Torbellino : La Sombra de un Pasado (volumen1 y 2 )

Capítulo 34

―¡Esa mujer es una salvaje! —Se escucha a lo largo de toda la recepción—. ¡No merece tener hijos! ¿Cómo pudo hacerte algo así? ―Lorie no puede creer la forma en la que Sam ingresó a trabajar esta mañana―. Si tan sólo yo hubiese estado allí —Se desgañita al borde de la histeria—, ya veríamos si se habría atrevido a tocarte...¿Por qué no me llamaste de inmediato? Créeme que hubiese ido enseguida y la habría puesto en su lugar.

Pero Sam no responde más que con el inquietante silencio que dibuja una leve sonrisa a través de su rostro; piensa que lo sucedido no era más que lo que habría de ser y punto. Era algo a lo que ella ya se había anticipado y por ende, había sido aceptado desde hacía mucho tiempo. Recibiría su castigo sin manifestar protesta alguna, ni antes ni después. Si ese era el pequeño precio que tenía que pagar por tener de vuelta a la niña en su vida, sabe bien que lo hubiese pagado hasta cien veces más, sin pensárselo ni por un segundo. Además... ¿Qué podrían significar para ella unos cuantos golpes en el rostro? ¿Acaso la vida no la había golpeado, ya, con mucha más rabia que esa? Ya antes fue destrozada física y mentalmente sin compasión alguna y a cambio de nada. Esto...esto no es más que un pequeño sin sabor que le asegura una gran recompensa futura. Ahora que lo peor ya pasó, espera que todo fluya de manera más favorable. Sabe que hay personas que todavía la aman; pudo constatarse muy bien de ello: Su padre, Danny, nana...¿Qué interesa si su madre y demás hermanos la desprecian? Bien podría vivir a la perfección y sin ningún problema con ello. Sólo espera que Susan no pertenezca al segundo grupo, porque eso sí que la destrozaría. Ella es la única que en realidad le interesa, nadie más...

...Mucho menos el autor de tan descarado comentario que, pronunciado con total frescura y a su lado, la saca de golpe de sus pensamientos y la trae de vuelta a la realidad.

—¡Cielos, veo que ya hablaste con tu madre! —Menciona David.

Sam lo descubre de pie y a su lado, sosteniendo una hermosa rosa blanca en la mano y unido a ésta, una embebida expresión de asombro.

—¿Y qué te hace suponer que tuve la oportunidad de hablar? —Le responde ella. Extiende la mano y recibe la ofrenda de paz por parte de David. La lleva hasta su nariz llenándose de su dulce fragancia.

David sonríe, porque en realidad sabe que Sam tiene razón. Conociendo a la señora, sólo un iluso supondría tal cosa. Aún así no puede creer que una mujer tan distinguida, como lo es la señora Kendall, haya reaccionado de esa forma al ver a su hija. Su mano se apresura a recorrer la mancillada mejilla y con sumo cuidado, la desliza procurando no lastimar más su orgullo. Tampoco las marcas rojas e inflamadas que aún surcan el rostro de Sam de lado a lado. Permanecen vivas y todavía gritan por la furia de Alexandra. Lo menos que quiere David es provocarle más dolor atizando de nuevo el fuego.

Pero Sam no siente dolor, mucho menos molestia alguna. Tan sólo la caricia de unos dedos colmados de suavidad y de ternura. Cálidos como la nobleza del gesto de David hacia ella.

Hace tanto tiempo que no sabe lo que es la bondad de una caricia sobre su piel, que hasta se había olvidado de lo que era sentirse mimada...Insultos, golpes y humillaciones, eso es todo lo que ha recibido en los últimos años. Por eso sus ojos se cierran y admiten su cercanía. Y no es que ella acepte de cualquiera un gesto como el que recibe de David en estos momentos. La exclusividad de estos derechos estaban reservados únicamente para Richard, nadie más. Pero quizás, por la simple naturaleza de sus movimientos. Unida a la confianza que existe entre ambos, al poseer toda una vida juntos en retrospectiva, le permite a David actuar así de esta manera, sin pedir permiso. Y a ella, a recibir de él, sin sentir rechazo alguno por su atrevimiento.

—¿Qué? —Pregunta Sam. Sale a regañadientes del pasivo letargo impuesto por David y en el que se vio envuelta sin darse cuenta de ello.

—La rosa —reitera él con una amable sonrisa—, es una ofrenda de paz. Pensé que aún estarías enfadada conmigo por "nuestro pequeño desacuerdo del otro día". Sé que dijiste que no querías volver a verme, pero pensé en arriesgarme. La verdad es que quiero hacer las paces contigo, Sam. Bueno, si es que tú así lo deseas.

El orgullo de Sam al fin se doblega, así que se permite sonreír frente a David.

—Gracias, no tenías por qué hacerlo ―le dice.

—Entonces, ¿ya no estás enfadada?

Sam lo piensa por un segundo. Porque en realidad, no, ya no se siente enfadada.

—Estoy avergonzada —admite frente a él—. Pero eso es otra cosa, ¿cierto?... ¿Enfadada? No, para nada ―Todos estos años lo culpó a él por lo sucedido y ahora resulta ser que la única culpable de todo fue la seductora borrachera puesta frente a David; unida a la adolescente incapacidad del chico por dominar sus hormonas. Eso abochornaría a cualquiera. Además, la balanza de nuevo se inclina en su contra, porque ella le ocultó la verdad y ahora, la que estará en serios problemas con él será su estupidez, por no haber otorgado a David los derechos que le correspondían, desde un principio, como padre de la niña. «Es más, debería decírselo ahora mismo» —piensa. Pero considera que una ola de insultos, aunado a una honda paliza en el término de dos días, es más que suficiente por ahora. No quiere que la mano que pasó de acariciar su mejilla y que, en este momento, se encarga de recorrer pequeños mechones de su cabello con pausados movimientos. Deje de hacer lo que hace, se dirija hasta su cuello, apriete con fuerza y no se detenga hasta que ella deje de respirar.




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