Viéndose una vez más en su habitación, Sam se apresuró e hizo su maleta, sin adueñarse de otra cosa que no fuese lo más esencial y entonces, la ocultó bajo la cama. Sus joyas, accesorios, tarjetas de crédito y todo aquello que consideró provenía del sustento de sus padres, lo dejó atrás para olvidarse de ello en cuanto cruzara por aquella puerta en busca de la emancipación. Un pensamiento que le permitió al fin respirar con alivio una vez más; por lo que el resto de la tarde todo transcurrió en una completa normalidad y al llegar la noche, procuró atender todos sus deberes como era de esperarse.
Se hizo cargo de su hija, del mismo modo en el que lo había hecho hasta ese día. Le dio su baño y la vistió con su pijama de conejito en color rosa; entonces se dispuso a amamantarla y mientras la sostenía entre sus brazos, Sam acariciaba lentamente su cabecita; peinando con mucho cuidado su fino y delgado cabello de recién nacida. Sintiendo como su niña succionaba de su pecho el alimento a través de vigorosos y consentidos sonidos que la invadían de saciedad. Un bien que la madre sabía otorgaría a su pequeña por última vez. Ya que arrullándola entre sus brazos por un espacio de más de media hora, ésta observó como su hija se dormía en medio del suave vaivén que la resguardó luego sobre su pecho. La besó en repetidas ocasiones sobre la cabeza y la acostó en su cuna, arropándola con mucho cuidado.
Ella sabía que, a eso de las dos de la madrugada, su niña despertaría pidiendo su biberón; así que esperó en vigilia a que esto ocurriese y de igual forma como si fuese un relojito, Susan despertó llorando para que su madre la alimentara; algo que Sam se preocupó por hacer enseguida y una vez que hubo satisfecho el apetito de la criaturita, le cambió el pañal y la arrulló de nuevo entre sus brazos, hasta que la niña quedó dormidita dentro de su cuna.
Se mantuvo por un largo rato y de pie velando el sueño de su bebé; sin poder despegarse de su lado, mirándola con detenida fijación. Transcurridos unos minutos más y viendo que el tiempo se le agotaba, se inclinó sobre su rostro y la besó en la frente. Asegurándose de guardar en una sola imagen, dentro de su cabeza, cada pequeño y minúsculo detalle del angelical rostro de su hija.
—Pórtate bien, mi pequeña. Yo sé que tú serás una buena niña; así que no tendrás ningún problema con mamá. Ella es buena, es sólo que…Nunca seas como yo, ¿me oíste? Haz eso y estarás bien…Adiós, “Su” —pronunció Sam con el temblor de sus labios y despidiéndose de su hija para siempre, se inclinó y la besó una vez más. A su lado quedó una nota escrita por el puño y la letra de Sam; la cual decía que la niña había sido alimentada y que su pañal había sido cambiado. Eso fue todo, no dio más explicaciones; tomó la maleta bajo la cama y limpiando las lágrimas que caían sobre su rostro con el dorso de su mano, se apresuró a salir por la ventana haciendo el menor ruido posible. Se deslizó por el balcón, como tenía por costumbre hacer. Desde que sus años de rebeldía se habían hecho tangibles, tanto así, como las fuertes medidas que fueron adoptadas por su madre.
Pero esto ya no le importó más; porque saliendo en medio de la madrugada por aquel camino empedrado, Sam se aseguró de no mirar hacia atrás y huyó de su hogar jurando que nunca más volvería a poner un solo pie en ese lugar.
—Adiós… —pronunció deteniéndose por un instante, sin dejar de darle la espalda a todo y a todos. Una vez que estuvo afuera de los portones, subió al taxi que ya esperaba por ella, sobre el brillo de la calzada y sentándose con todo y la pequeña maleta en el asiento de atrás, cerró la puerta con la firmeza de sus movimientos—. Lléveme al aeropuerto, por favor —le dijo de inmediato al conductor.
—¿Estás en problemas, jovencita? —Preguntó el hombre, advirtiendo la hora en la que se encontraban.
Sam elevó la seriedad de su joven rostro hasta él y lo miró por medio de aquellos ojos fríos y calculadores, los cuales no dejaban ver más allá de los miedos y la incertidumbre que ahora mismo se adueñaban de ella, al no saber hacia dónde se dirigía.
—Ya no —fue lo único que contestó a través de un tono seco y apagado. Quitó de él su mirada y se preocupó, más bien, por comenzar a revisar su pasaporte y los demás documentos que necesitaría para poder viajar.
El taxi se puso en marcha de inmediato y junto con éste, un largo y tortuoso recorrido que ya se encontraba ansioso, aguardando por ella.
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Pocas horas después de recibido el alba, se asomaban ya los primeros indicios de una tragedia. Nadie escuchó llorar a Susan. Al menos no por un buen tiempo. Ni fueron atendidas sus demandas de alimento, cariño y cuidado, mas que por un absoluto abandono. No fue, sino, hasta que Dany ingresó en la habitación de su hermana, muy sonriente y adormilado. Vestido aún con sus pijamas de cochecitos y acompañado de una nueva costumbre; la cual había sido adquirida desde que ella había vuelto a casa. Lo primero que hacía el pequeño al despertar, era ir en busca de Sam para bajar a desayunar en compañía de ella y de su pequeña sobrina.
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Editado: 24.05.2022