Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 17

—¡Camine! —Le gritó éste—. Ahora no tenemos tiempo para esto. Después llorará todo lo que quiera —Y arrastrándola junto con él, comenzó a sacarla del helicóptero.

—No…no, espera —mencionó ella reaccionando en contra de la fuerza de Cooper—. No podemos dejarlo aquí.

—¡Doc…Jacobs está muerto!

—¡No me refiero a él! —Le gritó Sam liberándose de su sujeción; aunque las lágrimas descendían a través de su rostro, llorando la pérdida de su gran amigo. Cayó al lado del soldado herido e intentó voltear la camilla; pero necesitó de la ayuda de Cooper para lograr hacerlo—. Debemos llevarlo con nosotros —le dijo.

—¿Acaso se ha vuelto loca? —Se volteó Cooper en contra de ella con alteradas reacciones. El chico no dejaba de lanzar al aire estremecedores gritos de dolor—. En este preciso momento deben tenernos en la mira; listos para volarnos la cabeza en cuanto se asome cualquier signo de vida fuera del helicóptero, Doc. ¿Y usted pretende que carguemos con una camilla hasta el punto de abordaje? Tenemos que apresurarnos —le dijo éste y escuchando como los rotores del J-2 ya volaban sobre sus cabezas, se lanzó fuera de los escombros. Corrió y sacó, tan rápido como pudo, la pistola de bengalas de su equipo. Apuntó al cielo y envió, allí mismo, dos señales al aire para que éstos se devolvieran por ellos.

El J-2 de inmediato atendió el pedido de auxilio. En cuanto los pilotos vieron señales de vida, en medio del percance, dieron vuelta y se dirigieron a rescatarlos.

—¡Mierda! —Pronunció Cooper. Advirtiendo como una ráfaga de fuego caía en su contra. Se hundió de nuevo en los fierros retorcidos y se cubrió del ataque—¡Maldita sea, se lo dije, Doc!

—¿Y ahora qué hacemos? —Preguntó ella.

—No lo sé; lo primero que tenemos que hacer es salir de aquí —replicó Cooper—. Tenemos que irnos.

—No lo pienso abandonar —mencionó Sam muy decidida, refiriéndose al chico. Éste era su paciente y sus órdenes habían sido muy explícitas. Debían rescatarlo y llevarlo hasta el hospital de la base para que recibiese atención médica y así mismo pensaba hacerlo.

—Pero, Doc. ¡No sabe lo que está diciendo!

—¡Si…si lo sé! —Replicó ella.

Ambos rostros, cubiertos en sangre, confrontaron sus miradas.

—Pues, entonces, lo siento mucho —pronunció éste—; pero se encuentra usted sola en esto, Doc…porque yo me marcho.

—Y no te culpo por hacerlo —respondió ella de inmediato mientras sostenía su mirada.

Al fin y al cabo aquel era su deber, no el de Cooper. Este chico no sólo había sobrevivido a la explosión de una mina que lo había dejado mutilado; sino que también libró a la muerte después de un percance aéreo. Jacobs y Torres ofrecieron sus vidas en su intento por salvar la suya y no permitiría que el sacrificio de sus compañeros fuese en vano; así que no pensaba abandonarlo allí, dejándolo a su suerte. Si ella misma lo tenía que cargar sobre sus hombros y sacarlo de ahí, entonces lo haría.

—Vete, yo me quedaré con él —le dijo colmándose de valor y dándole la espalda a Cooper, comenzó a ajustar las correas de la camilla para cargarlo junto con ella.

Cooper comenzó a salir, una vez más, del helicóptero; pero de un pronto a otro se detuvo y se vio obligado a voltear el rostro hacia ella; viendo cómo la delgada figura de la Doc pretendía, según sus delicadas formas, cargar sola al chico.

—¡Me cago en la puta! —Se dejó decir allí mismo con fastidio y acomodándose el arma en el hombro, para que no le estorbase, se devolvió y la empujó, haciéndola a un lado—. ¡Quítese! —le dijo mientras se ponía de rodillas y tomaba al soldado, cargándolo sobre sus hombros. Arrancando de paso todas las vías de sus brazos y provocando que exasperados gritos de dolor saliesen del pobre. Sus heridas se abrían de nuevo al feroz paso que los conducía a todos fuera del helicóptero.

Los intercomunicadores estaban muertos, no se podían comunicar con sus compañeros; aún así vieron como el helicóptero comenzaba con su descenso. El estruendo de sus rotores resonaba dentro de sus oídos como el batir de las alas de un ángel guardián que venía pronto en su rescate. Les urgía salir de allí para respirar algo de aire limpio; sin embargo, no se aventuraron a hacer tal cosa y aminoraron su escape. No podían confiarse. El prever y esperar lo peor dentro de este tipo de situaciones era lo que los mantendría con vida y por eso aguardaron a que se les presentase el momento perfecto para salir y correr hasta la aeronave. Ese era el plan hasta ahora. Un medio furtivo el cual los mantuviese a salvo de sus atacantes mientras el helicóptero terminaba de descender.

Algo que nunca ocurrió; porque el segundo proyectil lanzado por poco y derriba al J-2, obligándolos a elevarse de nuevo por los aires. Un tercer proyectil impactó muy cerca de ellos, estremeciendo los fierros retorcidos del helicóptero caído. Y desestabilizando todo su mundo alrededor, los hizo caer al suelo. Cooper golpeó las rocas con todo el peso de su cuerpo y con el chico aún sobre sus hombros. A quien, por cierto, ya no se le escuchaba gritar más.

Ahora todo era turbio, no había claridad de ideas, ni un nuevo plan a seguir; sólo intentar resguardar la vida a toda costa.

La aeronave continuaba sobrevolando por encima de sus cabezas, entonces se dieron cuenta de que había llegado la hora de dejar las precauciones a un lado. Era ahora o nunca; correr y ponerse a salvo o morir en el intento. En cuanto escucharon como el J-2 abría fuego en contra de sus atacantes, Sam y Cooper corrieron. Él con el chico a cuestas, pero sin dejar de lado su arma, apuntando siempre hacia el frente con la ayuda de una sola mano y ella resguardando la espalda de su compañero mientras accionaba su propia arma, uniéndose de inmediato al tiroteo del helicóptero conforme ambos avanzaban hacia un lugar seguro.




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