Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 30

No así, aquello no era lo mismo para Sam. Ella no contaba con la entereza que poseía Richard; porque aunque él la hubiese dejado provista de todos sus amores antes de marcharse. Cada vez que era enviado lejos de ella, la pobre sentía que le faltaba el aire mismo para poder respirar. Pensando en que si algo llegaba a ocurrirle no podría soportarlo y por eso cada vez que tenía la oportunidad y se veía liberada de sus obligaciones, salía y caminaba hasta los hangares en la zona de vuelo. Cruzaba la pista de despegues y aterrizajes y se instalaba en el área de descensos. Sentándose, por largas horas, con una pesada enciclopedia médica entre las manos. Con la única fe de que sus anhelos lo hiciesen retornar a ella lo más pronto posible y de que su corazón, el cual se había marchado surcando los cielos junto a él, volviese de nuevo para habitar dentro de su pecho devolviéndole la vida.

Y de hecho que en más de una ocasión y habiéndose ausentado dos, tres o hasta más días; Richard llegó a descender por aquella misma pista en medio de la madrugada,

encontrando a Sam dormida en alguna camilla. Provista, con sus muchas amabilidades, por alguno de los miembros de su escuadrón. Todo con el fin de que la bella doctora pudiese descansar mientras esperaba por él.

Entonces era éste quien, acercándose hasta ella, se inmiscuía en medio de su cansancio y del terrible sueño que siempre la aquejaba. Se inclinaba hasta su rostro con sumo cuidado y la despertaba por medio del tierno y cálido beso que ponía sobre sus labios.

—Hola, amor —lo escuchaba susurrar Sam en ese mismo instante y extendiendo la mano hacia ella, Richard la ayudaba, entonces, a ponerse en pie. Se apresuraba a quitarse la chaqueta de vuelo y la ponía con rapidez sobre sus hombros, protegiéndola del frío—. Vámonos a casa —le decía resguardándola entre sus brazos y de este mismo modo salía junto a ella de aquel hangar.

Pero hubo, también, muchas otras ocasiones en las que Sam tuvo que salir de allí, después de horas y horas de una inútil espera, sin obtener noticia alguna sobre él. Sin saber, siquiera, sobre su estado y sin tener otra alternativa que esperar a que fuese él mismo quien, poniendo apenas un pie en tierra, saliese desesperado a buscarla al hospital, ansioso de estrecharla entre sus brazos.

Era allí cuando le correspondía a Lorie presenciar la paciencia de un hombre siendo puesta a prueba. Cuando lo observaba esperando por ella, horas de horas, en las afueras de las puertas de ingreso

y por eso mismo fue que nunca vislumbró entre ellos ninguna pelea, ningún altercado, ni discusión alguna. Ni siquiera un pequeño desacuerdo de pareceres.

Para una pareja joven, como lo eran ellos y que debían permanecer a la fuerza en un lugar tan árido y hostil, no había cabida para las rencillas. Eso era perder parte de un valiosísimo tiempo del que casi no disponían. Porque contendían con sus múltiples funciones para aprovechar hasta el último segundo desde el momento en el que lograban unirse para amarse de nuevo. Demostrándose así cuanto dependían el uno del otro y desnudando su alma como una muestra plena de aquella dependencia.

Sam nunca le ocultó nada a Richard. Desde el momento en el que su vida se integró a la suya, como si fuesen uno solo, ella siempre fue sincera con sus deseos de saber para con él. Su alma, su mente y su corazón fueron, desde un principio, una fuente de revelaciones para su entendimiento. Al punto de que él mismo podía llegar, acceder y disponer de ella, empapándose de todo el conocimiento que desease adquirir acerca de su vida, sin obtener la mínima resistencia o restricción alguna, por parte de sus pareceres.

A los pocos días de estar juntos, él se enteró de que ella tenía una hija de seis años y aquello fue por iniciativa de la propia Samanta quien, deseosa de obtener sus prontas aprobaciones, no se guardó nada delante de él. Le explicó cómo sucedió todo a base de puntos y señales, abarcando la totalidad del tema. No dejó nada por fuera, aún con el gran temor de que Richard no comprendiese su proceder. De que él pudiese cambiar el concepto que poseía sobre ella, por causa de lo que había hecho años atrás. Por haber abandonado de esa forma a su hija. Quizás de allí y en más, él pensaría que ella era una horrible mujer y se sentiría incapaz de continuar al lado de su vileza y por ende, la idea de formar una familia al lado de ella sería desechada por completo.

Algo que Sam ahora añoraba con la misma intensidad, de quien procura alcanzar la luna con un solo toque de sus dedos. Porque deseaba con todas sus fuerzas permanecer a su lado por el resto de su vida. Fantaseando a diario con llegar a convertirse en su esposa y añorando poder darle hijos al hombre que tanto amaba. Crear la familia que siempre anheló desde el momento en el que se unió a él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.