Hace más de dos horas que Sam da vueltas en el auto sin rumbo fijo. Evitando acercarse así a la cueva de sus horrores nocturnos. Al lugar que le espera y en el cual sabe, es inevitable ahogará sus penas y preocupaciones en los vicios. Lograr reposar de esta forma un malogrado par de horas, con tan mal e interrumpido sueño, que apenas si funcionará adecuadamente a la mañana siguiente.
Sin embargo, mira hacia el frente y nota que por poco se hunde la tarde ya en el horizonte. El día tan pesado que ha tenido que soportar la insta a dirigirse, aunque no lo quiera, a su departamento. Buscando con más desespero la medicina que el alivio.
En cuanto cruza por la puerta lo primero que hace Sam es adueñarse de la botella de wisky. Milagroso prodigio es que se guardara en el fondo unos pocos restos del asalto de la noche anterior.
Está consciente de que no lleva en el estómago más que el par de mordidas que se obligara dar a la hamburguesa que David le compró esta tarde. Todo con tal de aparentar algo de normalidad frente a él. —Pero, qué más da —piensa—, si la verdad es que su normalidad es esta. Hace mucho tiempo que no conoce otra realidad que no sea la inseparable amiga que sostiene con furor entre las manos...Y junto a ésta, su fiel compañero, la imitación del vaso de cristal cortado que le evita pisar fondo y beber directo de la boquilla, a boca de jarro. De inmediato se llena con sus insaciables tonos dorados. Los matices ahumados pronto descienden con éxtasis a través de su garganta. Sin muecas, sin pausas ni tinos desconcertados. Ella sabe muy bien que este es el engaño de una gloria simulada. Un paraíso que le acompaña noche tras noche y el cual la ayuda a lidiar con el infierno de todos sus problemas.
Lorie no sabe nada al respecto. Sam se las ha ingeniado para ocultarlo muy bien de ella...y de todos los demás. Su amiga piensa que esta etapa ya fue superada. Pero no es así, se notó a leguas en cuanto el primer trago fue ingerido con arrebato y desespero. Desde hace mucho que uno solo de sus tragos no es suficiente para mitigar el peso de las cadenas que arrastra su alma. Tanto así que de seguido el próximo comienza a ser servido y es cuestión de minutos para que la botella esté a término y vacía.
Pero no hay nada de qué alarmarse, ni motivo alguno por el cuál Sam deba preocuparse, hay muchas otras botellas de donde provino esa. Sam jamás se arriesgaría a quedarse sin su preciado líquido, como así lo llama. Su salvación dorada. Puede faltar lo que sea en el diminuto lugar; y de hecho que encontrar una miga de pan en la alacena sería todo un banquete para la plaga de insectos que, desde hace mucho tiempo, emigró a falta de sustento por parte de ésta ingrata inquilina...pero jamás su wisky.
La siguiente botella ya fue abierta, prácticamente consumida con igual soltura que la anterior. Mas suficiente por ahora para mitigar y apaciguar todo este veneno que la devora a lentitud. Sentada sobre el alféizar de la ventana de su habitación, la cabeza de Sam reposa contra el vidrio. Obligándose a mirar hacia la nada, hacia las afueras del edificio en el que vive sobre el doceavo piso. Su mano sostiene el último trago que le asegura y si topa con suerte, dormirá un poco. Sólo así podrá enfrentar el agotador día que se le avecina. Tratar de ordenar sus ideas en el adormecimiento del licor. Los acontecimientos del día en el último sorbo de su bebida. Algo un poco difícil con el aturdimiento que comienza adueñarse de su razón. Pero ha sido un arte tan practicado por Sam en los últimos años, que hasta siente coordinar mejor sus pensamientos con la ayuda de su amigo invadiéndole las venas. Tanto como intenta coordinar, ahora mismo, el despliegue de luces que iluminan las calles de la ciudad bajo su ventana.
—Noche tras noche es lo mismo —piensa hastiada mientras enfoca su tambaleante mirada sobre ellas—; la misma danza nocturna de todos aquellos que corren de un lado al otro como si la vida misma les dependiera de ello. De cuán rápido pueden correr para llegar hacia dónde, se pregunta. Sin lograr obtener respuesta a la incógnita. Ya nada tiene sentido para sus influenciadas deducciones. Ni siquiera el tratar de comprender cómo es posible que su vaso se encuentre vacío por vigésima vez y ella ni señas de mostrar síntomas del sueño reparador que tanto necesita.
El reloj de la pared ya está por marcar la media noche y mañana a primera hora tendrá que abrirle el pecho a un hombre, introducirse en su corazón y reemplazar una de sus válvulas por una artificial. También intentará reparar la otra apostándole a la buena suerte. Pero sin descanso alguno, ¿cómo lograr tal hazaña? Si mínimo le esperan ocho horas de intervención, debido a lo especial del caso que le fue asignado y esto fuera de cualquier otra complicación.
Llega a la conclusión de que tendrá que utilizar métodos menos ortodoxos para lograr su cometido y se obliga a levantar la pesadez de su cuerpo del alféizar. Camina unos cuantos pasos tambaleados; pero entonces, se arrepiente y se deja caer sobre la cama. Vistiendo y calzando la falta de voluntad que la aqueja, sin intentar siquiera desvestirse. De todas maneras su atuendo fue tan criticado y vituperado por tantos en este día, que piensa es de merecer lo dejen en paz aunque sea hasta mañana.
No pasa mucho tiempo, ni muchas vueltas más sobre la cama, para que Sam se percate de que el estrés de su día la ha dejado demasiado alterada como para sucumbir ante los deseos de su agotado cuerpo. El encuentro con David, su padre...Adam. Todos ellos y en un sólo día fue demasiado para su resistencia, es claro que le han pasado la factura. Sabe que necesita descansar. No es una opción para ella pasar la noche en vela. Sería como la asesina del bisturí si se enrumba a realizar una intervención sin tener de por medio, aunque sea, ese par de horas de descanso que tanto necesita.
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Editado: 12.05.2024