Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 45

En el momento en que el sol alcanzaba ya su punto más alto, Sam se encontraba aún en los adentros del edificio y terminaba de atender, por fin, a su último paciente. La caravana de asistentes, enfermeras y demás equipo médico, se preparaban en ese mismo instante para enrumbarse de vuelta a la base, prometiendo a los aldeanos volver sin falta al mes siguiente. Quizás y si topaban con algo de suerte, algún otro médico podría acompañarlos en su próxima misión. Por ahora se encontraban más que satisfechos y agradecidos.

Al Dr. Grace se le veía un poco más restablecido de sus dolencias; así que se marchaban sintiéndose bastante tranquilos y lo más importante de todo era que no se había presentado ninguna emergencia mayor. Por lo que todo había salido a la perfección y no pedían ni un ápice más de todo aquello.

La joven embarazada esperaba ya, en las afueras del camión blindado, para ser trasladada a la base por vía terrestre y lo único que les restaba a las chicas por hacer, antes de marcharse, era ejecutar un último gesto de bondad hacia todos aquellos chiquitines; quienes atisbando como éstas se plantaban sobre las bases de la plazoleta, abandonaron la continua exploración que emprendían sobre aquella gigantesca máquina de vuelo y se desprendieron del helicóptero, abalanzándose sobre ellas con sus gritos y más demandas. Las chicas se apresuraron y comenzaron a repartir los dulces que, de inmediato, eran arrebatados de sus manos. Como si alimentasen palomas en el parque, en medio de un caluroso día de verano.

Incluso el pequeñito que se entretuvo por horas, sobre el regazo de Richard, jugando en la cabina con los controles de vuelo, saltó allí mismo de sus piernas y se lanzó por la puerta con desespero; viéndose Richard en la obligación de actuar con rapidez, pues si no se apresura y lo atrapa de la camisa mientras éste iba en el aire, el niño se hubiese estrellado contra el suelo y todo con tal de no quedarse sin sus dulces.

A los pocos segundos lo miraba retornar hasta él invadido en llanto; pues aún y con la maniobra suicida que emprendió, aquellos fueron más veloces y no llegó a tiempo a la repartición, quedándose sin nada.

—Ven aquí, no llores —pronunció Richard con una sonrisa puesta sobre los labios y elevándolo entre sus brazos, limpió las lágrimas del pequeño con la enorme palma de su mano y lo llevó consigo, una vez más, hasta los interiores de la cabina de la nave—. Yo tengo algo mejor para ti —confió al chiquitín por medio de los susurros paternales de su voz y aunque el pequeñito no entendía nada de lo que él le hablaba, se le iluminó el rostro al verlo sacar una bolsa llena de barritas de regaliz. Richard tomó un par de barritas y las puso en sus pequeñas manos, el niño comenzó a devorarlas allí mismo y le sonreía cada vez que elevaba la mirada hasta él.

En el momento en el que Sam se acercó hasta el helicóptero buscando al padre de su bebé, lo encontró muy a gusto y sentado sobre la puerta lateral del gran aparato. Con un pequeño desconocido sobre las piernas y ambos muy concentrados en la dificultosa tarea de acabar con el dulce que aún sostenían entre las manos. La bolsa de caramelos que antes le pertenecía a ella y la cual se encontraba llena de su golosina favorita, la miró y ahora tan sólo le restaban un par de barritas abandonadas en su interior.

—Oops —pronunció Richard en seguida y encontrándose de frente con la ingenuidad proyectada sobre el rostro del pequeñito, le sonrió allí mismo—…creo que nos descubrieron.

El niño sonrió junto con él y aunque no entendía su idioma, se sentía tan a gusto y tan seguro, resguardado en los poderosos dominios de aquel gigante tan amable, que continuó comiendo su dulce sin pena alguna delante de Sam.

—Lo siento, amor —pronunció Richard en medio de una atemorizada sonrisa. Terminó de descender y puso al niño en tierra—, creo que me asaltaron. En cuanto vuelva te traigo otra bolsa llena con tus caramelos.

Él sabía lo mucho que Sam los defendía, por lo escasos y lo difíciles que eran de conseguir en aquel lugar; pero, no recibió de ella más que sus aprobaciones, junto al tierno y dulce mirar que la llevó a acercarse hasta sus labios.

—Serás un gran padre —le dijo invadida de muchas emociones—. Eres adorable, mi amor. Ven, vamos —Y tomándole de la mano, lo llevó consigo a dar la misma caminata que ella diese el día anterior al lado de las chicas.

Ellos no tenían la necesidad de partir a la misma hora que la brigada médica. Las tres horas por tierra que les tomaría a éstos llegar hasta la base, se verían reducidas a unos pocos minutos de vuelo; así que contaban con tiempo de sobra antes de que Richard tuviese que volver y marcharse. Lo que, simplemente, era perfecto, pensó Sam con el rostro resplandeciente de alegría; pues ella quería que los deseos de Richard y los cuales, al final de todo, habían terminado siendo sus propios deseos, se hiciesen realidad. Ambos descalzos, tomados de la mano y realizando la tan anhelada caminata, sobre la playa. Algo de lo que él tanto le habló aquella primera vez y en la que sostuvieron, por fin, una verdadera conversación, amándose luego hasta al amanecer.

Muy pronto el viento soplaba ya con gentileza sobre sus rostros y el suave oleaje aliviaba el ardor de la arena blanca bajos sus pies, refrescando el calor de sus cuerpos. La hermosura de aquel paisaje se descubría ante sus ojos como un paraíso de verdes murallas boscosas y el azul del cielo se reflejaba con gentileza en las cristalinas olas del mar. Rompían con la quietud de sus movimientos sobre la orilla que ahora recorrían muy juntos y tomados de la mano.




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