No pasó mucho tiempo antes de que Richard le anunciase a Sam su primer despliegue lejos de ella. Se encontraban desayunando en la pequeña cama, ubicada en la vieja barraca en la que ella estaba asignada. Disfrutando del par de bandejas con comida que él mismo se encargó de sustraer, sin que nadie se diera cuenta, de los comedores. Era una nueva costumbre a la que ambos se habían arraigado con bastante facilidad. Cada vez que sus complicados horarios así se los permitía y tenían la oportunidad de amanecer juntos, enredados en los brazos del otro.
—¿A dónde serás enviado? —Preguntó ella mostrando ante él un evidente desasosiego. El apetito se le fue enseguida y entonces, no fue capaz de pasar un bocado más a través de su garganta.
—Sabes que no puedo decirte nada, amor. Lo siento —Fue la inmediata respuesta de Richard y continuó comiendo elevando, de cuando en cuando, la sombra de su mirada hacia ella.
—¿Puedo, al menos, saber por cuánto tiempo estarás fuera? ¿Podremos mantenernos en contacto?
Sin embargo, el silencio de Richard contestó por sí solo y viendo cómo ella simplemente apartaba la bandeja y la dejaba a un lado sobre la cama, éste se preocupó por hacer lo mismo y se impulsó hacia su cuerpo, adueñándose de sus manos.
—Por favor, mi amor, no te pongas así; sino, no podré irme tranquilo. Tú, más que nadie, sabes y comprendes la naturaleza de nuestras funciones. No puedo darte mayores detalles; pero, si tú quieres podemos hacer algo.
—¿Qué? —Preguntó ella y llevando las manos de Richard hasta sus labios, las besó en un par de ocasiones y las acarició con sus mejillas. Las resguardó luego sobre su pecho con profunda aflicción.
—No puedo prometerte que intentaré comunicarme contigo; porque, sabes muy bien, que no lo haré. No debo comprometer la seguridad de mi escuadrón revelando posibles posiciones. Pero, lo que sí puedo hacer —le dijo Richard atrayendo el cuerpo de Sam hasta envolverlo entre sus brazos—, es jurarte que estaré pensando en ti las veinticuatro horas del día. Si tú quieres podemos sincronizar nuestros relojes y cuando suene la alarma, a una hora determinada, entonces sabremos que estamos pensando el uno en el otro, ¿te parece?
La mirada de Sam se perdió por un instante en medio de sus pensamientos y luego la elevó, de nuevo, hasta él.
—No —le contestó, entonces, sumida en constantes negativas. Su cabeza comenzó a moverse de un lado al otro frente a él.
—¿No quieres hacerlo? —Pronunció Richard mostrándose un tanto asombrado—. Y yo que pensé que estaba siendo romántico —le dijo por medio de una avergonzada sonrisa acompañada de contrariedad.
—No, mi amor, no es eso — Se apresuró ella a contestar y girando el cuerpo hacia él, se sentó de frente sobre su regazo, besando la piel de su cuello en múltiples ocasiones y se quedó allí, con los brazos enredados en la firme estructura de su amor. Escondió el rostro de un modo bastante consentido en su pecho, mientras recibía los besos que Richard depositaba sobre su cabello—. Es un hermoso gesto —declaró elevando el rostro y recibió, entonces, parte de aquellos besos sobre sus labios—; pero, es que no me parece una buena idea. ¿Qué tal que se active la alarma en pleno despliegue, mi amor? No, yo no quiero que nada te distraiga estando en el aire. Por favor, no quiero que pienses en mí mientras estés fuera, ¿me oíste? Es más —pronunció Sam, separándose de los constantes besos que seguía percibiendo. Irguió la figura frente a él y le miró de una manera muy seria—, te prohíbo que lo hagas. Tú sólo concéntrate en tu trabajo y en nada más. Y vuelve a mí tan pronto como puedas, ¿quieres, amor?
—Así lo haré — respondió él tomándola con cuidado de los cabellos y venciendo la postura de Sam con el peso de su cuerpo, la tumbó con suavidad sobre las sábanas. Comenzó a acariciar las líneas de sus formas con la fortaleza de sus manos, mientras humedecía la piel de su cuello con sus labios—. Sabes que te amo, ¿no es así?
—No más de lo que yo te amo a ti —respondió ella de inmediato a través de susurros cohibidos de excitación. Sus deseos se reflejaban sobre su rostro como un golpe lleno de dolor; algo que no hacía otra cosa que estimular aún más las ansias de él por hacerla suya y por eso continuaba con la intensidad de sus besos y de sus caricias sobre el cuerpo de ella—. ¿Cuándo debes marcharte?
—Pasada la media noche —respondió él, sin dejar de repasar la firmeza de sus senos con sus labios.
—¡¿Qué?! —Reaccionó ella de inmediato—. Pero…pero, Richard. ¿Por qué me lo dices hasta ahora?
—No puedo hacer nada, amor. Apenas recibí mis órdenes anoche y la verdad es que no quise hacerte pasar una mala velada. Pero, estarás bien, ¿verdad?
«No, no estaré bien», pensó Sam cubriéndose el rostro con ambas manos y viendo cómo él dirigía sus preocupaciones hacia ella, trató de tranquilizarse respirando hondo y de forma constante.
La verdad es que Richard tenía razón; nadie más que ella y encontrándose ambos en el lugar en el que estaban, debía comprender la importancia de las características de sus funciones. No era fácil estar allí y si ella había decidido unirse a él, a sabiendas del peligro de sus obligaciones. Su deber, como su compañera, era comprender y apoyar los momentos en los que sus llamados lo obligasen a separarse de ella. Él no necesitaba una carga extra de presiones y preocupaciones, cortesía de sus egoísmos. De una evidente falta de madurez. Garantizar su seguridad era algo fundamental en la fingida sonrisa que, ahora mismo, dejaba aflorar frente a su rostro. Serena e hipócrita, si; pero esencial para que él pudiese marcharse, concentrándose únicamente en lo que debía hacer. Realizar su trabajo con la mayor eficacia posible y retornar a ella con el único fin de poder amarla una vez más.
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Editado: 24.05.2022