Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 18

—No, estoy seguro…lo estoy —repetía él una y otra vez, con los jadeos entrecortados de su voz. Intentando convencerse a sí mismo de que nada había pasado. De que el tiro no le había atravesado la piel; esto a pesar del terrible dolor que sentía.

En cuanto Sam le acomodó de nuevo el uniforme y se dejó caer de espaldas contra el montículo de escombros, preocupándose nada más que por tomar aire, Cooper se dio cuenta de que estaría bien.

—Debió ser un francotirador —mencionó ella—; traspasó el chaleco, pero sólo es superficial, no te preocupes. Te quedará un lindo cráter con relleno sobre la piel —Y entonces cerró los ojos mientras continuaba llenándose los pulmones con aire.

—Por suerte el malnacido no es muy bueno, ¿eh, Doc? —Resolvió éste con una amplia sonrisa de alivio que desordenaba los gestos de su rostro; porque si le hubiesen acertado a la cabeza, ahora sería hombre muerto.

El soldado que llevaba herido sobre sus hombros fue lo que le salvó la vida a Cooper. Se interpuso en el blanco perfecto y no permitió establecer un punto de llegada a la zona más vulnerable de todo objetivo humano…la cabeza.

Ahora aquel chico se encontraba tendido en medio del camino, posiblemente ya muerto. Sobre la aridez de una calle hecha a base de polvo y miseria; mientras que ellos se hallaban atrincherados como si fuesen un par de ratas detrás de aquel montículo, sin posibilidad alguna de llegar al helicóptero que aún rotaba ferozmente sus astas aguardando por ellos.

«¿Y si hay más tiradores sobre nosotros?», pensó Sam de un pronto a otro, entonces alzó su arma y dirigió la mira hacia arriba; hacia las demás edificaciones que tenían sobre ellos, revisando con trémulos movimientos toda el área sobre su cabeza…Cooper hizo lo mismo al instante y el constante “tucutucutucutuctucutu” ensordecedor que emitían las hélices de la aeronave, había dejado inoperante su sentido auditivo. No podían escucharse si no era a través de sus gritos. Además, con tanto escombro y desperdicio volando sobre ellos, se había formado un remolino de caos sobre sus cabezas propulsado por la fuerza de las hélices, algo que entorpecía por completo también su visión. Pero hubo algo que les indicó a ambos el que aún se encontraban bajo ataque y eso fue la reacción de los artilleros desde el helicóptero, respondiendo con sus ametralladoras al fuego enemigo.

Tenían que salir de allí ahora mismo, de lo contrario no tendrían otra oportunidad y jugándose el todo por el todo y bajo la cubierta de un contraataque, por parte de sus compañeros, salieron de su escondite y corrieron una vez más en dirección al helicóptero. Parapetándose en cuanta pared, escombro o ruinas les brindase algún tipo de resguardo conforme avanzaban y abriendo fuego con sus armas cuando así les era necesario hacerlo. Respondiendo a una ubicación fantasma de la cual provenían los disparos contra ellos.

Sin embargo, Sam aún estaba decidida a llevarse con ella al soldado herido y rezando en silencio por tener una poca de suerte, se separó de su compañero y se lanzó a medio camino, en dirección al cuerpo inerte del chico, quedando por completo al descubierto.

La expresión de horror que se adueñó del rostro de Cooper, desfiguró por entero sus facciones, al ver lo que esta estúpida mujer estaba haciendo.

—¡Pero, ¿qué mierda?! —Pronunció allí mismo—. ¡¿Qué putas cree que está haciendo, Doc?! ¡Vuelva aquí de inmediato! —Y horrorizándose aún más por sus propias reacciones, se vio enseguida a sí mismo corriendo detrás de ella y comenzando a disparar, le cubrió las espaldas hasta que la miró llegar al chico.

—¡Doc, ¿qué está haciendo?!

—¡Ayúdame a cargarlo! —Le gritó Sam—. ¡Tómalo en hombros y corre hasta el helicóptero…Yo te cubro!

—¡Pero, Doc…

—¡Ahora! —Gritó ella y sin darle tiempo a nada se posicionó en el suelo sobre una de sus rodillas y comenzó a disparar, obligando a Cooper a actuar en favor de sus demencias; porque llevándose de nuevo sobre los hombros el saco sanguinolento e inerte, que antes fuera un joven soldado, Cooper comenzó a lanzar a los aires cuantos improperios y muchas más maldiciones pudieran ocurrírsele en contra de ella y corrió tan rápido como pudo en dirección a la aeronave.

Ahora los patos de la feria se encontraban en posición y las apuestas sobre el tiro al blanco auguraban un premio por cada tres aciertos. Las cabezas de los francotiradores se asomaron una vez más a través de las ventanas rotas; con la única diferencia de que, esta vez, Sam los descubría a través de la mirilla de su arma. Ángeles de la muerte que, con sus atavíos en color negro, cubrían sus macabras intenciones de propiciar su fin. Estaban a unos trescientos metros de distancia hacia el sur de su posición, según pudo determinar. Así que tranquilizó sus movimientos y ajustó la mira telescópica de su arma; midió la velocidad del viento y respiró hondo, de un modo muy pausado, todo en cuestión de segundos; entonces, contuvo la respiración y accionó el arma…Justo en medio de la frente como lo había determinado. El segundo francotirador desapareció allí mismo de la mira.

Sam no esperó a recibir las felicitaciones de nadie, se incorporó de su posición y comenzó a correr detrás de Cooper tan rápido como la demencia de sus pasos le permitió hacerlo. Viendo cómo éste entregaba el paquete a sus otros compañeros y abordaba el helicóptero extendiendo al mismo tiempo la mano hacia ella, esperando recibirla para elevarla junto a él.




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