Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 39

Ya era pasada la media noche cuando Richard descendió, por fin, por la pista de aterrizajes y como el controlador aéreo lo recibió de una con sus burlas, debido al aspecto desaliñado y roto de su uniforme, éste no hizo más que pasar de su lado sin prestar mayor atención a sus provocaciones. Pero aquel continuó sobre sus pasos incitándolo y queriendo pasarla bien a costillas del mal humor que, de por sí, ya se cargaba el Capitán sobre su humanidad.

 —Estuvo bueno el revolcón, ¿no es así, Crowe? —Lanzó sobre él persistiendo en sus patanerías—. La próxima vez asegúrate de quitarte el uniforme antes de cogerte a esas putas de callejón. Son unas salvajes, si lo sabré yo. No debiste haber vuelto sino hasta el amanecer, hermano. No vaya ser que a tu doctorcita le dé por buscar esta noche lo que otra ya succionó.

—¡Mira, pedazo de mierda! —Se fue Richard en contra de él y sin darle tiempo a nada, incrustó la densa estructura del controlador en la pared de concreto que tenía al lado. Lo tomó del mameluco y lo elevó de cuerpo entero hasta que su mirada, cargada de furia, se encontró con las resistencias de su rostro—. La próxima vez que te llenes el hocico de tanta porquería, asegúrate de hacerlo cuando te refieras a tu propia mujer. Si no quieres que te rompa ¡la puta madre aquí mismo!

—¡Oye, cálmate! —Le dijo éste y permaneció en sus empecinados intentos por zafarse de las fuerzas del Capitán—. ¡Tan sólo fue una broma!

—Ve a jugarle bromas a la madre que te parió —le contestó Richard y soltando la tela de su mameluco, lo dejó caer en tierra por medio de un estrepitoso golpe—. ¡Imbécil, malnacido! —Dejó salir a los cuatro vientos y dando media vuelta, se fue de allí botando chispas.

Para cuando llegó al remolque su respiración aún se asemejaba a la de un animal embravecido y cuando ingresó a éste, permanecía igual de alterado. Observó como ella dormía sumida en una profunda calma; algo que ahora era muy común debido a su estado. La fatiga de encontrarse ya en su último trimestre de embarazo, la hacía dormir casi que todo el tiempo que se encontraba libre de sus funciones. Por lo cual Richard respiró hondo e intentó calmar los enardecidos ánimos que se cargaba; permaneció un buen rato bajo los fríos chorros de la ducha y cuando salió, fue directo a la cama y se acomodó a su lado.

Como tenía ahora por costumbre, lo primero que hizo fue llevar el rostro hasta el vientre de Sam y comenzó, entonces, a hablarle a su hijo. Al instante la criaturita empezó a moverse. Podía verlo a través de la delgada y ajustada blusa blanca de tirantes que ella llevaba puesta. Aquellos movimientos se asemejaban a las olas del mar en medio de una tempestuosa tormenta; así que se emocionó y puso ambas manos sobre el vientre de su amor y continuó hablándole al niño, sintiendo como el bebé recorría de arriba abajo y de un lado al otro el interior de su madre. Lo cual provocó que Sam despertase, mostrándose inquieta, debido a la continua agitación de su pequeño.

—Hola.

—Hola, amor —respondió él, mostrándose ante ella un tanto decaído.

—¿Qué sucede? —Preguntó Sam de inmediato; comenzó a acariciar el cabello de Richard, pues él continuaba sobre su vientre y se le notaba que estaba bastante cabizbajo. Mas arrullado ahora por las continuas caricias de su mujer.

—No…no te detengas, ¿quieres? Continúa, amor.

—¿Qué tienes, mi amor? —Le dijo ella comenzando a preocuparse—. Vienes de hablar con tu padre, ¿cierto?

—Si no te importa, por ahora prefiero no hablar de eso —le dijo Richard y se quedó allí, para que ella continuase consintiéndolo.

Sam sabía, muy bien, lo indispuesto que él se ponía luego de sus tropezados encuentros con el General; así que lo único que quedaba por hacer era esperar a que pasaran las horas y que él mismo se repusiera volviendo a la normalidad.

—Sabes que te amo, ¿no es así?

—No más de lo que yo te amo a ti —respondió él y besando su vientre en un par de ocasiones, respiró, entonces, con más alivio.

Esta no era la primera vez que el General lo enviaba a ella de esa forma y por eso los continuos arrullos que continuaban recibiendo las ondas castañas de su cabello y las abiertas declaraciones de amor que se encargaban, de a poco, de calmar los ánimos en Richard. Quizás ella no podía hacer nada al respecto con la relación tan hostil que él sostenía con su padre; así que lo mínimo que podía hacer era hacerle saber y recordarle, a cada instante, cuánto lo amaba. Que su amor por él era infinito y que siempre estaría a su lado para decírselo, una y otra vez, hasta que él volviese de sus conflictos.

Lo envolvió con toda la fuerza de sus amores y antes de que él se diera cuenta, se encontró inmerso en medio de los besos, las sonrisas y más caricias por parte de ella. Entonces, se olvidó por completo del mal rato que le había hecho pasar su progenitor.

Y lo mejor de todo era que ya no se encontraban solos; ya que ahora se le unía a ella un pequeñito…un angelito en una vivaz campaña por levantar los ánimos de Richard. La barriga de Sam comenzó a brincar como si su niño demostrase, con sus enérgicos movimientos, la felicidad que le producía el sentir a sus padres tan enamorados.

Fue allí cuando Richard reparó en su interior y se dio cuenta de que a quién le importaba el mundo entero. Mientras que ella y su hijo estuviesen a su lado, los golpes, los insultos y las hirientes palabras del General salían sobrando.




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