Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 43

—Estaba a punto de salir a buscarte. ¿Qué estás haciendo aquí? —Increpó Richard, mientras la apartaba de su pecho tan sólo para poder enfrentarla con la reprensión de su mirada—. Te dije que no salieras de la base. Te lo supliqué mil veces, amor ¿por qué me haces esto?

—Yo… — comenzó a balbucear ella.

—Yo le dije que ustedes, simplemente, habían salido a dar un paseo —intervino la anciana voz del Dr. Grace; quien vestido con la gloria de un felpudo mameluco, hacía envolver de éste sus decrépitas y encorvadas formas—; pero este muchacho se puso demasiado nervioso al no encontrarte aquí, jovencita.

Y cos, cos, cos, cos. El anciano comenzó a toser de una forma copiosa una vez más.

—Doctor, no debió salir de la cama —le reprendió Sam allí mismo y volviéndose hacia las chicas, quienes aguardaban ya detrás de ella, les dio indicaciones para que lo llevasen de nuevo a su habitación—. Que bueno que ya estás aquí, mi amor —pronunció Sam y elevando la mirada, se encontró con la seriedad que aún se apostaba sobre el rostro de Richard—. Tuve tanto miedo, he querido perder el juicio pensando cuanta tontería se me ha venido a la ment…

—Recoge tus cosas —le indicó Richard antes de que ella pudiese terminar de hablar—, nos vamos, ahora mismo, a la base.

La verdad es que se sentía demasiado molesto con ella y se lo hizo saber por medio del tono de voz que empleó sobre sus palabras. No podía creer que Sam le hubiese hecho algo semejante. Casi muere del terror cuando, al descender, no la encontró en donde se supone que ella y el bebé estarían a salvo, esperando fielmente por él y bien resguardados en la seguridad de la base. Se detuvo a mirar, con más calma, el horripilante lugar donde se encontraban. Así que supo de inmediato que no le permitiría estar allí ni un segundo más.

Las chicas, quienes ya venían de regreso, no pudieron ocultar la perplejidad de sus expresiones al escuchar las temibles palabras dictadas por el oficial. Porque, ¿qué se supone que pasaría con todas aquellas personas que habían esperado pacientemente, todo aquel día, para que las atendiesen y a las cuales les habían indicado que volvieran al día siguiente para obtener su consulta? ¿Qué pasaría con la chica embarazada y a la cual la doctora tenía que pedir la autorización para realizar su traslado a la base?

No obstante, ambas sujetaron sus lenguas por temor a la imponente y temible figura del Capitán, así que guardaron silencio. Siendo la misma Samanta quien no tardara en exponer ante Richard toda la situación.

—Pero, amor —Se apresuró a refutar éste en contra de todo aquello y a viva voz—. Comprende que no es seguro permanecer en un lugar como este. Tienes siete meses de embarazo. ¿Qué sucedería si entras en labor? No pensarás dar a luz en esta pocilga, ¿o si?

—¡Shhhhh! —Le hizo callar Sam de inmediato. Esto antes de que el Dr. Grace lo escuchase y se ofendiese por la brusquedad de sus palabras. No después de que ella misma estuviese enterada de tan noble y larga trayectoria emprendida por el galeno; pero fue muy tarde.

—Este chico tiene razón —Se escuchó la voz temblorosa del doctor; proyectándose, apagada y muy difusa, desde la lejanía de su habitación—. Este lugar no es más que una pocilga. No digno de que el hijo de un valiente oficial y el cual sirve con vehemencia a nuestra nación, venga al mundo.

La mirada de Richard se fue en contra del azorado rostro de Sam.

—Ya escuchaste al viejo, vámonos —le dijo y tomando al pie y para su propio beneficio aquellas palabras, la tomó de la mano.

—Pero, amor…

—He dicho que nos vamos —Se impuso ante ella.

Sam guardó silencio y no pudo hacer otra cosa que girar hacia la tristeza proyectada sobre el rostro de las chicas y expresando ante ellas una muy apenada disculpa, acató allí mismo las disposiciones de Richard. Tomó las pocas cosas que llevaba consigo y salió del hospital tomada de su mano.

Wendy se detuvo justo debajo del marco de la puerta y se dejó ir de lado con el hombro puesto sobre las tablillas; viendo, sin posibilidad alguna de hacer nada, cómo el helicóptero se elevaba en ese mismo instante por los aires. Al mando de los controles iba el temible oficial que las amedrentara con su sola presencia y a su lado, la estrella fugaz que, por un segundo, alumbrase el firmamento de los pobres habitantes de la isla. Una vez perdida la aeronave de su vista dejó salir un hondo y largo suspiro, así que se introdujo de nuevo en el hospital y cerró la puerta tras ella.

 

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Esa misma noche, estando instalados en la base y encontrándose ambos en la cama, Richard no dejaba de ver, a cada segundo, el lugar que ocupaba Sam junto a él. Hasta ahora y en todo este tiempo lo único que había visto de ella era su espalda; así que arriesgándose a ser rechazado y mostrando la cautela de sus movimientos, se aventuró a aproximar su cuerpo hasta ella por detrás y se aseguró, entonces, de cerrar la brecha que los separaba.

—¿Aún estás enfadada conmigo? —Preguntó con precaución y paseando su aliento sobre sus cabellos, terminó por hacerlos a un lado. Plasmó sus labios sobre la piel de su cuello, en múltiples ocasiones, mientras acariciaba su vientre.




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