—¿David, estás despierto? —Susurra Sam en medio de la noche; mas al ver que no responde, se aparta de su pecho y se acerca muy cautelosa hasta llegar a él—. David, prometo ser una buena esposa —pronuncia ella depositando la humedad de su aliento sobre su oído—. La mejor de todas, te lo juro. Pasaré el resto de mi vida compensándote a ti y a los niños por todos estos años de ausencia. Seré la mejor de las madres para nuestros pequeños ángeles y no tendrás queja alguna de mí, te lo aseguro. Gracias…gracias por no rendirte cuando yo no pude más. Por mantenerte firme a mi lado cuando todo lo demás se derrumbó a mi alrededor. Te agradezco por creer en mí, aunque no lo merezca. Juro que no te arrepentirás…te lo juro, David…Mi David —pronuncia Sam muy quedito y llevando los labios hasta su mejilla, le besa con cariño y con ternura. Vuelve al lugar donde antes reposara su cabeza sobre su pecho y de seguido siente los besos de David acariciar con suavidad el desorden de sus cabellos—. Pensé que dormías.
—Y así era —responde éste con voz grave y carrasposa—; pero, quien puede dormir con voces de ángeles susurrándote en el oído.
—En cuanto llegue a casa lo arreglaré todo, David, lo prometo. Les explicaré todo a mis padres y luego hablaré con nuestra hija. No volverás a sufrir por ninguno de mis comportamientos. Prometo que…
—Shhhhh…Shhhh —Sisea David con suavidad sobre los acostumbrados arrebatos de Sam y acariciando su espalda de un lado al otro, con movimientos lentos y pausados, la hace callar—. No necesito a la santidad de la madre Teresa junto a mí —le dice sin dejar de consentir su piel—, tan sólo a ti…eso es todo. Ahora durmamos; porque si nos comportamos como buenos niños y si hacemos caso a todas sus indicaciones, quizás nos dejen ir más pronto a casa.
—Si —contesta Sam enseguida y acatando cada una de sus palabras, como si fuese una niña obediente, se recuesta de nuevo sobre los latidos de su corazón y descansa. Se duerme casi de inmediato bajo la influencia de sus caricias y sin darse cuenta pasa directo, sin ningún problema, hasta la mañana siguiente.
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—¡¡David!!…¡¡David!!
David se lanza fuera de la ducha, desesperado por llegar hasta los gritos de Sam. Casi se va de cabeza contra el suelo enredándose los pantalones para no tener que salir desnudo del baño.
La puerta se abre de golpe.
—¡¿Qué pasa?!
—¡Nos vamos a casa!
—¿Qué?
—¡Nos vamos a casa! —Repite Sam e impulsándose, una y otra vez, sobre sus rodillas, no deja de brincar de alegría sobre la camilla.
—¿Es eso cierto? —Pregunta David. Demuda la expresión de pánico que traía puesta y la cambia por una sonrisa que le abarca el rostro de lado a lado. Termina, entonces, de acercarse a ellas.
—Así es —responde Lorie—, lo único que les resta por hacer es pasar a la recepción y llenar los…¡Ahhg! Pero, para qué malgasto mis palabras si tú ya sabes lo que deben hacer —menciona ésta dirigiéndose a Sam.
—¡No puedo creerlo, estaremos en casa para la víspera de navidad! —Pronuncia Sam por todo lo alto y adueñándose del cuello de David, se asegura de poner muchos besos cargados de emoción sobre sus labios—. Podremos estar con los niños la mañana de navidad. ¡Ahggg! Iré a ducharme, ahora mismo, para que nos marchemos cuanto antes.
Sam se lanza de la cama y poniendo también un par de sonoros besos sobre las mejillas de Lorie, se introduce a toda prisa en el baño.
La efusividad de sus pasos provoca las risas de ambos.
—Tu mujer es una loca, ¿lo sabías? —Menciona Lorie y liberando suspiros de alivio, continúa sonriendo.
—Muchas gracias, Lorie. Yo no sé qué habríamos hecho sin ti —le expresa David desde el fondo de su corazón.
—Para eso mismo fui asignada, querido. Cuida mucho de mi chica, ¿quieres?
—Así lo haré, no te preocupes. Pero, te veremos mañana en casa, ¿no es así? —Pregunta David—. Tú sabes que ella siempre te ha considerado como una madre y ahora sé por qué lo hace. Tienes que estar allí, es tu obligación con ella y con tus nietos.
Lorie sonríe al escuchar las tácticas de persuasión que utiliza este joven caballero.
—Por supuesto que estaré allí —le dice—, jamás me perdería la oportunidad de conocer a la bruja de Alexandra Kendall. Ya veremos si su pedantería puede más que mi mal de ojo.
—No te fíes mucho —difiere David por medio de una satírica sonrisa. Él si conoce muy bien a la bruja o que diga, más bien, a su queridísima suegra—, no vaya a ser que la injuriada seas tú —le dice.
—Ya veremos —Es todo lo que responde Lorie y le guiña el ojo. Por ahora se deja acompañar por David hasta las afueras de la habitación. Van por el pasillo discutiendo sobre temas menores y poniéndose de acuerdo con respecto a las actividades del día siguiente—. Ah y querido —termina de pronunciar Lorie deteniéndose al final del pasillo. Echa un rápido vistazo sobre la humedad que se refleja del cuerpo semidesnudo de David y sonríe—. Mejor ve y ponte algo de ropa, ¿te parece? No quiero ver mujeres desmayándose en los alrededores —Y señalando la abertura de su pantalón, le muestra como éste apenas cubre la parte más esencial de su virilidad.
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Editado: 24.05.2022