Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 3

Desde ese día, Sam se propuso a salir adelante con su niña. Se dispuso y se sometió a la voluntad absoluta de sus padres. A sus designios, sin protestas ni rebeldía alguna.

«Puedo con esto —Se decía a sí misma día con día—. Nada tiene por qué cambiar; me esforzaré y sacaré adelante mi carrera y cuando me gradúe, podré independizarme y velaré yo misma por mi hija, sin la ayuda de mis padres».

Con este pensamiento se dio el valor para enfrentar lo que sería su vida de allí en adelante. A sus dieciocho años sería una madre soltera, estudiante de derecho y una simple asistente legal en la multimillonaria firma de abogados de su padre. Inicios de una vocación que le fue impuesta y que para nada movía los hilos de unos ideales que aún se encontraban ocultos. Pero ese era el destino que su papá había trazado para ella y así mismo habría de seguirlo sin queja alguna. Su mundo entero se vio reducido por las responsabilidades, los deberes y obligaciones que de allí en adelante gobernarían su vida. Las épocas de amiguis, compras, fiestas, novios y más diversión, habían quedado atrás para siempre. Un estilo de vida que no sería más para ella.

Sin embargo, las experiencias vividas durante su embarazo, sumadas al descubrimiento de su nueva maternidad, obraron milagros en Sam en tan poco tiempo, que muy pronto el comportamiento rebelde y petulante de la chica desapareció por completo. De un pronto a otro no le importaba el tener que esforzarse tanto, pues su hija todo lo valía y por ella estaba dispuesta a entregarlo todo. Cada vez que la tomaba entre sus brazos, después de un largo día de labores, surgía en ella esa manifiesta necesidad de protegerla y proveerla de todo y cuanto el modesto salario que ganaba en la firma se lo permitía. Para Sam era demasiado gratificante sentir que era ella misma quien atendía las necesidades de Susan. Ella era su pequeña niña, su chiquita; quien dependía por completo de una madre que ahora acataba a cabalidad todas las órdenes de Alexandra. Dócil, dulce y obediente, el sueño de sus padres hecho realidad.

Por lo que para Jim el siguiente paso a seguir sería el reintegro de su hija a la vida estudiantil. Enviarla, una vez más, a la Universidad y el de Alexandra, claro está, el de acallar las habladurías de terceros y para ello ya lo tenía todo planeado y bien preparado.

Esa misma noche, después de la cena, mandó a llamar a Sam y ordenó que se presentase delante de ella en su oficina. Viendo cómo su hija se asomaba por la puerta, la hizo pasar y le indicó que se sentara en frente de su escritorio.

—¿Por qué andas cargando aún con la niña sobre tu pecho? —Reprochó ésta de inmediato frente a ella—. Ya te he dicho, en un millón de ocasiones, que no hay beneficio alguno para ti en ello y si un gran mal para la pequeña.

—Lo sé, mami —respondió Sam a través de una delicada y tierna sonrisa, posó los labios sobre la cabecita de su hija y volvió a sonreír—; pero acabo de amamantarla y a ella le encanta dormirse luego sobre el calor de mi cuerpo.

—Debes dejarla durmiendo en su cuna, ¿entendiste?

—Si, señora, en cuanto suba lo haré.

—Muy bien —pronunció Alexandra mostrándose lo bastante satisfecha con su respuesta—. Si te mandé a llamar es porque necesito hablar contigo de un asunto muy importante. Primero déjame decirte que tu padre y yo estamos muy complacidos con los resultados que has obtenido en los últimos meses, en cuanto a la disciplina y al rendimiento que esperábamos de ti se refiere. Te juro que hasta hemos llegado a pensar que quizás…tal vez todo este desastre al final fue para bien…tu propio bien, Samanta —reiteró Alexandra enfatizando frente a ella este último punto y poniéndose en pie, caminó de un lado al otro hasta que se detuvo e irguió la figura sobre Sam—. Pero de igual manera es mi deber informarte, hija, que no puedes seguir de esta forma.

El rostro de Sam se embargó de incertidumbre allí mismo y su cuerpo se echó hacia atrás en una clara respuesta a su falta de entendimiento.

—¿A qué te refieres? —Preguntó frente a su madre.

—Me refiero a que tú y esta pequeña niña, que cargas ahora mismo sobre tu pecho, no pueden seguir sin un buen nombre que las respalde.

—Pero…yo no entiendo —pronunció Sam con el rostro turbio de incomprensión—. ¿Por qué dices eso, mamá? Si yo ya tengo un buen nombre que me respalda y ese es el nombre de mi papá.

—Yo hablo de un nombre que te represente y que además de eso, cubra ante los demás el origen de tu hija —reveló Alexandra ante ella sin ningún tipo de rodeo. Sin ningún tapujo que le previniese a Sam el que su madre no se preocupaba más que por las puras apariencias—. Sabes muy bien que el nombre de tu padre no hará eso por ti. Tú necesitas de un hombre a tu lado que sea digno y respetable. Un hombre que pueda responder por ti y por la bebé ante las habladurías de los demás…Y yo ya tengo a ese hombre para ti —le dijo Alexandra sin perder más el tiempo—. Los padres de Taylor han accedido y él mismo está dispuesto a hacerse responsable como padre de la niña.

—No, mamá…por favor, no hagas esto —reaccionó Sam en seguida—. Mamita, te lo ruego, no me obligues a hacer algo así —suplicó ella y lanzándose a sus pies con todo y niña atada a los brazos, las lágrimas comenzaron a descender a través de sus mejillas—. Yo te juro que me esforzaré el doble, mami. No tendrás queja alguna de mí, lo prometo. Sácame de aquí, si así lo deseas. Mándame al extranjero con mi bebé y así nadie tendrá que enterarse de nada, mamá…por favor. Te juro que no regresaré hasta que tú me lo ordenes.




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