Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 24

Fue tan sólo un beso corto y bastante tímido, a decir verdad; pero suficiente como para que al Capitán se le llenaran las venas de valor y se acercara de nuevo a ella, besándola con profunda vehemencia. Continuó sobre sus labios como si la sed de su alma se viese apaciguada únicamente por la frescura de sus besos y no se apartó de ella hasta que la falta de aliento así lo obligó a hacerlo.

Sin embargo, esto no fue suficiente para Sam; porque elevando su mano con la tierna calidez de un suspiro, se adueñó de la mejilla del Capitán y lo miró de tal forma, que éste no tuvo más remedio que unirse de nuevo a ella. Envueltos en el desasosiego de sus movimientos, fundidos sus cuerpos en los brazos del otro.

Ya era pasada la media noche y con la suave brisa proveniente del norte, la madrugada había comenzado a refrescar. Una demostración de afecto tan abierta era algo poco común para el lugar en donde se encontraban ambos. De pronto se hallaron bajo la mirada estupefacta de unos cuantos. Ella ni siquiera vestía su uniforme de reglamento; algo que era, por entero, prohibido dentro de la base y por todo aquello, llamaron la atención de los dos oficiales que transitaban por el lugar; así que se separaron de inmediato. Sam volvió el rostro y los privó de darles su identidad. No así el Capitán, quien más bien los enfrentó con la mirada y dio la cara por ambos cubriéndola con su cuerpo. Los saludó como si nada ocurriese y éstos, al percatarse de que era Crowe, simplemente le devolvieron el saludo y sonriendo entre ellos, se desentendieron del asunto y continuaron con su camino.

La mirada de ambos se encontró de nuevo y no pudieron hacer otra cosa que echarse a reír.

—Creo que será mejor que la acompañe hasta su habitación —le dijo él, contemplándola con el deseo de poder obtener un beso más.

—¿Mi habitación? —Pronunció ella—. Querrá decir usted mi barraca.

—Aún pretendo que damos un paseo por la playa —mencionó él inmerso en sus fantasías—. Complázcame, por favor. ¿Me permite acompañarla?

—Soy yo, más bien, quien insiste en ello —Fue la inmediata respuesta de Sam.

Ambos comenzaron de nuevo la caminata y aunque no podían tomarse de la mano, se aseguraron de que, con cada paso, sus dedos se rozaran entre sí y siguieron de este modo hasta que llegaron al complejo de barracas al que estaba asignada Sam.

Ya una vez frente a su puerta se encontraron con la difícil decisión de tener que separarse.

—Muchas gracias por haberme acompañado —le dijo ella.

—Jamás hubiese permitido que caminara usted sola a estas horas, sería muy peligroso. Sabe, yo…yo sé que no es de mi incumbencia —le dijo el Capitán luego de una breve pausa—; pero, si usted me lo permite yo quisiera pedirle un favor.

—Por supuesto, dígame —respondió ella de inmediato, mostrándose deseosa de complacerlo en todo.

—Si es posible, le ruego que procure no vestirse así y si puede, tampoco se atavíe de esa forma. Al menos no cuando se encuentre dentro de la base. Le juro que si yo pudiese escoltarla las veinticuatro horas del día lo haría…pero no puedo.

Sam logró advertir los graves signos de preocupación que se asomaron sobre el rostro del Capitán y la impotencia que lo consumía, al no querer que nadie más se fijara en ella y aunque lo de esa noche no fue más que un caso aislado dentro de su acostumbrado comportamiento, se aseguró de hacerlo merecedor de todas sus complacencias.

—Le prometo que no volverá a suceder. A no ser que…

—¿Qué? —Preguntó él y acercándose hasta ella, le mostró todo su interés.

—A no ser que me vista sólo para usted y para su mirada —le dijo Sam a través de una profunda bocanada de sensualidad; provocando que el corazón del Capitán por poco y saliera expulsado de su pecho, por causa de sus palabras.

La respiración de ambos se agitó de nuevo y los constantes jadeos que salían de sus bocas se unieron por medio de sus labios.

—Prométame que no se expondrá de esa forma —susurró Crowe en medio del desespero de sus besos. La tensión de sus manos se apoyó en contra del marco de la puerta en un último intento por no tocar su cuerpo, por no comenzar a recorrer sus formas con el deseo que lo estaba consumiendo por dentro. Pero no pudo evitar aprisionar el cuerpo de Sam contra la puerta. Sin lograr abrir los ojos, sin poder recuperar el aliento perdido. Los brazos de ella lo rodeaban por el cuello implorándole con sus movimientos, suplicándole con sus besos que, por favor, la tocase. Sin embargo, él no se permitió hacerlo y abogando a todas sus fuerzas, se apartó de ella y de sus labios. La dejó allí con el rostro cargado de dolor y con la agitación de sus pechos a punto de reventar frente a él.

Si él, siendo dueño de sus propias convicciones, sentía perder el control por causa del deseo que ella le despertaba. Crowe no quería imaginarse lo que cualquier otro podría llegar a hacer, si es que él no se encontraba junto a ella.

—Por favor, le ruego que se cuide —le dijo y antes de verse caído o incurriendo en alguna falta grave delante de ella, prefirió darle las buenas noches y marcharse enseguida.

No así, de inmediato, sintió la mano de ella sosteniéndole por el brazo.

—Yo…es decir…Sólo, quizás —comenzó a trastabillar Sam con sus palabras en medio de sus atrevimientos—. Yo sé que sólo es de mendigos el clamar por limosna; pero, tal vez un beso más no sea mucho pedir —le dijo—. Yo sé que usted…




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