Torbellino : La Sombra de un Pasado (volumen1 y 2 )

Capítulo 35

David no sabe que fuerza desconocida le está impulsando para hacer tal confesión. A sabiendas de que lo más seguro es que reciba una respuesta negativa y hasta poco favorable, ante el ímpetu de sus acciones. Pero, en realidad, nada sucede a consecuencia de la declaración de amor que acaba de emitir David frente a Sam. Ni siquiera un deje de contrariedad que manipule la respuesta de sus movimientos. Ella simplemente se voltea como si nada y continúa acicalando el césped de la mala hierba.

David se tumba sobre la frescura de esa misma hierba y deja que los jeans azules y la camiseta blanca que visten su atractiva figura, armonicen con la comodidad que le brindan sus brazos. Los eleva y los lleva hacia atrás, dejando reposar la cabeza sobre ellos...

—Sé que tú no sientes lo mismo por mí —agrega mirando al cielo. La indiferencia interpuesta por Sam, justo después de escuchar sus palabras, no le permite más que expresar la simplicidad del hecho—. Yooo…yo sólo quería que lo supieras, es todo.

Aún así, Sam continúa sin responder nada. Persiste en seguir recolectando más y más tallitos que al momento son lanzados al aire, lejos de ella. Levanta la mirada y se encuentra de nuevo con la feliz familia de patitos que nada a través del lago. Viendo como el instinto natural de mamá pata guía muy fiel a todos sus hijitos en fila y detrás de ella, tal y como debe de ser. Y los pequeñuelos, los pequeños patitos agitan las membranas de sus extremidades, al tiempo que siguen los cuidados y la ternura de su mamá. Esto en consecuencia de haberla tenido presente en sus vidas desde el momento en que nacieran...

—David —menciona Sam de pronto, sin perder de vista la reveladora escena puesta frente a sus ojos—...No me ames, David. Yo no soy buena para ti.

—¿Por qué dices eso? —Pregunta él. Se incorpora con rapidez y se sienta de nuevo a su lado.

—Tú te mereces a alguien mucho mejor que yo.

—Nadie podría ser mejor que tú. Nunca podría encontrar a alguien mejor que tú.

—¡No, David! ―Pronuncia Sam. Gira impetuosa hacia él y lo mira directo a los ojos―. No me ames...por favor.

—Pero, Sam...

David trata de entender aquella expresión en su rostro, esa mirada en sus ojos. Es una mezcla de enojo añadida con la sombra de un vacío en su mirada. Se interpone en sus deseos de poder amarla libremente y en la tristeza que ahora apacigua la prohibición que acaba de recibir. No entiende por qué ella le está hablando así, de esa manera. De todos modos, tiene que saber que ya es muy tarde como para pedirle algo así...Demasiado tarde.

—Nunca es tarde para poder escapar —Se encarga de responder ella de inmediato.

Esto no impide que David se acerque aún más a ella...Porque escapar, ¿quién quiere tal cosa? Si él lo único que desea en ser condenado y refundido para siempre en su cautividad. Y se acerca tanto como se lo permiten los límites que el respeto que siente por ella se lo imponen. Mas se asegura de que Sam pueda sentir la intensidad del momento. La calidez de la tibia respiración que él deja reposar sobre su piel. Su mirada como siempre se adueña de ella e intenta poseer su alma a toda costa, aún en contra de sus deseos.

 Quizás por ello la esperanza que se pronuncia por una milésima de segundo en las añoranzas de Sam. Tan efímera como el paso de una estrella fugaz reflejada en el azul de sus ojos, porque...

«Tal vez si él me ama lo suficiente —piensa mientras posa la mano sobre el rostro de David―. Quizás yo también pueda llegar amarle algún día» —Y emprende un tierno recorrido a través de la espesura de su barba, a través de la dulce expresión proyectada por David.

Quien cierra los ojos ante el contacto de la mujer que ama, ante la suavidad de su inesperada caricia. Sam permanece sobre él con el roce de sus dedos, palpando en silencio la viril seda que cubre la faz de David. No puede evitar mirar al hombre que se esconde detrás de ésta. De la juventud y el vigor que emana a través de su esencia, de la fuerza de la vida. De esos ojos que ahora mismo la miran despidiendo fuego y fervor de amores sólo por ella. Todo en él irradia la magia de la luz. Esa fuerza vital que todo lo puede y de la cual ella ahora es carente en su totalidad. Por eso se entristece…por eso Sam retira lentamente la caricia de él, pues se ha dado cuenta de que ella jamás podría estar a su lado. Porque ella no es como David...

…Ella es mala y sus entrañas están secas y vacías. Desde hace mucho tiempo que en su alma no queda residuo alguno de amor ni de ilusión por la vida. ¿Cómo se atreve a construirse ilusiones pasajeras? A impulsarse así para intentar levantar castillos en el aire que le permitan soñar con que algún día podría llegar a sentir algo por él. Si ella ya no sabe lo que es sentir. Hace mucho que se le olvidó cómo hacerlo y no hay dentro de su alma ni un pequeño vestigio de aquella gracia que alguna vez le permitiese conservar la esencia de un ser humano. Ser parte de un ecosistema cuyo requisito primordial es el de estar vivo...

—No, David —responde Sam a sus deseos—; tú eres un buen hombre y un gran padre. Tienes un pequeño por quién velar y necesitas de alguien que, al igual a ti, permanezca fiel a tu lado y te haga feliz. Y en definitiva ese alguien no soy yo...

»Yo...yo no soy más que un espejismo dentro de tu memoria. El recuerdo de una fantasía que circunda en los rincones de tu mente; pero que en realidad no está allí, porque simplemente ya no existe. Adam tiene razón —continúa Sam, con una lastimera sonrisa que se llena de desprecio en cuanto habla de su propia persona—; yo ya no soy ni la sombra de lo que algún día fui. Yo hice cosas, David, cosas muy malas. Acciones que ensombrecen mi pasado, mi presente y por tanto mi futuro. Y la verdad del caso…lo cierto de todo esto es que tú no quieres estar conmigo. Eso te lo puedo asegurar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.