Es casi la media noche cuando Sam por fin llega a su departamento y aunque la sensatez la ahuyenta de envolverse entre las sábanas, el valor del licor contenido en sus venas, desde hace una hora, le ordena ahora mismo se sumerja en sus pesadillas. El reloj ya está por marcar la una y Sam sabe que debe intentar dormir, aunque sea, un poco.
Esa noche sueña con el mismo claro en medio del bosque. El mismo campo de flores donde recolecta sus hermosas margaritas y la voz de Richard que clama por ella enredada en la brisa del verde pastizal que corre a sus alrededores. Se levanta entonces y deja caer las margaritas de la blancura de su vestido; pero en cuanto siente la obligación de correr tras él, la fuerza de una mano la rodea por el brazo. Detiene su impulso por completo y con la intriga reflejada en el semblante, Sam gira para encontrarse con el rostro de David frente a ella; afanado y decidido en su determinación por retenerla a su lado. Son claras las intenciones que se muestran de no dejarla salir corriendo en busca de Richard...—¿Qué haces, suéltame? —Demanda ella con impertinencia. Se libera de él de un tirón y corre en medio del bosque hasta encontrar a su amor. Intenta asirse de él con desespero, mas como siempre lo mira desaparecer frente a sus ojos y sin poder hacer nada por evitarlo, es arrastrada hasta caer por el abismo sin fin.
Cuando Sam despierta cae al suelo, se arrastra hasta el armario y no sale de ahí hasta que la luz del alba absorbe por completo sus temores. Se fortalece en el llanto que la deja derramar hasta la última lágrima y se prepara entonces para salir a trabajar.
Transcurre todo un día de ardua labor y luego del anochecer, se encuentra en el hospital concluyendo con su trabajo. Terminando de llenar informes y documentando, al lado de Lorie, los casos atendidos a través de la semana. Se la ve muy concentrada en lo que hace; sin embargo, no puede dejar de pensar en la extraña variación dentro de la acostumbrada temática reproducida en sus sueños —¿A qué se debió todo aquello? —Se pregunta con retraído semblante, mientras impregna de tinta los formularios—. Ella suele soñar una y otra vez con lo mismo. El habitual y acostumbrado escenario de horror dentro de sus pesadillas. Esta pequeña alteración en sus secuencias la inquieta y la perturba, aún más, que el sueño mismo.
Su estado empeora en cuanto Karen ingresa con una evidente efusividad a la oficina, buscando a la Dra. Kendall en medio de escandalosos y ridículos chillidos cargados de emoción. Anuncia a los cuatro vientos y como una chiquilla alocada que el novio de la doctora se encuentra afuera, esperando por ella —Trae consigo una hermosa rosa roja entre las manos —anuncia la tontuela. Con ligeros brincoteos y con cortos palmoteos de delirio, como si con ella fuera la cosa.
La primera reacción que se muestra en el rostro de Sam declara una total apatía; pero se apresura y muda luego en una mala mueca al recordar que debe encontrarse con David. La verdad es que no quiere tener que verlo. Mucho menos después del sueño de anoche. Pero el rápido accionar de Lorie y de la chica tonta, no le brinda más tiempo para que continúe cambiando su repertorio de malos gestos. La toman y la maquillan a la fuerza; arreglando con muchas dificultades el descuido de su cabello. Ponen frente a ella un fresco y juvenil vestido blanco de tirantes, con estampado de flores veraniegas. Ofrecido con todas las amabilidades por Karen para que ella lo luzca.
—Olvídenlo —reniega Sam enseguida. Argumentando que ella no tiene quince años como para vestir algo así y se niega con un rotundo "No" a hacer tal ridículo. Deja salir un sonoro y fugaz resoplido de fastidio que lanza hacia atrás los lacios mechones de cabello rubio, caídos antes sobre su rostro.
—Muy bien, entonces muéstrame lo que trajiste para vestir —le demanda Lorie con severidad.
—¡Mierda!
—No trajiste nada, ¿no es así?
—¡No! —Exclama Sam. No trajo nada consigo aparte del uniforme que viste. Se supone que este día estaría sumergida entre papeleos y rondas de evaluación. Olvidó por completo la cena con David.
Viéndose sin más remedio acepta la oferta de Karen; pero se asegura de complementar el atuendo cubriéndose con un abrigo. No quiere que David piense que se preocupó mucho por su apariencia al tratarse de él.
Sin embargo, sus precauciones son inútiles, porque Sam luce radiante y muy hermosa. Hace tanto tiempo que Lorie no la veía tan resplandeciente; y recuerda cuando ella solía salir de la mano con su amor. Lo mucho que procuraba el verse siempre tan pulcra y generosa sólo para él. Y aunque es obvio que ahora ella no desea mostrar tal belleza, no puede, por lo simple de su naturaleza y cuando Lorie la mira sujetándose el cabello a modo de descuido con una prensilla, Sam de inmediato recibe un buen manotazo sobre el dorso de la mano.
—¡Oye! —Protesta ésta de inmediato mientras acaricia y consuela el ardor en su piel—. No sé qué te propones, no necesito verme tan bien. Estamos hablando de David, no es una verdadera cita.
—Pues aunque no lo sea y él te lleve a comer una simple hamburguesa a la vuelta de la esquina, irás bien presentada...Ahora ve, ve —la envía Lorie, corriendo a Sam de su lado como si fuese una pequeña ave. Una frágil paloma cuyas alas heridas aún no han terminado de sanar. Pero que con fe son enviadas a elevarse y a volar a través de los aires del cielo azul. Piensa que con una poca de suerte quizás encuentre de nuevo un nido donde pueda establecerse; en donde la calidez de su plumaje abrigue de nuevo y bajo su protección, pequeños pichones de esperanza.
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Editado: 12.05.2024