Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 50

En cuanto sus ojos se abren, no pasa mucho tiempo antes de que Sam se percate de que se encuentra en el hospital. La luz de la habitación es tenue; aún así lastima sus ojos, por lo que los cierra de inmediato. Los recuerdos de la noche anterior comienzan a agolparse dentro de su memoria y entonces, un leve sollozo brota desde sus adentros, haciéndole temblar la garganta. Todo es justo como en un principio lo fue. Una vez más se encuentra internada en un hospital. Una vez más siendo medicada hasta perder la conciencia para apartarla de sus locuras. De nuevo está sola y muy lejos del mundo que alguna vez conoció. Mas así es como debe ser y piensa esto llevándose ambas manos hasta el rostro, limpiando el par de lágrimas que se han deslizado por sus mejillas.

En su mano derecha hay una vía con suero hidratando su cuerpo y en cuanto la revisa, con más detenimiento, no encuentra ningún otro medicamento siendo administrado a través de ésta. Luego de lo ocurrido se extraña de que esto sea así. Ella no puede correr el riesgo de seguir dañando a los que se encuentran a su alrededor. Sus brazos caen hacia los costados y golpea algo duro, suscitando los leves quejidos que se elevan desde la orilla de la cama.

David despierta adolorido y lo primero que hace es llevarse la mano hasta la cabeza. Sostiene la herida que ella misma le provocó la noche anterior, sintiendo como miles de agujas se incrustan entre las puntadas que Lorie se encargó de tejer sobre su cuero cabelludo. No así, al parecer el cansancio le puede más porque, adueñándose de la mano de Sam, lo único que hace es ponerla bajo su mejilla y entonces, vuelve a dormir.

Se le mira tan incómodo sentado en aquella pequeña silla, con el cuerpo inclinado hacia adelante, la cabeza gacha y apoyado sobre la cama junto a ella. De seguro que ha permanecido allí toda la noche, en esa misma pose. Incómodo y maltrecho negándose, bajo ningún motivo, a dejarla. Porque aún después de todo lo ocurrido, él continúa allí como se lo prometió. No la ha abandonado, sino que permanece junto a ella a pesar de ser testigo y de haberse enterado de los actos de locura que la consumen. De las barbaridades que ella comete aún en contra de su voluntad.

Su mano se libera de él y Sam se preocupa por llevarla hasta su rostro tan sólo para poder acariciarlo. Para comenzar a recorrer, a través de cuidadosos movimientos, la hermosa piel que envuelve su semblante. Lo mira y se da cuenta de que su barba está tan crecida; puede notarlo por la forma en la que su mano entreteje pequeños mechones disparejos alrededor de sus dedos. Él siempre se ha preocupado tanto por llevarla bien cuidada y recortada. Cada mañana, después de ducharse, Sam lo mira arreglándola frente al espejo, asegurándose de lucir pulcro y bien aliñado. Es indudable que lo acontecido en los últimos días le ha hecho olvidarse de su apariencia y por ende, la ha descuidado.

Aún no comprende por qué, siendo tan joven, David lleva esa barba tan poblada cubriéndole el rostro. Ella nunca le ha mencionado nada al respecto, pero siempre ha deseado poder verlo sin ésta; porque, aparte de sus hermosos ojos azules, Sam no logra reconocer en él a aquel chico que conoció hace tantos años atrás. Cuando ambos eran tan sólo unos niños y la vida no era más que un parque de juegos lleno de arcoíris y de algodones de azúcar. Quisiera saber si puede descubrir, en el hombre que ahora tiene a su lado, alguna seña lejana de aquel chiquillo.

Aún recuerda la forma en la que él la cuidó, aquel día, en su habitación y sonríe al ver frente a ella aquellas imágenes. Un joven que, con el rostro lastimado y el cuerpo diezmado en sus fuerzas, corrió hacia ella, con charola en mano, hasta poner frente a su descaro un tazón con sopa caliente. Si tan sólo David se hubiese dado cuenta del bien que le hizo con su amable gesto. De la forma en la que él mismo llevó la cuchara hasta su boca, en un par de ocasiones, todo con tal de que ella se repusiese lo más pronto posible.

—David…mi David —susurra Sam en medio de sus sollozos. Porque no puede evitarlo. Porque aún y con aquella barba tan descuidada se le ve tan bello…tan hermoso. Lo mira dormir y se da cuenta de que nana tiene razón, él se ha convertido en un hermoso cisne de alas extendidas. Sam sabe que David podría estar con la mujer que él quisiese; sin embargo, elige continuar allí, a su lado. Siendo ella el desastre de ser humano que es y por eso es que, con la suave caricia de sus manos puesta aún sobre sus disertaciones, permanece mimándolo.

David termina de despertar. Sus ojos se abren de a poco mientras sonríe sintiendo el roce de ella sobre su piel y lo primero que hace es tomar de nuevo la mano de Sam, llevarla hasta sus labios y besarla con mucho cariño.

—Hola.

—Hola —pronuncia él—, ¿cómo te sientes? Dormiste mucho…Eso es bueno, ¿cierto? —Y con una tierna sonrisa dibujada en los labios, se preocupa por continuar repasando la mano de Sam sobre su piel.

Sin embargo, ella no puede hacer otra cosa que mirar la herida tan profunda que se extiende sobre su cabeza.

—David, perdóname —le dice y retirándose de él, baja la mirada invadida de ofuscación—. ¿Qué es lo que haces? No deberías estar aquí.




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