Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 36

Los sollozos de Sam se mezclaron con sus besos.

 —Tú sabes que jamás me habría ausentado en el día más importante de mi vida…de nuestras vidas —pronunció Richard al tiempo que acariciaba su mejilla colorada, humedecida aún por el llanto derramado. Tomó la cajita de manos de Sam y se arrodilló frente a ella mientras la abría—. Tú eres el amor de mi vida —le dijo elevando el anillo, ofrendándolo delante de su amor—. Y contigo es con quien quiero pasar el resto de mis días. Mi Sam…mi hermoso rayo de sol, ¿me harías el honor, mi amor, de hacerme el hombre más feliz de esta tierra? ¿Te quieres casar conmigo?

Sam no esperó más, un amplio “SI”, mezclado con más llanto derramado, invadió el rostro de Richard con una enorme sonrisa cargada de satisfacción y apresurándose a ponerse en pie con iguales emociones, deslizó el anillo sobre el dedo de Sam para luego dejarse aferrar por el cuello mientras él la estrechaba con fuerza entre sus brazos.

—Si…si quiero —continuaba repitiendo ella una y otra vez—. Si quiero ser tu esposa, mi amor. Si quiero.

Los aplausos, la algarabía y uno que otro chiflido, por parte de los implicados, no se hizo esperar sobre ellos. Todos se habían confabulado con Crowe para que éste pudiese lograr su cometido; así que celebraban por todo lo alto el “Si” de la que ahora era su prometida; mientras observaban como ambos se besaban y se abrazaban con más fuerza aún.

—De verdad que lograste engañarme —susurró Sam en medio de más besos humedecidos. Los cuales no dejaban de recibir sus lágrimas.

—¿Te hice sufrir, mi cielo?

—Mucho —respondió ella, a través de consentidos tonos y entonces, se aferró de nuevo a sus labios—. Me asustaste.

—Perdóname —mencionó él—, no quise hacerte pasar un mal rato; pero, es que quería sorprenderte.

—Y lo conseguiste —contestó Sam inmersa en sus emociones.

Porque reía y lloraba delante de él. Sintiendo todo aquello mil veces más, debido a la frágil condición de su estado. Y ahora que escuchaba como Richard le anunciaba que, “en casa”, le esperaba una sorpresa más, Sam no pudo contenerse por más tiempo y acercándose hasta su oído, susurró palabras ajenas al resto del mundo. Secretos que sólo él pudo escuchar y que le hicieron, allí mismo, resplandecer el rostro al Capitán como el sol del medio día.

—¿En serio? —Pronunció Richard, sintiendo como ella le movía el mundo entero—. No juegues conmigo así, amor, ¿estás segura?

—Uhmjú —respondió Sam a través de tímidos movimientos.

—¿Qué sucede? —Preguntaron los compañeros de Richard e inmiscuyéndose en medio de su intimidad, se acercaron hasta ellos.

—¡¿Qué sucede?! —Exclamó Richard y volviéndose hacia los demás oficiales, se mostró ante ellos hilarante de emoción—. ¡Lo que sucede es que voy a ser papá! —Les dijo.

Y abalanzándose todos aquellos sobre él, hicieron a Sam a un lado y la dejaron replegada en el olvido; mientras que lo felicitaban de la única forma que sabían hacerlo. Dando fuertes manotazos sobre la espalda y las mejillas de Crowe. Con rudos y retumbantes golpes que, a puño cerrado, rebotaban sobre sus brazos y por último, sujetándolo con violentos abrazos de oso y los cuales, el férreo Capitán, se encargaba de devolver de igual manera. Todos en medio del escándalo y el bullicio que sólo una noticia como aquella podía desatar.

El anuncio de un compromiso y la llegada de la cigüeña, todo y en un mismo día, no era algo común en la base de la muerte; como muchos así llegaron a llamar al punto estratégico de despliegues y misiones aéreas en el cual se encontraban.

Sam por su parte, prefirió buscar el resguardo de los brazos maternales de Lorie; entre tanto que las rudezas de todos aquellos hombres, terminaban de demostrarse sus cariños unos a otros. Se concentró en recibir las bienaventuranzas y las felicitaciones de su propio gremio. Miró a su alrededor y entonces sonrió, pues se sintió tan agradecida. Esta vez no sería como la anterior. El padre de su bebé estaba allí, con ella; así como también el amor y la comprensión de una figura materna; que si bien, no era su propia madre, ella la consideraba como tal.

Los oficiales continuaban con un gran alboroto sobre Richard y cuando a uno, entre todos ellos, se le ocurrió la grandiosa idea de que aquello había que salir a celebrarlo a lo grande. Éste se apartó de inmediato y se preocupó por buscar a Sam.

—No —les dijo mientras se adueñaba, una vez más, de la figura de su amor—, lo siento; pero yo no podré acompañarlos.

—¿Y por qué no? —Pronunció ella, quedando de frente a la atónita expresión mostrada por Richard—. Ve con ellos a celebrar —le dijo Sam—. No todos los días le anuncias al mundo que vas a ser padre.

Richard se mantuvo unos pocos segundos más en silencio.

—Pero, mi amor, yo…

—Anda, ve —le insistió ella—. Yo sé que quieres estar con tus amigos para celebrar la buena nueva.

—Si, pero es nuestro aniversario y además, estás embarazada. No te voy a dejar sola.

—No estaré sola, me quedaré aquí con Lorie, en el hospital. Ahora que sé que ya estás aquí me siento tranquila y cuando anochezca te estaré esperando “en casa” para cenar y celebrar nuestra dicha. Anda, mi amor, que hace mucho tiempo que no te distraes. No todo en la vida es sólo trabajo, más trabajo y familia, Capitán.




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