Muy pronto se hizo de mañana y la oscuridad se vio aprisionada por los rayos del sol que entraban muy triunfantes a través de la ventana. El rostro de Sam se iluminó radiante.
Aquella luz que anunciaba había llegado a su fin una angustiante y desastrosa noche, le expresaba los buenos días. Sus ojos se abrieron a disgusto y absorbieron con dolor la inmensa gama del prisma solar...Al instante se reflejó el maltratado azul de su mirada.
—¿Dónde estoy? —Se preguntó desorientada, comenzó a mirar de frente y a los lados. Esta en definitiva no era su habitación, tampoco la de Casey―. ¡Ay, mi cabeza! —Gimió encogiéndose del dolor. Su mano se elevó e intentó contener los vapuleados pensamientos que la obligaban a preguntarse: «¿Qué fue lo que sucedió?». Lo último que recordaba era estar en las afueras del hospital, con la señora Oliver gritándole sobre el rostro como una enajenada. Después, todo no era más que confusión. Sus manos se apresuraron y la despojaron de las mantas que aún la cubrían; entonces sus piernas intentaron alzar vuelo, pero no pudieron. Una fuerza alrededor de su cintura la detuvo sin pedir permiso.
—¿Qué es esto? ¿Qué sucede? —Se preguntó, y girando la cabeza hacia atrás dejó salir un grito ahogado. Un gemido lleno de horror que la acompañó mientras se hacía lanzada de la cama.
David despertó enseguida.
—¿Qué?... ¿Qué pasa? —Exclamó alarmado. Se lanzó tras ella, pero con tal mala suerte que sus piernas se enredaron entre las sábanas y cayó al suelo dándose tremendo golpe sobre el hombro.
Tal parecía que ya estaba adquiriendo la costumbre, pero en cuanto cayó sobre la alfombra, Sam ni siquiera intentó ponerse en pie; sino que, arrastrándose de cuatro patas, trató de poner distancia todo y cuanto pudo entre ella y el pobre de David. Quien ahora rotaba su hombro con una mueca llena de dolor, procurando ponerlo de nuevo en su lugar. Sam continuó avanzando; sin embargo, la resaca no la dejó proseguir. No sin que, con urgente apremio, tuviese que buscar algo, algún recipiente en el cual pudiese volcar el estómago de inmediato.
Esta fue, en definitiva, una deprimente escena presenciada por David de pies a cabeza. Y precisamente fue la cabeza de Sam la que se veía dentro del bote basura, haciendo espantosos sonidos, regurgitando hasta más no poder. Escuchando David como las entrañas de Samanta salían expulsadas a causa de la carrasposa fuerza que la obligaba a pujar.
«Un alfiler» —suplicaron, entonces, los pensamientos de la pobre chica en ese momento. Un alfiler y que, por favor, alguien tuviese la clemencia de hacerle estallar el inflamado cerebro con el filo de su punta. Tal vez así se aliviaría la fuerte opresión que palpitaba con furia dentro de su cabeza.
—¿Estás bien? —David se apresuró y se arrodilló a su lado. Quiso levantar el cabello de Sam para asistirla, pero ella enseguida extendió el brazo y lo apartó de sí.
—No, déjame. Aléjate de aquí —expulsó con pujidos llenos de vergüenza y exasperación. No podía creer lo que había hecho. En realidad, pensaba que no podía haber caído más bajo. Ahora lo que menos necesitaba era a David a su lado, sirviendo como testigo de tan asqueroso y repulsivo cuadro.
David se incorporó enseguida.
—Iré por agua, ya vuelvo —le dijo con rápidos movimientos. Era lo más que podía hacer mientras que ella se aliviaba. Salió de la habitación, fue directo a la cocina y tomó una botella con agua, más todo lo necesario para poder atenderla. Sus padres pronto despertarían y no podía permitir que se enterasen de la presencia de Sam en la casa. Mucho menos que se dieran cuenta de que había pasado la noche allí, con él. Muchísimo menos que viesen las condiciones en las que ella se encontraba. En cuanto retornó y entró por la puerta la encontró tendida sobre la alfombra, abrazada con envidiable pasión al bote de basura. Tal parecía que quería evitar que éste se diese a la fuga. David se acercó y puso la botella de agua sobre sus labios.
—Ten, bebe un poco ―Pero Sam le volvió el rostro—. Bebe —insistió él y volvió a poner la botella sobre sus labios—, te sentirás mejor.
La obligó a sorber un pequeño trago que sólo le sirvió a Sam para que le regresaran las arcadas. De nuevo tuvo que lanzarse sobre el basurero. Su agotada existencia deseó poder salir corriendo de allí. No permitir que David le pusiese tan siquiera un dedo encima; pero al contrario de esto, se dejó caer sobre su regazo, total y completamente descompuesta.
—Es mejor así —mencionó él, recogiendo enredados mechones de su cabello y llevándolos hacia atrás con suaves movimientos de ternura. El pálido rostro de Sam destilaba frío y sudor en abundancia, mismo que David terminara por arrastrar con los dedos, hasta mezclarlo con las desordenadas ondas que peinaba una y otra vez—. Tu cuerpo se desintoxicará más rápido, pero debes hidratarte, ten bebe un poco más.
Rendida por la extrema falta de voluntad que la aquejaba, Sam decidió seguir todas sus indicaciones. Al cabo de un rato, David consiguió llevarla de nuevo hasta la cama. Aunque renuente por no estar segura de lo que había ocurrido allí, ella rehusaba acostarse.
—Tienes que descansar —le suplicó él—; por favor, Sam. ―Le suplicó otra vez y una vez más, hasta que consiguió meterla debajo de las sábanas. En un santiamén ya dormía de nuevo.
Una vez más los ojos de Sam se percataron de que esa no era su habitación; mas en esta ocasión no le fue difícil ubicarse. En cuanto despertó, se dio cuenta de que se encontraba en la habitación de David...―Pero y él —se preguntó enseguida—. ¿Dónde estará?
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Editado: 12.05.2024