Esa noche…la noche del baile, Taylor, su antiguo novio, se presentó para ser el acompañante de Sam y así escoltarla al tan ansiado evento. Días atrás el chico le había insistido tanto, que ella terminó por aceptar a regañadientes su invitación. Esto porque Alexandra puso el grito en el cielo al enterarse de que su hija, semanas antes, había terminado la relación con el afamado adolescente. Así que fue más que todo por complacer a su madre que ella terminó consintiendo de esta manera. Taylor era hijo de personas influyentes, de su mismo nivel socioeconómico; el partido perfecto que se ajustara, según las pretensiones de Alexandra, a su encantadora hija.
El chico era apuesto, adinerado y un líder nato a nivel académico y deportivo, justo al igual que su prodigioso Adam. Por eso, cuando Sam rehusó someterse a las constantes manipulaciones por parte del controlador adolescente, su madre no recibió la noticia de la ruptura con muy buena gana. Le insistió y la mortificó tanto que, al punto de quiebre, la convenció de ceder nuevamente ante el joven.
Al parecer, ser poseedora de un espíritu libre y de una naturaleza por completo contraria a cualquier deseo que exteriorizara su madre, no le impidió a Sam el que, en esta ocasión, se dejara envolver así por sus manipulaciones...algo que la misma Samanta jamás supo comprender.
De esta manera fue que el esperado evento llegó, y como lo acostumbrado en estos casos, se produjo un derroche total de estilo y glamour por todo lo alto en la residencia de los Kendall. Hermosos vestidos de noche se ceñían sobre las nobles figuras de las niñas y los elegantes trajes de gala se mostraban con gallardía en el atavío de los varones. Las amigas de Sam, junto con ella, habían pasado todo el día preparándose para la gran velada; incluyendo a Amy, la novia de Adam. Era la locura de la moda desatada en todo el segundo piso de la gran mansión.
Los varones, pacientes parejas de las chicas, tenían más de una hora aguardando escaleras abajo por ellas y Jim, el derrochador padre, por supuesto que esperaba junto con ellos el descenso de las damiselas. Ni de broma se atrevían a subir al manicomio de taconeos, risotadas y gritos que se escuchaban arriba. Había trajes, maquillaje y zapatos dispersos por todas partes. La servidumbre contribuía con la extenuante tarea de ayudar al maquillista y a la estilista. Los cuales Alexandra contratara con especiales recomendaciones para que embellecieran a las chicas. Claro que por encima de cualquier otra, estaba la atención personalizada que se les exigía brindaran a su princesa ―Ella tenía que lucir radiante y espectacular para esa noche, más que todas las demás — indicó Alexandra con el ego henchido hasta las nubes―. Ella era su hija, superior en belleza y distinción más que cualquier otra. Estaba tan emocionada, que tal parecía era la misma Alexandra quien se estuviese preparando para asistir al baile. Iba y corría de un lado a otro y de una chica a la otra. Tomando medidas, ajustando tallas y probando los vestidos que, con adquirido y especial talento, había diseñado para la ocasión.
Sam en un principio no estaba muy entusiasmada por asistir a la sosa velada; pero luego de ver a todas sus amigas vestidas y maquilladas, sumado a la imagen que de ella misma hablara de la belleza pura reflejándose en el espejo, la hizo cambiar por completo de opinión. Esta vez su madre sí que se había lucido con ella, le había confeccionado un hermoso vestido ceñido al cuerpo en color champagne. La fresca loción con reflejos de seda que cubría su figura, destacaba la suavidad y lo terso de su delicada piel. Su cabello estaba arreglado con un simple recogido hacia un lado, que se dejaba caer sobre su hombro derecho en estilizadas ondas de su larga melena, cubriendo parte de su busto. Esto aunado a un maquillaje tenue y muy natural, fue el complemento perfecto que la hiciera sentirse como si fuera en realidad una verdadera princesa.
Los caballeros ya se mostraban bastante impacientes, fijándose a cada nada en los relojes que cubrían sus muñecas. Estaban muy retrasados y perdiendo, según ellos, valiosísimos minutos de diversión. Pero luego de media hora más de exasperante espera y de muchos vistazos más a las manecillas que no dejaban de correr, al fin llegó el momento de verlas desfilar escaleras abajo, luciendo como si fueran verdaderas modelos de pasarela. Los padres al pie de los escalones, estaban listos para dejar plasmado el mágico momento con sus videocámaras, cuando los chicos adornaron aún más la belleza de sus parejas con adorables y finos corsage puestos en sus delicadas muñecas. Luego una enorme y larga limusina blanca se estacionó por órdenes de Jim frente a la entrada de la residencia, indicándoles que ya era hora de partir.
—Te ves muy hermosa —agasajó Taylor a la joven dama y ofreciendo con galantería el brazo a su dama, salió junto a Sam con una sonrisa de oreja a oreja. Se mostraba muy conforme de saber que, como siempre y ya le era por costumbre, se había salido con la suya obteniendo lo que quería.
El orgullo de Alexandra y de Jim les instó a tomarse de las manos, mientras miraban a sus dos hijos mayores salir por la puerta principal, rumbo a una nueva y muy importante etapa de sus vidas. Esto los hacía sentirse conformes y en extremo complacidos; sobre todo Alexandra, quien no cabía con la felicidad remarcada en el rostro, al ver a Sam junto al que ella consideraba era el partido perfecto para su hermosísima hija...―Sólo como ella se lo merece —musitó muy orgullosa advirtiendo el momento en el que salía del brazo con el joven...Jim asintió con la cabeza.
La noche transcurrió envuelta en un velo transparente de ensueño. Era de esperarse que todo el lujo y el glamuour del prestigioso hotel que acogía el evento deslumbrase a cualquier adolescente. Además de la libertad que gozaban en ese momento los chicos y que les enunciaba, a la larga, la independencia que obtendrían muy pronto de sus padres.
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Editado: 12.05.2024