Torbellino: El Vuelo de la Mariposa (volumen 3)

Capítulo 55

La forma en la que Susan reacciona, no es más que el vivo reflejo de su propia personalidad. De lo dócil y de la entereza de sus comportamientos.

David continúa en las afueras del pasillo, escuchando como Sam se adjudica las culpas y lo exime a él de toda responsabilidad, atribuyéndose a sí misma las condenas sobre lo ocurrido. Sin embargo, no escucha palabra alguna proveniente de la niña y esto le preocupa, aún más, que si hubiera advertido llantos, pataleos o reclamos por parte de ella.

No lo soporta más y asomándose, de nuevo, a través de la puerta, mira como la pequeña, sumida en la calma y la serenidad con la que escucha a su madre, simplemente asiente con la cabeza y en forma silenciosa a toda y cuanta palabra le es adjudicada.

Al parecer ha accedido a conversar con él, porque Sam de inmediato eleva la mirada hasta sorprender a David en sus fisgoneos y sonriéndole con la pasividad de sus gestos, lo invita a pasar a la habitación de la pequeña.

—Hola —pronuncia éste y golpeando en un par de ocasiones, en medio de sus torpezas y con mucho nerviosismo, hace ver su presencia en el lugar e ingresa con el corazón latiéndole a mil por hora. Su boca se encuentra seca y la cautela de sus movimientos, se mira reflejada sobre la calma con la que da cada paso hasta acercarse a la cama, donde encuentra sentada a la niña al lado de su madre. David se arrodilla frente a ella del mismo modo y le sonríe, viendo como Susan, aún a través de su timidez, esboza frente a él una tenue sonrisa.

—Esto es para ti, mi amor —pronuncia David con tonos leves y pausados. Trae consigo algo entre las manos y con la ayuda de las mismas precauciones, extiende los brazos hacia Susan y se preocupa por poner frente a ella una pequeña caja de madera.

—Pero, ¿de dónde…? —Menciona Sam al instante con intriga.

—Mejor no preguntes —responde David y entonces, le sonríe—. ¿Sabes? Era de mi madre, mi amor…De tu abuela —pronuncia David dirigiéndose de nuevo a la niña—. Debes saber que tú eres la nieta mayor de los Oliver; así que es tuya por derecho. Te corresponde a ti tenerla, Susan…tómala.

La niña eleva, allí mismo, la mirada hasta Sam en busca de sus aprobaciones.

—Tu papá tiene razón —menciona Sam sin dejar de acariciar la longitud de aquellos cabellos tan largos, sedosos y oscuros—, la caja era de tu abuela, “Su” y ahora te pertenece a ti. Puedes tomarla, mi amor…Anda, que la abuela Oliver la guardó sólo para ti.

Susan no pronuncia palabra alguna, ni siquiera se atreve a mirar a David de nuevo; no así extiende sus manos jóvenes y blancas, recibiendo el presente que le hace su padre.

La caja es muy bonita y la niña parece admirar, con cierta ignorancia, aquella misteriosa antigüedad. Llegado un momento, la intriga le puede más que el abrumador momento por el que atraviesa; así que toma la tapa y la abre. La delicada bailarina hace su entrada, bailando con su hermoso traje blanco, al compás de una dulce tonada. Tan dulce como la tierna sonrisa que se asoma, ahora mismo, sobre su grácil rostro; entonces, el azul de sus ojos se eleva, tan joven e inexperto como se mira y se encuentra de frente con la fuerza y ​​el amor proyectados por los ojos de su padre.

Aquel que nunca antes tuvo un rostro dentro de los vacíos de su mente, ahora lo tiene y por eso sonríe, porque acaba de adquirir una identidad…Un origen que antes no poseía.

Los latidos de su corazón no podrían amar con mayor intensidad a mamá y a papá Kendall, pues ellos son sus verdaderos padres. Mas fuera de su alcance siempre estuvo lograr ignorar el hecho de que algo la diferenciaba del resto de su familia. De sus hermanos y hermana que, más bien, son sus tíos y su tía. Y se siente tan feliz de saber que el hombre que la engendró no fue aquel que alguna vez le dieron a entender, sino que es alguien tan agradable como el amable vecino de al lado. Y aunque sintió temor de él cuando éste destruyó la cocina de su casa, Sam le acaba de explicar que fue la desesperación experimentada por David, al enterarse de que lo habían separado tantos años de su princesa. No fue una reacción adecuada, le explicó en detalle su mamá; ni un buen ejemplo a seguir, por lo que algo así jamás volverá a suceder, prometió ésta en el nombre de su padre. Pero esto último lo único que consiguió fue que la niña sonriese ante el azorado y arrepentido rostro de David; porque Susan ahora sabe que él la quiere y que se interesa por ella. Y por eso mismo es que le permite acercarse. Y por ello es que se deja envolver entre los brazos que la aprietan con fuerza contra el pecho de su papá.

Sam comienza a salir lentamente de la habitación, pues quiere dejarlos un momento a solas. Abogó a la capacidad de su niña de procesar cierta información. Por el momento no obtuvo queja ni reclamo alguno, por parte de ella, debido a sus acciones. De todos modos, desde que ella retornase a su vida, sus padres la tienen bajo un estricto seguimiento profesional y ahora, más que nunca, agradece que esto sea así.

La mente de su hija aún no tiene una visión lo bastante clara de lo sucedido, ni de los errores cometidos por su madre. Los reclamos vendrán más adelante, conforme el pasar de los años y cuando la madurez de sus pensamientos la obliguen a cuestionarse el por qué de tantas situaciones que no han sido resueltas dentro de su entendimiento. Entonces, ella como su madre, tendrá que responder muchas preguntas al respecto. Mas piensa que se ocupará de todo aquello cuando llegue el momento y no ahora que, más bien, se siente tan agradecida de que su hija haya tomado la noticia con tanta calma.




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