Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 53

—¿Ya te tranquilizaste? —Pronuncia Sam.

Se encuentra acostada, reposando aún su llanto sobre la almohada y dándole la espalda a la sombra que se proyecta desde la puerta.

—No —responde David con simpleza; ingresa de nuevo a la habitación y a través de acallados pasos, se acerca hasta la cama, tumbándose junto a ella boca arriba—. Tú eres el significado de la inquietud para mí. Desde que estoy a tu lado no tengo tranquilidad.

—Deberías intentar dormir algo —menciona Sam sin dejar de darle la espalda—. Tantas horas de desvelo te están volviendo loco.

—Tú eres quien me está volviendo loco —reacciona David a través de aquella misma intranquilidad y llevándose ambas manos detrás de la cabeza, deja escapar un ahogado suspiro—. No es el sueño, eres tú —Se encarga de dejar muy en claro delante de ella—. Yo no soy así, nunca he sido así. Tú trastornas mi mente y cuando estoy a tu lado, me convierto en alguien indeseable. No me gusta el ser en el que me estoy convirtiendo, Sam.

—Bueno, si eso es así…entonces, quizás, deberíamos separarnos de una vez por todas —menciona ella y dejando rodar un par de lágrimas sobre la almohada, se asegura de que él no la escuche llorar—. Si te anulas a ti mismo por mi culpa y si mi cercanía te está causando daño; entonces, debemos terminar con nuestra relación ahora mismo.

—Quizás —responde David a través de una aparente serenidad—, tal vez eso sea lo mejor.

—No, tal vez no…Es lo mejor —menciona ella con firmeza.

—Muy bien, entonces está decidido. Ya no somos pareja.

—Muy bien —responde ella.

—Perfecto.

—Perfecto —le dice Sam—. Ahora tan si quiera seremos amigos, ni siquiera simples conocidos.

—Como quieras —menciona David y se encarga, entonces, de darle él también la espalda.

El silencio los envuelve a ambos en su molestia. Él con el rostro invadido de frustración y ella, con los ojos rojos y cargados de más lágrimas.

—¿Por qué estabas llorando cuando vine?

—Yo no tengo por qué darle explicaciones a ningún desconocido —le dice Sam y arrebatando la almohada que estaba bajo su cabeza, se encarga de empujar a David con su cuerpo hasta dejarlo al borde de la camilla—. Al menos ahora ya no me mandarán a callar.

—Ok, esto lo decide todo —pronuncia David con fastidio y levantándose de la cama, comienza a caminar hasta la puerta.

—Eso es…Sal huyendo como tienes ahora por costumbre hacer.

—¡¿Y qué quieres que haga, Sam?! —Se altera David con sus palabras. Gira el cuerpo hacia ella por medio de sus arrebatos—. ¿Qué es lo que pretendes de mí?

—¡Que te quedes a mi lado como prometiste que lo harías!

—Pero, si acabas de terminar con lo nuestro y no conforme con ello, ahora también me corres de tu cama —responde él con suma molestia. Mas al ver como ella lo único que hace es comenzar a llorar, con el rostro hundido entre las sábanas, no puede evitar que se le torne la mirada triste—. Sam, por favor —pronuncia David—…¿Sam? —Y acomodándose de nuevo junto a su cuerpo, la abraza desde atrás e intenta consolarla—. Por favor, perdóname. Yo no sé qué es lo que está sucediendo conmigo. No he sabido manejar bien toda esta situación. Lo he intentado, pero…no he podido y ahora te estoy lastimando. Es que no puedo dejar de pensar que fui yo quien debió haber estado allí para protegerte. Fui yo quien debió estar allí contigo. Yo tenía que estar a tu lado cuando nuestra hija nació. Apoyándote durante tu embarazo, evitando a toda costa que cometieras locuras o que te vieras obligada a optar por alternativas que…que ya ni para qué discutir. Todo esto me sobrepasa el entendimiento y no sé cómo reaccionar.

Ambos guardan silencio.

—Sam…

—Si, es verdad —pronuncia ella elevando el rostro de su llanto—. Tú no estuviste allí, David y por eso me vi obligada a padecer tanto. Pero ahora no es así…Ahora tú estás aquí, conmigo. Tan sólo prométeme que esta vez será distinto.

—¿Esta vez? —Pregunta David.

El cuerpo de Sam gira hacia él, quedando de frente a su rostro y tomándolo de la mano, la lleva hasta colocarla sobre su vientre.

—Promételo y yo te creeré —le dice—. Prométemelo y entonces, ya no tendré más miedo. Podré seguir adelante y continuar con todo esto.

—¿De qué estás hablando?

—Nuevamente hay vida dentro de mí, David —El rostro de David se mira embargado de asombro y confusión—. Un pequeño ser que florece y reverdece en la sequedad de mi desierto, hoy sacia mi sed.

—¿Y por eso estabas llorando?

—No…no —Se apresura ella a contestar—. No lloro por su llegada, sino porque tengo mucho miedo. Nunca ha sido fácil para mí atravesar por este tipo de circunstancias. Pero ya no debo temer más, ¿cierto?...¿Cierto, David? Porque tú estás conmigo y mientras eso sea así, yo sé que podré con lo que sea.

—¿Aunque yo no sea el amor de tu vida? —Pronuncia David. Su voz se muestra ante ella impregnada de pena y lamento. Esto provoca los exacerbados gestos que se reproducen en Sam y por ende la mira retroceder, apartándose enseguida de él—. Lo siento, perdóname, no sé por qué dije eso. Es sólo que…lo siento. Un bebé, si claro, es magnífico —Se preocupa por mencionar con rapidez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.