Torbellino : La Sombra de un Pasado (volumen1 y 2 )

Capítulo 11

Para ese momento, Sam ya se encontraba en casa de su mejor amiga. Por suerte los padres de Casey no se encontraban allí. Ella se apresuró a prepararle un buen baño caliente a Sam, la hizo sumergirse en la tina para que se relajara y también para que lavara bien la sangre seca que aún tenía adherida al cuerpo. Tomó el vestido ensangrentado y lo introdujo en una bolsa. Le prendió fuego en el patio trasero. Al parecer la chica poseía amplia experiencia destruyendo evidencia incriminatoria, luego volvió a su dormitorio, escogió ropa de dormir limpia y se la entregó a Sam para que se vistiera, ambas se fueron a la cama.

No hace falta decir que Sam no podía dormir; además, tenía más de una hora poniéndose una bolsa con hielo en el rostro para que le bajase la hinchazón. Si sus padres no llegaban a notar ninguna magulladura, quizás si notarían la piel enrojecida y quemada por el frío, pero eso ahora no le interesaba. Cada vez que cerraba los ojos, aparecía el rostro ensangrentado de David en su mente; eso la perturbaba en gran manera y se preguntaba a cada instante cómo se encontraría. «Es una locura» —divagó en la incredulidad de sus pensamientos—. Aún no podía creer lo que David había hecho. Se había enfrentado a alguien mucho más grande y fuerte sólo por defenderla a ella. Él sabía que no tenía oportunidad alguna de ganar y aun así, aún y con todas sus desventajas, no lo pensó dos veces para lanzarse sobre Taylor y quitárselo de encima, sabiendo que lo que hacía era prácticamente un suicidio.

—Debo ir al hospital, debo verlo ahora mismo —decidió levantándose de la cama—. Lo menos que puedo hacer es estar con él en este momento. No importa que me vea involucrada, yo debo ir y estar a su lado.

Despertó a su amiga, quien ya dormía en medio de profundas respiraciones y aprovechando que los padres de Casey de seguro no regresarían hasta las horas de la madrugada, le rogó porque la llevara al hospital. Casey no accedió de buena gana; era pasada la media noche y le dijo que le parecía una estupidez que se expusiese de esa forma. Aún así a los pocos minutos, las chicas ya se encontraban en la entrada del hospital; para cuando Sam ingresó y pidió información sobre el estado de David, le indicaron que al chico ya lo habían enviado a casa. La expresión de Sam se volvió meditativa. No pudo verlo, tampoco estar a su lado, pero en cierta manera esto la hizo sentirse aliviada.

—Bueno, si lo enviaron a casa, quiere decir que no está tan grave como pensé — dedujo. Y aunque quiso indagar más, no quisieron brindarle más detalles. Ese tipo de información estaba reservada en exclusividad para familiares o encargados del paciente, nadie más. Lo único que pudo sacarle a la enfermera, a fuerza de perseverancia y rostro compungido, fue que el chico iba consciente y estable.

—Gracias a Dios —liberó Sam a través de un aliviado susurro. Al menos ahora podría quedarse tranquila por esa noche y hasta la mañana siguiente, cuando fuese a visitarlo. Se dispuso a salir del hospital, regresaría de inmediato a casa de Casey. Mas no terminó de vislumbrar la tranquilidad dentro de su pecho, cuando la opaca y aniquiladora mirada que la interceptó desde la recepción, la hizo reaccionar con instintivos movimientos de supervivencia. Sam miró a su alrededor, buscando con apremio y desespero un lugar donde ocultarse. Sin embargo era demasiado tarde, la aniquiladora mirada ya corría en dirección hacia ella, así como corre la tempestad de un huracán hacia la costa. Rumbo arrasar con todo a su paso.

—Hola, señora Oliver —fue lo único que acató a mencionar la mocosa mientras tragaba saliva. Era muy probable que la madre de David continuase en el hospital llenando la papelería por la corta, pero muy traumática, estadía de su hijo. Su esposo, el señor Oliver, de seguro fue quien se encargó de llevarlo a casa. Esto para el infortunio de Sam; pues la mujer ya pasaría muy posiblemente de los sesenta años para esa época, pero por la forma en que tomó a Sam de su minúsculo brazo y la arrastró junto con ella hasta la salida del hospital, hubiese hecho pensar a cualquiera que no pasaba de los cuarenta. Su vejete rostro, encendido como las mismísimas llamas del averno, despedía fuego por ojos y boca cual furia de dragón ardiente y descontrolado.

—Escúchame bien, mosca muerta —inició el dragón sacudiéndola con fuerza por el brazo. El rostro de Sam se dobló de inmediato en un azorado quejido de dolor—. No tengo como comprobarlo; tampoco testigos que brinden una verdadera declaración sobre lo sucedido esta noche. Pero sé muy bien que tú tuviste algo que ver con todo lo acontecido y con la paliza que le dieron a mi muchacho esta noche. Si no, no estarías aquí; averiguando a estas horas de la madrugada...Asegurándote y verificando que nadie hubiese declarado nada en tu contra.

» Siempre te has aprovechado de mi hijo y de su bondad. De su buena voluntad ―continuó la airada señora―. Pero yo me he de encargar... ¡Escúchame bien! — Recalcó la mujer sacudiendo de nuevo el cuerpo de Sam— Yo me he de encargar de que la verdad salga a la luz y de que todos, incluyendo tus padres, se enteren de la clase de sinvergüenza que eres.

Sam muy indignada por las ofensas de la mujer le retiró el brazo de un tirón.

—Óigame, señora, yo no le permito que venga usted a...

—¡Tú a mí no me prohíbes absolutamente nada! —Respondió la fúrica señora Oliver interceptando las quejas de la mocosa. La sujetó de nuevo con fuerza y la sacudió una vez más como a una muñeca de trapo— Y desde ahora te lo advierto...¡Aléjate de mi hijo de una vez por todas! No quiero verte rondando por la casa...mucho menos que te acerques a tan siquiera hablarle. David es brillante y tiene un gran futuro por delante. Pronto se irá a estudiar al extranjero, a una de las mejores Universidades de Europa, por si no lo sabías y tú...tú no vendrás a ser la piedra en su zapato. Tú no serás quien se encargue de arruinar la gran oportunidad de su vida con tus distracciones y jueguitos tontos, ¿me entendiste?...Te quiero fuera de la vida de mi hijo para siempre —concluyó ésta. Lanzando el brazo de Sam hacia un lado con tal violencia, que su delgado cuerpo de adolescente le siguió casi que en un giro de noventa grados.




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