Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 16

El golpe en tierra no fue menos apacible que la caída. Las hélices quedaron destrozadas contra el suelo y los metales del poderoso aparato se retorcieron como si fuese aluminio alrededor de sus cuerpos. La figura inconsciente de Sam fue a dar contra los anaqueles de insumos médicos, recibiendo todo el peso de los equipos sobre ella; pero esto le salvó la vida, pues se formó una especie de vacío que evitó el que su cuerpo quedase aplastado en medio de toneladas de fierros, ahora inservibles. Lo que antes fuera una magnífica máquina de guerra ahora sólo era un montón de chatarra.

Al cabo de unos pocos segundos luego del impacto, una bolsa de suero que se encontraba pendiendo sobre su rostro terminó de romperse y se derramó sobre ella, sacándola de su privada condición. Aún se encontraba en un estado de seminconsciencia mezclada con letargo. Sus sentidos advertían mas no determinaban; recibían, pero no en tiempo real. Lograba escuchar a lo lejos los gritos de sufrimiento y desespero, pero no podía llegar hasta ellos. Ni siquiera lograba mover los músculos de su cuerpo. Los colores empañados de sangre cubrieron su visión y el humo continuaba introduciéndose en su nariz, quemándole la piel por dentro, ahogando su angustia por llenarse los pulmones con algo de aire.

No así el piloto automático de sus reacciones ya se había activado y sin saber bien dónde estaba y sin poder recordar qué era lo que había sucedido, se obligó a mover primero un brazo y luego el otro sobre la cabeza; entonces pudo sentir el calor del fuego acercándose hasta ella.

—¿Qué está pasando? ¿Qué fue lo que sucedió?...¡Torres! —Comenzó a gritar allí mismo mientras tocía por causa del humo que envolvía el interior del helicóptero. No lograba ver nada— «¿Dónde están todos?»

Fue allí cuando su instinto de supervivencia se sobrepuso al aturdimiento y se echó a andar sobre la situación. Hizo a tomar el extintor que cargaba sobre su equipo; pero no lo halló por ningún lado. El nombre de Torres continuaba saliendo de su garganta, carrasposa y quemada por el humo del fuego que, próximo de llegar hasta ella, desesperó sus movimientos por liberarse de todos los escombros que aún la aplastaban.

—¡Torres! ¡Jacobs! —Gritaba Sam con demencia y al ver que sus piernas se encontraban atrapadas debajo de los equipos médicos, entró en pánico—. «¡Dios mío, sácame de aquí! ¡No quiero morir quemada!», pensó al borde de la histeria.

Y sin darse cuenta y sin percatarse de ello, su entrenamiento se activó allí mismo. Abrió y cerró los ojos en varias ocasiones, apelando a la claridad de sus pensamientos, algo que le permitió actuar con más raciocinio. Volteó medio cuerpo sobre su pecho y alzó la cabeza en medió de la nube de humo que entorpecía su visión. Valiéndose de todas sus fuerzas se impulsó hacia adelante con la ayuda de ambas manos, sintiendo cómo dejaba atrás gran parte de su uniforme, unido a los girones de piel que se desprendían de sus piernas conforme buscaba la libertad de sus miembros. No así, esto no fue suficiente y si no hubiese sido por la explosión que ocurrió, una vez más, en la cabina y la cual sacudió todos los escombros del helicóptero, liberando de una sus piernas, Sam habría quedado atrapada en medio de las llamas.

Continuó arrastrándose, casi que a ciegas. No podía detenerse, tenía que salir de allí antes de que se diese una nueva explosión, antes de que el fuego la alcanzara y no se detuvo hasta que se topó de frente con un bulto que le impidió el paso.

«Torres….Torres, tiene que ser Torres», pensó incorporándose con demencia sobre sus rodillas y ayudándose de sus manos determinó que sí, en efecto, era su compañero. No lo pensó dos veces. En medio del ahogo y de la tos, lo primero que hizo Sam fue ubicar el extintor del equipo de Torres y tomándolo, lo accionó frente a ella, apagando el fuego circundante que amenazaba sus vidas.

—¡Torres! ¡Torres! —Comenzó a gritar agitándolo por los hombros.

Pero éste no se movía, ni siquiera lo escuchaba quejarse; así que intentó mover su cuerpo para arrastrarlo junto con ella y sacarlo de allí…

…No se movió ni un milímetro del lugar donde se hallaba tendido. Su cuerpo estaba atado al piso; así que Sam se apresuró y encontrando, a ciegas, el cable del arnés lo siguió hasta el punto de anclaje y lo liberó. Cuando se dio cuenta que ni de este modo lograba moverlo, siguió con sus manos las formas de Torres hasta llegar a sus costados. Lo sujetó por el chaleco y haló de éste con desesperación, casi que con enojo y le gritó con furia que despertase. Le urgía hallar también a Jacobs antes de que el humo los asfixiase a todos.

Sin embargo, sus gritos se detuvieron en cuanto se percató de la abundante humedad que impregnaba sus guantes. Sam los elevó frente a ella buscando hallar la razón y fue allí cuando descubrió los hilos de sangre, tibia y espesa, cayendo continuos como un riachuelo a través de sus manos. El humo no la dejaba mirar más allá de lo que tenía frente a sus ojos; pero no tuvo que hacerlo para descubrir la barra de hierro que atravesaba el pecho de Torres de lado a lado.

Encontrarse atado a su arnés dictó una condena de muerte instantánea, que lo hizo caer de espaldas y quedar incrustado contra aquella barra al momento del impacto; por eso Sam no lograba moverlo y por eso la desesperación se adueñó de ella una vez más.

—¡Jacobs! —Iniciaron de nuevo sus gritos; pero esta vez era su amigo a quien buscaba con los arrebatos de sus movimientos. Temiendo por él, llamándolo una y otra vez a grandes voces—. ¡Jacobs! —Y caminó por encima del cuerpo de Torres, sobre todos los escombros sin saber bien qué era lo que pisaba. Tropezando y sorteando cuanto obstáculo le impidiese llegar hasta la puerta derecha del artillero.




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