Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 51

David baja la mirada, su rostro se encuentra empapado en sudor y calla con tristeza sus pensamientos, mientras se sienta a su lado sobre la cama. La mira dormir bajo el sigilo de los fuertes medicamentos que le han sido administrados y se duele tanto de advertir la agonía tan horrible que ella experimenta; pero, a la vez, su corazón se oprime en un apretado puño de contradicciones, porque observa el terrible padecer que aún experimenta Sam por él…por su muerte.

Él sabe que ella todavía lo ama con pasión y con locura. Es un sentimiento egoísta y bastante detestable de parte suya, a decir verdad. Porque le destrozó el escucharla hablar así, de esa manera tan desesperada acerca de su único y verdadero amor.

Richard ni siquiera se encuentra allí, en cuerpo presente; no así David sabe que Sam vive y respira a cada segundo por su recuerdo y eso, simplemente, es algo contra lo que él no puede competir.

Comprende y se muestra consciente de lo mucho que ella lo quiere, sí; pero aquello no es más que eso, tan sólo un simple querer. Allí no hay nada más para él, porque Sam nunca podrá llegar a amarlo, de una forma ni remotamente parecida, como le amó a él…como todavía le ama. Y esta es una cruda realidad que acaba de comprender.

Toma de nuevo su lugar en la silla, junto a la cama. Él le prometió que permanecería allí y así mismo piensa cumplir; no se moverá de su lado hasta que ella abra los ojos y luego…luego piensa que ambos tienen muchas cosas qué discutir. Su futuro por ahora es tan incierto y por esto, prefiere dejar de pensar en todo aquello. Se concentra, más bien, en observar la quietud de su semblante y en el pasivo dormir que de ella se refleja. El cual lo lleva a preguntarse qué estará sucediendo, ahora mismo, en su interior…dentro de su mente.

No sabe que Sam se encuentra caminando, en ese mismo instante, por el estrecho sendero en medio del bosque y que muy pronto, el campo abierto lleno de flores se descubre ante ella. Se apresura y se despoja del calzado, deleitándose en recolectar las bellas margaritas que tanto le gustan sobre su vestido. La voz de Richard se escucha a lo lejos; sin embargo, aquella intensa luz que golpea sus ojos le impide mirar más allá de una débil silueta que se pierde en la distancia. Sam deja caer las flores de su vestido y corre detrás de su voz. Se adentra en la espesura del bosque y lo sigue con la angustia remarcada bajo el terror de sus ojos.

—¡Richard!

—Aquí, amor.

—¿Dónde estás? —Pronuncia Sam con el agobio de su voz. Continúa corriendo, buscándolo con desespero; pero cada vez que se acerca, él parece perderse en medio de los tenebrosos caminos que la rodean y cuando descubre, por fin, su silueta dibujada a la distancia, corre más rápido aún con el vientre atado entre las manos. Las ramas de los árboles abofeteando fielmente su rostro y no se detiene hasta que se mira a punto de alcanzarle y en cuanto extiende la mano, para tomarle por el hombro, la figura de Richard desaparece como si fuese un espejismo frente a sus ojos. La tierra se abre bajo sus pies y la arrastra hacia el abismo sin fin, por el cual sabe caerá por los siglos de los siglos o hasta que logre despertar.

No así la firmeza de una mano la sujeta e impide que la fuerza del abismo la arrastre. La trae de vuelta y la deja a salvo sobre la llanura de un verde prado.

—¿Sam?

Sam vuelve el rostro al escuchar su voz y es allí cuando lo descubre junto a ella. Se lanza a los brazos que acudieron en su ayuda y se aferra al pecho de David mientras eleva la mirada hasta encontrarse de frente con el azul de sus ojos.

—Vamos —lo escucha decir por medio de una tierna y reconfortante sonrisa—, los niños esperan por nosotros —susurra muy cerca de su oído y tomándola de la mano, la lleva junto a él.

Sam se mira en casa bajo un hermoso y soleado día de verano.

—Ve con ellos, te están esperando —David la libera de su mano—. Ve —le dice una vez más.

Sam corre hasta llegar al lago. Su mirada se llena de vida. Sus hijos se encuentran jugando en las orillas de sus cristalinas aguas.

—¡Mami! —Pronuncia Ben. Se lanza en medio de brincoteos y de más sonrisas llenas de alegría hasta llegar a sus brazos. La rodea por el cuello con ambas manos—. ¿Dónde “istabas”, mami? Te “eistañé”.

—Y yo a ti, mi amor —pronuncia ella con el corazón desbordado. Lo estrecha con fuerza contra su pecho y comienza a reír, al tiempo que descubre la mirada de Susan a lo lejos—. Ven aquí, mi amor —le dice Sam y extendiendo los brazos también para su hija, la recibe en medio de sus consuelos—. Los amo…los amo mucho, mis niños. Mamá los ama con toda el alma, ¿entendieron?

—¿Sam?...Sam.

—Los amo mucho...

—Sam, despierta —susurra David con insistencia.

Los ojos de Sam se abren de a poco y se muestran adormilados en medio de la pesadez del sueño. Los vuelve a cerrar pues es su deseo el continuar soñando.

—Oye, no te vuelvas a dormir —le dice él sonriendo mientras intenta mantenerla a su lado—. Hey…despierta.

—¿Qué?...¿David?

—Si, así es —responde él sobre sus susurros y acercándose hasta ella, la besa en la frente—. Hola, dormiste todo el día.




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