Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 33

—¿Amor? Tu cena ya está lista —Se escuchó la precavida voz de Sam asomándose por la puerta.

Richard se apresuró a guardar la caja de cristal en el bolsillo de su pantalón e ingresando de nuevo a la barraca, junto a su padre, tomó de manos de ella la humeante bolsita junto a la cuchara de plástico.

Una deliciosa cena militar preparada sólo para él con sus propias manos.

—Hoy nos tocó comida italiana —pronunció Sam revisando el contenido de su propia bolsa—. ¿Te gustan los macarrones con queso o prefieres que cambiemos y comerte tú los ravioles rellenos?

—Los macarrones con queso están bien para mí, amor —respondió él de inmediato—. Tú sabes que los ravioles son para ti.

 Y plasmando sobre los labios de Sam un generoso beso, Richard se sentó en el piso, al pie de la pequeña cama y comenzó a comer.

Sam, al ver que el General se adueñaba de la única silla de madera que, junto con la cama, ponían fin al menaje del diminuto lugar. Se arrodilló al lado de Richard y se preocupó por sacar, debajo de la cama, una caja llena con todas aquellas provisiones.

—Señor —pronunció, entonces, dirigiéndose hacia el General—. ¿Gusta usted que le prepare algo de comer? Es tan sólo agregar algo de agua al empaque térmico y esperar unos pocos minutos para que la comida se caliente. Le ofrezco pastas, estofado de carne…¡Oh, Richard, mira! —Exclamó ella interrumpiendo la carta del menú expuesta frente al General—. Nos enviaron pizza.

—¿En serio? —Mencionó él volcando la mirada sobre el brillante paquete en color café que sostenía ella entre las manos—. Estupendo, hace meses que deseo probar una rebanada. ¿De qué es?

Sam se preocupó, allí mismo, por revisar las etiquetas que informaban sobre el contenido de aquel paquete cargado de provisiones.

—Aquí dice que es de jamón y queso…Uhhh —continuó ella con la mirada puesta sobre lo que leía—. Trae una bebida de vainilla y pie de frutos rojos. También una galleta de chispas de chocolate y café.

—En mis tiempos la comida de supervivencia no eran más que gusanos y las pocas ratas que lograbas encontrar por el camino. ¿Qué rayos hacen ustedes dos comiendo comida de campo? ¿Por qué no se alimentan en los comedores?

—¿Qué tienen de malo las raciones de supervivencia militar? —Expuso Richard ante su padre mientras encumbraba los hombros—. La noche anterior hasta disfrutamos de un delicioso helado de vainilla, ¿no es así, amor? Teníamos años de no probar algo así.

—A mí me gusta —mencionó ella cruzando las piernas y acomodándose al lado de Richard, vertió el agua, contenida en la bolsa térmica, a través de una rendija en el piso de madera y comenzó a comerse los ravioles con sumo deleite delante del General.

—Estas generaciones y sus nuevas tecnologías—pronunció éste invadido de fastidio—. Los consienten tanto que no hacen más que debilitarles el carácter. ¿Cómo es posible que puedan comerse un helado en medio del desierto?

—Tecnología de enfriamiento por compresión —respondieron ambos a una sola voz y uniendo sus miradas, sonrieron allí mismo—. Activas los componentes a base de una poca de agua y en menos de diez minutos te estás refrescando el paladar —terminó de exponer Richard frente a su padre.

—¿Gusta, señor? —Volvió a ofrecer ella, levantando el paquete de comida frente a los ojos del General.

—No, jovencita, muchas gracias —declinó éste con cortesía el amable ofrecimiento y volviendo los ojos hacia Richard, se dirigió a él con sus reclamos—. Hijo, ¿cómo es posible que tengas a esta bella mujer viviendo de esta manera?

—No, señor —Y fue ella quien saliera de inmediato en defensa de su amor—. En realidad, esta es mi barraca; estoy asignada a ella desde hace mucho tiempo. Richard pertenece a los cuarteles generales de vuelo.

—Pero de igual forma ambos quebrantan los reglamentos y él duerme aquí contigo, ¿no es así?

—Si, señor —balbuceó Sam enseguida. Sus mejillas ardieron envueltas en fuego y desviando una mirada invadida de vergüenza, ocultó el rostro del General.

—Entonces, ¿por qué no piden ser asignados a un remolque?

—Porque no estamos casados —replicó Richard repeliendo las necedades de su padre. La verdad es que ya estaba comenzando a perder la paciencia con éste y se lo hizo saber, muy bien, con la forma en la que continuó hablándole—. No podemos tener acceso a tales beneficios; lo sabes muy bien, General. No entiendo por qué te empeñas en continuar fastidiándonos con tantas…

—Amor…—Se interpuso ella con premura y sosteniéndole por el brazo, le hizo retraer el semblante, morderse la lengua y por ende, callar frente a su padre.

—Excusas, siempre excusas —exclamó de seguido el viejo gavilán—. Todo se arreglará si yo intervengo y hago unas cuantas llamadas. Ya verás, muchacho.

Las intenciones de Richard estuvieron a punto de hacerle protestar de nuevo; mas, de pronto, se detuvo y observó el lugar en el que ambos se encontraban viviendo. La comida desabrida y empacada con la que ella a diario se alimentaba y el duro piso de madera astillado que recibía en ese momento el cansancio del cuerpo de su amor. Luego de un interminable turno de trabajo, para ellos cualquier lugar era bueno para descansar. Tenían tantos años de vagar y lidiar, con su día a día, en sitios tan remotos como ese. Acostumbrados a vivir de tal manera y tan lejos de su tierra natal, que ya hasta se habían olvidado de lo que era contar con las comodidades de un verdadero hogar.




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