Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 37

No fue tanto como una eternidad lo que tuvo que transcurrir para que Richard advirtiese cómo el vientre de Sam crecía a pasos agigantados. Lo difícil de la situación y el incremento de las movilizaciones, lo obligaban a acudir cada vez más seguido a sus llamados; teniendo que ausentarse de su lado por períodos de una o hasta dos semanas consecutivas.

Cada vez que retornaba a la base se alarmaba, en gran manera, al notar lo mucho que le había crecido la barriga y entre más aumentaba ésta, más crecía en él la inquietud de que ella y su hijo aún permaneciesen allí, en aquella base aérea; cuando era un factor de reglamentación el que Sam retornase a casa de inmediato, debido a su estado de gestación.

Ahora que Richard sabía que su amor iba a dar a luz un varoncito, se dio cuenta de que no compartía para nada los ideales de su padre. El imaginarse a su hijo creciendo del mismo modo en que él lo hizo, no le atraía en absoluto. Ser el hijo de un militar de alto rango no fue nada sencillo para él y para su hermano.

La constante ausencia del padre, los traslados inminentes de las bases en las que vivían cada cierto período de tiempo. Los cambios repentinos de escuela y los problemas que presentaban para construir y luego conservar los lazos sociales con sus amistades, no era lo que él quería para el niño.

Su vida tomó algo de normalidad en cuanto sus padres se divorciaron y ellos regresaron a casa al lado de su madre; pero aquello no duró mucho tiempo, porque en cuanto la madre de Richard murió, la insistencia y las presiones del General, al haber llegado ambos varones a la mayoría de edad, los tenía enlistados en las fuerzas antes de que éstos hubiesen alcanzado a decir siquiera: ¡Si, señor!

Y aquello estaba muy bien para él; pues, en realidad, le apasionaba su profesión y le honraba, en gran manera, el servicio que brindaba a su país. Y si no hubiese sido porque ella llegó a su vida y si no hubiese sido porque ella se interpuso en su camino, él…él quizás nunca….Sam vino a anteponerse sobre todas sus prioridades y por ello mismo fue que Richard entró en disputa con sus ideales. Con los deberes de militar que hasta la fecha había tenido tan arraigados, tan inamovibles dentro de su ser. Porque, ahora, cada vez que se acercaba a ella y tocaba su vientre, podía sentir cómo el bebé comenzaba a moverse con gran fuerza en su interior.

—Él sabe que eres tú —le decía Sam, sosteniendo con firmeza la mano de Richard sobre su cuerpo.

—Pero, ¿cómo es eso posible? —Preguntaba él, entonces, mostrándose maravillado.

—Él sabe que tú eres su padre y por eso reacciona de ese modo ante tu presencia, ante tu contacto, ante tu voz. Él puede sentirte a través de mí.

Sam se recostaba sobre la cama y se descubría el vientre. Entonces, Richard posaba el rostro sobre aquella gran barriga y le hacía escuchar su voz.

El pequeño se volvía loco en cuanto el padre le hablaba; algo que lo conducía a él también a la locura; porque, cómo iba a permitir que esta personita tan diminuta, que tan siquiera había descubierto la luz del sol y que ya reaccionaba de esa forma con el solo estímulo de su voz, no tuviese la oportunidad de llevar una vida normal, como todo niño se la merece desde el primer momento en el que sale del vientre materno. Él era su padre y si ambos…Si Sam y él permanecían allí, eso no iba a suceder; por eso Richard se encargó de tomar una decisión allí mismo. Ellos dos abandonarían la vida militar.

Era un tema muy delicado que sabía tenía que consultar primero con ella; pero, él estaba casi seguro de que Sam pensaba de igual forma. La verdad es que Richard nunca se sintió cómodo teniéndola allí, en semejante lugar. Mucho menos ahora que se encontraba en estado y aunque, hasta ese momento, ambos habían burlado de sus superiores el tema de su embarazo. Decidió que él mismo la haría volver a casa. Ella ya había estado en el frente, había sido herida en medio de la batalla…Ella ya había cumplido con su deber. Si en el pasado utilizar las influencias de su padre le parecía un acto corrupto y de vil deshonra por parte de un soldado, ahora mismo Richard confabulaba el modo de que Sam pudiese terminar lo que le restaba de su servicio obligatorio y de sus estudios de especialización en casa y en cuanto le fuese posible, él mismo abandonaría todo aquello para unirse a ella en la tranquilidad de una vida civil.

De todos modos, pensaba, ya era tiempo de que Sam retornase a casa de sus padres para que reclamase a su hija. Desde que se enteró que esperaba un nuevo bebé, los remordimientos y las tristezas de sus recuerdos, a causa de su pequeña, se fueron acrecentando. Él mismo la miraba sufrir constantemente debido a los pensamientos que ella le dedicaba a la niña. Sam no le decía nada, pero él podía sentirlo…podía leerlo en su mirada. Ahora ella le entregaría todo su amor, todo su cariño y su protección a este pequeño ser que cargaba dentro de su vientre, sabiendo que no había hecho lo mismo con la niña que había abandonado tantos años atrás y eso le destrozaba el alma. Cómo podría ser una buena madre, teniendo tan presente la atrocidad que había cometido en el pasado.

—Vamos a recuperarla —le dijo Richard aquella tarde y en la que descubrió a Sam llorando en silencio mientras se encontraba oculta en el baño—. Sabes muy bien que la veré de igual forma y la querré tanto como si fuese mía. Sólo me basta que venga de ti para que así sea, amor.

—Lo que dices…la forma en que lo dices. No es tan sencillo, Richard —contestó ella volviendo una mirada inundada de lágrimas hacia él. Sentía mucho temor de tener que volver allá—. Se supone que jamás regresaría a ese lugar. Ni siquiera sé si ella sabe algo acerca de mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.