Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 21

Sam consoló su orgullo herido, dedicándose a trabajar con más ahínco y disposición. De todos modos, ella no se encontraba ahí para ser una más entre el grupo de admiradoras que, de por sí y ya por costumbre, acarreaba siempre el Capitán detrás de él. Aún se sentía como la tonta más grande del Universo por haberse sonrojado así, de ese modo, delante suyo. Algo que se prometió, a sí misma, jamás volvería a suceder; porque por más atractivo o interesante que pudiese resultarle el Capitán, su vanidad aún le pesaba lo suficiente como para permitirse pertenecer a su club de fans.

Y aunque en el fin del mundo, en donde ahora mismo se encontraba su humanidad, al parecer todo era trabajo y más trabajo para los fieles sirvientes de su patria; éstos también buscaban la manera de recrear un poco sus cansadas y atribuladas mentes, cuando les llegaba así el día de su descanso. La naturaleza del entorno que les rodeaba, en su gran mayoría, no les ofrecía más que estrés, preocupaciones y la lucha interna que cada quien debía librar con sus propias vivencias.

Por eso cada vez que tenían la oportunidad, se reunían en grupos pequeños y acudían a los centros de esparcimiento, habilitados especialmente para ellos. Con la única diferencia de que un poco más allá de éstos y de forma clandestina, claro está, se había formado una especie de mini club nocturno al que sólo acudían aquellos integrantes de la base más osados. Soldados, suboficiales y hasta los de un rango superior a estos últimos; que con tal de obtener algo más que una buena borrachera, oculta en el anonimato de una pequeña barraca. O en la distinción de sus oficinas. Se aventuraban a mezclarse entre ellos, con el riesgo de ser descubiertos por quienes no avalaban este tipo de comportamientos.

La indisciplina dentro de las instalaciones militares, era castigada con los más severos estándares de humillación. La privación de sus derechos, muchas veces, se prolongaba por largos períodos de tiempo. Incluso corrían el riesgo de ser degradados de sus rangos o hasta ser expulsados de las fuerzas, si así lo ameritaba la gravedad de su falta.

Desde su retorno, muchos de sus colegas le habían insistido a Sam para que los acompañase a los despliegues nocturnos y los cuales terminaban siempre en la incursión de dicho lugar; pero ella siempre se negó por temor a las repercusiones. Sin embargo, esa noche algo no andaba bien con ella. Se sentía sola y deprimida. Los días de descanso no le sentaban nada bien, en absoluto. De igual modo que las breves horas de desvelo que, ahora, sufría Sam cada noche y que sólo le servían para colmar su alma de reproches y más tristezas por causa de su pequeña. Además, había acumulado suficientes horas de experiencia; las cuales la obligaban ahora a lidiar con más recuerdos, más rostros dentro de sus pensamientos que no volvería a ver nunca más.

Travis se negó a hablar con ella después de la muerte de Jacobs y Sam…ella por su parte, simplemente respetó su dolor y no insistió más. Lo único que le quedaba de su amigo eran las memorias del corto tiempo que tuvo la dicha de conocerle y la caja de tesoros que aún resguardaba Sam debajo de su cama con mucho cariño.

De pronto se vio mirando aquella caja con profunda fijación. La verdad es que tenía años de no salir a divertirse y cuando se refería a años, era en todo el sentido literal de la palabra. Habían transcurrido siglos desde que socializara por última vez y ahora que se detenía a pensar en ello, sus memorias se remontaban hasta la época de su adolescencia. Sin darse cuenta la verdadera naturaleza de su ser salió a flote. Su costumbre fue siempre la de quebrantar las reglas y ahora, cuando se veía al espejo, ya no se reconocía en éste.

Tan firme y cuadrada en sus procederes, tan arraigados como los tenía en el presente, Sam se salió de sus lineamientos y de las normas. Tan pronto como sostuvo entre las manos el conjunto de la blusa blanca con la falda veraniega y que había sido escogido, con especiales cuidados, sólo para ella. Se vistió de inmediato con los gustos de Travis y procedió a maquillarse con la línea de cosméticos destinada para adolescentes.

«Ya que…», pensó elevándose de ambos hombros. «Para el caso es lo mismo, de igual forma sirven». No pretendía mantener, ni un segundo más, los obsequios de su querido amigo en el mausoleo del olvido; derramando sus lágrimas cada vez que la caja blanca se cruzaba frente a sus ojos. Sam estimó que no había mejor forma de honrar el cariño y la amistad de su querido Jacobs, que ataviándose con todos los presentes que le fueron obsequiados con tanto amor.

Entonces se miró de nuevo al espejo y sonrió…Sonrió de verdad después de mucho tiempo. De muchos meses…de muchos años.

—¿Qué te parece? —Le preguntó a su amigo elevando la mirada al cielo—. Prepárate, porque esta noche vamos a salir y nadie nos descubrirá.

Impregnó su cuerpo con aromas dulces y juveniles, prohibidos allí para su piel y salió de su barraca en busca de una poca de libertad. Calzando sus pies con sandalias hechas a base de cuero fino y delicado. Complemento perfecto del conjunto veraniego y el cual descubrió oculto entre todos los tesoros.

No habrían transcurrido más que un par de horas luego de haber hecho su ingreso en aquel sitio, cuando la cerveza y media que ya circulaba por sus venas, puso en serios aprietos los equilibrios en Sam. Se sintió un poco mareada, pues no estaba acostumbrada a beber; así que decidió que no tomaría más. No así conservó la botella fría entre las manos; hacía un calor infernal y el brillo de su piel, húmeda por el sudor, daba fe al mundo entero de su sofoco.




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