envuelta en un torbellino de desesperación.
—¡Dios mío y ahora, ¿qué hago?! —Exclamó volviéndose hacia Laura y tomándose de su blusa, su cuerpo se dobló frente a su amiga en medio de una fuerte contracción.
—Quizás deberías decirle, aunque sea a tu hermano, la verdad sobre tu embarazo, Sam.
—¿Acaso te volviste demente? —Gimió ella elevando su joven rostro, cargado de dolor, hasta ésta—. Tú no conoces a mi hermano; sería capaz de matarme si descubre que estoy embarazada, incluso antes que mi propio padre —En cuanto hubo pasado la contracción, Sam respiró hondo y enderezó con dificultad la postura. Aseguró la mano debajo de su gran barriga y caminó a través de pasos de pingüino apresurado hasta llegar al armario. Comenzó a preparar enseguida su equipaje; pero no para volver a casa…no, eso nunca; si no para escapar de allí antes de que su hermano llegase y la descubriese—. Quizás pueda hablar con los señores Goblin —mencionó en medio del frenesí de sus movimientos—; quizás ellos puedan darme acogida en su casa hasta que se dé el alumbramiento. Ya después veré que excusa le invento a mi padre…¡Auch!
—Sam, yo no soy médico —intervino Laura sobre sus desventuras y acercándose hasta ella, la ayudó a sentarse sobre la cama—; pero pienso que tus contracciones están ocurriendo muy seguido. Tal vez deberíamos irnos al hospital.
A lo largo de sus agitadas respiraciones, el rostro sudoroso de Sam se elevó una vez más en contra de Laura.
—Yo tampoco soy médico —le dijo a través de apretados pronunciares—; pero te aseguro que este bebé no nacerá hoy. No puede nacer hoy. Aún no…¡Auch!...Pero, ¡por qué duele tanto así…
—¡Vámonos! —Se exacerbó Laura con sus movimientos y aún en contra de los deseos de Sam, se adueñó de las llaves del auto, la tomó por el brazo y la sacó del dormitorio del campus, arrastrándola junto con ella escaleras abajo.
—Espera…espera, espera —suplicó la chiquilla sumergida en agudos chillidos, los cuales la llevaron a sujetarse con fuerza de una de las columnas que se encontraban en la entrada del edificio.
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Editado: 24.05.2022