Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo10

Las predicciones de Lorie no tardaron en hacerse realidad. Sam observó, con sus propios ojos, cómo la intensidad de las movilizaciones en el hospital aumentó en gran escala, podría decirse que se triplicaron. Los heridos no dejaban de llegar a la sala de emergencias y el personal médico a cargo no daba a vasto con tanta tragedia.

Así que echaron mano de todo y cuanto podían; incluso al punto de dejar que los estudiantes más avanzados atendiesen, bajo sus directrices, a los de condición menos crítica y entre ellos se encontraba Sam.

Quien sumergida en uno de aquellos pesados días, en los que la calamidad no daba lugar a la tregua, ni siquiera para darse un pequeño respiro, se hallaba atendiendo cuanta herida, raspón y hasta una que otra amputación, pudiese ser sustentada por sus jóvenes conocimientos. Esto mientras los médicos se hacían cargo de los casos más urgentes.

Una aeronave que transportaba tropas y equipamiento militar había sido interceptada en el aire y sus ocupantes sobrevivieron únicamente gracias a la rápida acción y a la destreza de los pilotos. Quienes emprendieron el viaje de regreso a la base, en medio de un aterrizaje forzoso que por poco les cuesta la vida a todos, pero lograron concluir la faena.

La vida de más de cincuenta hombres y mujeres fue puesta a salvo por ellos aquel día. O al menos por aquello era que rogaban y también porque ninguno de ellos perdiese la batalla contra sus heridas.

Fueron trasladados de inmediato al hospital para su pronta atención. Los de mayor urgencia habían sido ya ingresados y atendidos por el personal médico y los demás...los de condición más leve, aún se encontraban en manos de estudiantes, enfermeros y enfermeras que no daban pie, ni cabida al descanso, hasta concluir con su deber.

—Kendall, atiende tú al Capitán Crowe —ordenó uno de los médicos a Sam.

El cuerpo se le heló allí mismo. Aún así...

—Si, señor —respondió ella de inmediato y apresurándose a poner el vendaje sobre una de las piernas del soldado herido que atendía en ese momento. Sam volvió el rostro hasta identificar, a la distancia, al que sería su próximo paciente.

Al parecer el Capitán no se había movido de la entrada del hospital, negándose a recibir cualquier tipo de atención médica. No hasta cerciorarse de que todos y cada uno de sus hombres hubiesen sido atendidos. Él era el encargado de llevar aquellas fuerzas hasta la base de entrenamiento aéreo, donde un nuevo grupo de pilotos estaría siendo adiestrado en maniobras avanzadas de vuelo; pero fue más que evidente, que la encomienda no pudo llegar a término. Sin embargo, allí se encontraba él, de pie y sangrando; determinado a no abandonar el lugar hasta que le informasen que todo su equipo estaba a salvo o al menos, fuera de peligro.

Sam advirtió cómo éste recibía órdenes de un superior. Un oficial que apostado allí mismo y frente a él, terminaba de depositar sus directrices sobre la firme estructura del Capitán y por último, las felicitaciones que le hicieron adoptar una pose todavía más firme, mientras mostraba su saludo en frente del Coronel.

—Muy bien hecho, Capitán. Hizo un muy buen trabajo.

—¡Gracias, señor! —Escuchó Sam como éste contestaba de forma alta, firme y resonante, al tiempo que se acercaba hasta él y por detrás, con tímidos movimientos.

El Coronel dejó el lugar y el Capitán abandonó su saludo; pero no así la pose recta e imponente con la que aún le daba la espalda a las indecisiones de Sam. Ella no sabía cómo presentarse delante de su superior.

—Se...señor —fue lo único que pudo pronunciar con torpeza detrás de éste—; venga conmigo, por favor. Es necesario atenderle esa herida —Sam observó como su brazo estaba por completo empapado en sangre. Las gotas del viscoso fluido en color rojo, rodaban por el brazo del Capitán hasta caer en picada libre a través de sus dedos. Se había formado ya, un pequeño pozo en el suelo; por lo que el miedo en el rostro de Sam se transformó en preocupación.

No así el Capitán se negó a abandonar la postura y sin dejar de darle la espalda se rehusó, una vez más, a ser atendido.

—Aún puedo esperar —le dijo.

—Eso no será necesario, señor —Se apresuró ella a informarle—. Puede estar usted tranquilo, que ya todos han sido atendidos.

—¿Pero y los que están en cirugía? —Persistió él y volviendo, por fin, el rostro hacia ella le mostró su desasosiego.

—No sabremos nada de ellos, sino hasta dentro de un par de horas, señor. Por mientras, por favor, permítame atenderlo —insistió Sam; mostrando ante él su nueva y recién encontrada vocación de médico—. Está usted perdiendo mucha sangre; no querrá correr el riesgo de perder el conocimiento o peor aún, contraer alguna infección.

El rostro del Capitán se tornó pensativo y permaneció de ese modo por unos pocos segundos.

—Muy bien —resolvió, de un pronto a otro y a través de un ligero gesto de conformismo, fue tras ella y caminó bajo su guía hasta ingresar en uno de los cubículos.

—Por favor, tome asiento —le indicó Sam señalándole la camilla.

El Capitán se despojó de todo su equipo y lo colocó sobre la sábana blanca que cubría la camilla; luego tomó asiento como le fue indicado, observando cómo ella comenzaba a cortar la tela de su uniforme hasta dejar expuesta la herida en su brazo.




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