A finales de una turbia primavera, cuando los tibios aires de verano ya anunciaban las épocas de descanso estudiantil; Sam salió de su casa un lunes muy temprano por la mañana, obligada a cumplir con uno de los últimos mandatos establecidos por su padre. Se dirigió a la Universidad Estatal, así como él mismo le ordenó que lo hiciera. Esto con el fin de que ella dejase inscritas las materias que debía llevar, en cuanto el nuevo curso lectivo diera inicio en Setiembre.
Su educación la recibiría estando en casa. Una forma más de humillarla, según ella; ya que su padre se negó a pagarle la colegiatura privada. Demandando de su hija primero esfuerzo y dedicación, indicios de un buen comportamiento y buenas calificaciones. Sólo así accedería a costearle, de nuevo, los estudios en una universidad de renombre. Algo que a ella ya no le interesaba; pues acudió al campus de la institución pública, únicamente para salvaguardar las apariencias mientras encontraba la forma de huir de su casa. Incluso estudió la forma de llevarse a la niña con ella; sin saber que las únicas opciones que se apostarían frente a sus ojos, la obligarían a tomar la decisión más difícil de su vida.
En cuanto estacionó su elegante auto frente al edificio de la Dirección General de Inscripciones, Sam observó a toda una comitiva recibiendo a los nuevos ingresos estudiantiles. En medio de una campaña militar que instaba a todos aquellos jóvenes, recién graduados, a optar por las becas que éstos ofrecían y las cuales les aseguraban costear por completo sus estudios superiores, a cambio de sus servicios a la patria.
Ella nunca antes había visto algo así.
—Tu educación a cambio de poner el pecho frente a las balas —mencionó una chica que, estando de pie y junto a ella, se detuvo frente al césped para ver todo aquel despliegue de maravillas que se ofrecían. Todo con tal de que los jóvenes interesados se acercaran hasta ellos para obtener más información—. Es el destino de muchos de nosotros; si no tienes dinero ofreces tu vida a cambio de una carrera. De otro modo, tal vez nunca llegues a ser nadie en la vida.
—¿Ellos pagan todo? —Preguntó Sam volviendo el rostro hacia la chica.
—Así es…incluso el ataúd con el que te envían de regreso a casa.
Pero esto último ella no lo escuchó, porque sus pasos apresurados aún sostenían el rostro de Susan sobre su pecho y deteniéndose frente a uno de los soldados, Sam tomó los folletos que éste puso entre sus manos.
—¿Alguna vez te has preguntado qué tanto puedes hacer por tu país? —Le dijo el militar con una amable sonrisa puesta sobre su rostro—. Por mientras, descubre lo que tu país puede hacer por ti, ahora mismo, jovencita —Y entregándole toda la información, éste cambió de posición para atender al joven que se encontraba a su lado.
—¡Esto es excitante! —Lo escuchó mencionar Sam una vez que el soldado se alejó de ambos. El chiquillo manipulaba los papeles entre sus manos con gran euforia.
—¿Tú crees? —Preguntó ella.
—Por supuesto que si —le dijo el chico con el rostro iluminado de emoción—. No sólo pagan todos tus gastos de educación superior; sino que, además de eso, te brindan un salario competitivo con el que puedes ayudar a sostener a tu familia mientras estudias. Te dan un seguro médico, garantías sociales, de vida…¡TODO! Puedes quedarte aún después de concluir con tu servicio obligatorio y emprender una carrera militar. Sirves a los tuyos, incluso en el extranjero y representas a tu país ante el mundo. He esperado toda mi vida para esto. Sé que nací para hacer esto…Oye, ¿no tienes una pluma que me prestes?
—No, yoooo…lo siento —reaccionó ella un tanto sorprendida.
—¡Ahhh, no importa! —Declaró éste elevando ambos brazos por los aires—. Iré ahora mismo a llenar los formularios a la sala de inscripciones. Hay que aprovechar su presencia en el campus antes de que se marchen.
Sam observó como la efusividad de aquel joven se alejaba de ella por medio de pasos tan motivados y agigantados que, sin darse cuenta, lo siguió hasta el lugar donde las reacciones y las opiniones variaban, tanto así, como en las afueras del edificio.
Había una larga fila de chicas y de chicos que se formaban para llenar los formularios y obtener una información, más detallada, sobre los beneficios que obtendrían a cambio de sus servicios. Jóvenes que, si querían tener acceso a una educación superior, tendrían que dar algo a cambio como pago al gobierno por solventar sus títulos y sus grados. Incluso la vida misma, si así era necesario. Otros que, por satisfacer los requerimientos de su cuerpo, se someterían a altos niveles de adrenalina, viviendo así la gran aventura de sus vidas. También figuraban los que por un noble y valeroso sentido de responsabilidad y que brotaba fielmente de su pecho, se encontraban listos para servir a su nación.
Al final de toda aquella lista se encontraba Sam. Ninguna de las anteriores eran el motor que la impulsaba como para encontrarse allí, mezclada entre todos ellos. Ella no sufría de carencias económicas; tampoco poseía un alma aventurera deseosa de emprender experiencias nuevas y nunca antes vividas. Mucho menos un ferviente deseo por servir a sus semejantes. Ahora que daba las gracias por todo, pensaba que ya cumplía con su deber civil brindado al prójimo. Nunca estuvo dentro de sus ideales el preocuparse por los demás; ya que era su humanidad la que siempre resultaba siendo solventada.
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Editado: 24.05.2022