—¡No mientas! ¡Usshhh! —Grita ella—. Esto es lo que no soporto de ti, que continúes mintiéndome. ¿Acaso piensas que soy una estúpida? ¿Que jamás me daría cuenta de lo que hiciste? ¿O es que pretendes hacer lo mismo que aquel día? ¿Intentarás mentirme como en aquella ocasión, cuando desperté enredada entre las sábanas de tu cama? ¿Cuando me negaste lo que, en realidad, había sucedido entre nosotros?
David mira a su alrededor. La verdad es que ya se está reuniendo un grupo bastante agolpado de interesados, los cuales se posicionan con disimulo para escuchar la disputa entre la joven pareja. Se nota que esperan muy interesados por las respuestas a los abiertos reclamos lanzados por la chica.
—¿Podemos hablar en otro lugar? —Le sugiere éste, guardando el tono de su voz; preocupado de que ningún entrometido se inmiscuya en sus intimidades. En un tema tan delicado que, piensa, únicamente les compete a ellos dos.
Pero, Sam se siente tan sobrepasada en estos momentos, que no…
—No, gracias —Se la escucha despotricándose en contra de él—. Aquí me encuentro muy bien —Y permanece alimentando la indiscreción de las miradas de aquellos, aguardando molesta por una respuesta que se tarda en llegar―. Porque yo confié en ti y tú...tú... —continúa señalándolo enfurecida con el dedo. Como si punteando contra el pecho de David con su rabia le sirviese para hacerle saber que él es el responsable de todas sus desgracias, de todo su sufrimiento.
—Sam, por favor… —David apela a la sobriedad de sus comportamientos. Intenta acercarse a ella, pero Sam se aparta de inmediato.
—¡No, David, no te atrevas a tocarme! —Y le advierte esto como si de una fiera se tratase—...No quiero nada de ti, no me interesa nada tuyo. Lo único que quiero es saber; que me digas la verdad del por qué cometiste un acto tan bajo en contra mía…
»He esperado tantos años para oírtelo decir, para recibir una explicación que valide tu proceder. Porque yo jamás te creí capaz. Jamás pensé que podrías actuar de una forma tan despreciable. No eres más que un sinvergüenza, un desalmado...¡Anda, dilo! —Grita ella una vez más con indignación—. ¡Sólo habla!... Dime, ¿por qué? ¿Por qué lo hiciste?... ¡¿Por qué, David?!
—¡Porque te amaba! —Responden los gritos de David.
Estalla enloquecido ante la presión, hablando a los cuatro vientos y sin importarle, ya, quién le oiga. Sin interesarle el disfrute que pueda provocar el espectáculo que ambos están brindando en medio de las calles—. Porque siempre te amé —continúa diciendo—; porque desde que éramos niños no hice más que quererte. Porque las pocas veces en que pude escapar al jardín, fue sólo porque tú estabas allí...Porque fui un tonto —termina de recriminarse a sí mismo lleno de rabia—. Un imbécil que se dejó llevar por la mentira de una falsa ilusión.
—¿Y el sentirte de esa manera te dio el derecho a faltarme en esa forma?...¿Ah, David?...!Contéstame! ¿Te dio ese derecho sobre mí? ¿Sobre mi vida, sobre mi propio cuerpo?
—Escucha —pronuncia él. Su desespero lo lleva a tomarla, sin darse cuenta, de ambos brazos—; sé que te falle como hombre al no decirte la verdad, pero las cosas no son como tú piensas, Sam.
—¿Ah, no? Entonces, ¿cómo son, David? Dímelo, si la verdad habla por sí sola...¡Suéltame! Tienes toda la razón, un verdadero hombre jamás se habría comportado como tú lo hiciste. Es verdad, fallaste y lo hiciste en grande.
La humillación de David busca los ojos de Sam con desespero y su mirada expresa arrepentimiento. Clama con fuerza por su deseo de obtener la redención. Su necesidad de explicar, de intentar decir que no hubo maldad en su proceder, sólo amor. Que él jamás quiso que las cosas fuesen así, que nunca hubo la intensión de fallarle. Que su propósito para con ella en la vida fue siempre el de cuidarla, el de protegerla...
»Pero, ahora, cómo hará para hacerla entender que él no es más que un simple ser humano y que esa noche, su pasión por ella fue mayor que su razón. Y después, a la mañana siguiente, cuando ella preguntó...
—Debiste ver tu rostro —le menciona él con el rostro compungido—. Pude ver el horror y el rechazo remarcado en tu semblante. Cuando te convencí de que nada había sucedido...la forma en que dabas gracias, eso me destrozó. Pensé que si no te acordabas de nada, para qué iba a molestarte diciéndote la verdad, por eso callé.
—¡No tenías ningún derecho, David! ¡Yo debí saberlo!
—¡Para qué, Sam! —Responden sus palabras cargadas de rabia—. ¿Para que me repudiaras por el resto de tu vida? ¿Para que pudieras denigrarme como siempre lo habías hecho? Ya suficiente había tenido de aquello toda mi vida, ¿para qué iba a querer más?
Los gritos de ambos resuenan por todo el lugar. Sin embargo, ninguno de los dos advierte ya la intensidad de sus reclamos.
Sam por su lado yace frente a David con la boca abierta; escuchando todas las mentiras y las falsas acusaciones con las que éste, según ella, intenta eximirse de la culpa.
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Editado: 12.05.2024