Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 40

Esa tarde Richard degustaba su té sentado frente a la mesa rectangular, ubicada en la diminuta cocina del remolque. Leía con toda tranquilidad una revista o al menos, eso era lo que aparentaba hacer; pensando, en realidad, cuál sería la mejor forma de comenzar a proceder con respecto a todo aquello.

Luego de estar más de una semana ausente, en lo que fuera uno de los despliegues más duros de su vida y en los que varios de sus amigos no volvieron, era lo único que podía hacer con tal de simular una aparente normalidad y no tener que mencionarle nada a ella de lo ocurrido. Sin embargo, era de urgencia extrema el que actuase ahora mismo ante lo que estaba sucediendo; pero, no hallaba la forma de abordar el tema sin que Sam, encontrándose en su estado, con siete meses de embarazo y un enorme vientre que por fin se había revelado en todo su esplendor, cediera a su pedido sin alterarse por completo.

Por eso continuaba ocultando sus meditaciones y el nostálgico silencio que las acompañaba, en los breves, pero continuos, sorbos de su bebida caliente.

—¿Qué haces? —Se precipitó Sam en medio de sus pensamientos y extendiendo el brazo intentó adueñarse de la taza, arrebatándola de sus manos.

No así, siendo más veloz que ella, Richard esquivó sus movimientos y logró evadirla, provocando la indignación de su rostro.

—¡Vaya! —Alegó, entonces, éste por medio de una sonrisa burlona—. Eres, casi, tan imperceptible como un misil “SAM”, amor. Le hace honor a tu nombre, ¿sabes? Por poco logras interceptarme. Suerte que cuento con amplia experiencia en esquivarlos.

—No digas esas cosas, que me asustas —le amonestó ella, mostrándose invadida de horror delante de él. Imaginarlo en medio de tales maniobras la asustaba a morir.

—Lo siento, mi amor.

—¿Qué haces de nuevo con esa taza en las manos, Richard? La he tirado en un millón de ocasiones y tú la vuelves a sacar del basurero. Sabes que tiene los bordes rotos, podrías lastimarte.

—Pero es mi taza favorita, amor —respondió él resguardándola con fuerza entre las manos—. Además, creo ser lo suficientemente capaz de…

—Dámela —demandó ella acotando, allí mismo, sus argumentos y extendiendo la mano delante de él, esperó—, me dices lo mismo cada vez que te descubro llevándotela a los labios…Richard, dámela —insistió ella y continuó esperando hasta que, por fin, obtuvo lo que toda mujer en condición tan frágil, como la suya, obtiene.

Richard puso la taza en su mano y se quedó viendo, con el corazón hecho un puño, cómo ésta era hundida de nuevo entre los desperdicios del basurero y como para que sus designios no fuesen contrariados una vez más, esta vez Sam se encargó de estrellarla contra el borde del bote, haciéndola añicos frente a él. Entonces, tomó una taza nueva y preparó otro té. Lo puso delante de Richard otorgándole un tierno beso sobre la frente y le miró a los ojos.

—No te enfades, mi amor. Es que no quiero que te lastimes.

—Claro —respondió éste mostrando una total conformidad ante todo aquello y recibiendo de ella sus labios, la besó con igual ternura—. Gracias por preocuparte tanto por mí —le dijo otorgando otro beso sobre su pancita.

Sam se retiró muy conforme a dormir la siesta y dejó a Richard lanzando miradas de fuego y de odio sobre la vil taza negra que, ahora mismo, tenía frente a sus malos gestos. Luego miró otra vez el basurero y se dolió por la nueva baja de su unidad. Cuántas veces aquella taza lo confortó, conteniendo una suave bebida humeante, después de volver de sus muchas misiones.

—Adiós, compañera —susurró en aparente locura y llevándose la mano hasta la frente, le otorgó un merecido saludo final a quien sirviese junto a él hasta el día de su destrucción.

La taza negra que aún humeaba frente a sus ojos y que le invitaba a beber de su despreciable y nueva figura, fue apartada de inmediato y dejada relegada a un lado de la mesa. Quizás el haber perdido, hacía tan sólo unos pocos días, a dos de sus mejores amigos en el último despliegue, mantenía a Richard bajo un estado de evidente susceptibilidad y por eso mismo, se mostraba reacio a querer aceptar nuevas pérdidas. Ellos habían sido sus compañeros de vuelo de toda una vida; fueron cientos de misiones volando junto a ellos y ahora éstos, simplemente, habían desaparecido del radar. De una forma repentina, casi tan abrupta como la que ella utilizó para arrebatarle el calor y el confort que, su vieja amiga, le transmitía a través de sus vapores.

«Pero, esto no se quedará así», pensó Richard levantándose de la silla; pues ella ahora tendría que resarcir, con sus besos y sus muchas caricias, todo el daño que le había causado. Caminó de una forma muy resuelta hasta llegar al dormitorio; en donde Sam ya se había despojado de la mayor parte de su ropa y se disponía a dormir, con toda placidez, bajo la ligereza de un par de prendas de vestir; pero al ver cómo él, simplemente, se quitaba la camisa, el pantalón y todo lo demás. Se introducía en la cama junto a ella, hasta acomodarse detrás de su cuerpo y sin decirle nada. Sam se mostró muy sumisa ante él y hacia sus deseos; recibiéndolo, sin mayor preámbulo, dentro de ella, con la única advertencia de que tuviese cuidado. Algo que él procuró aún en medio de su desasosiego; porque ahogado entre gemidos de placer, Richard no se detuvo, por un largo rato, hasta que explotó dentro de ella por medio de graves gruñidos y hundió el rostro, cargado de dolor, sobre sus cabellos.




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