En cuanto la niña retornó del campamento de verano, se encontró con la peor de sus pesadillas. Sus padres o, más bien, sus abuelos le anunciaron que su madre se encontraba en la ciudad y que, además de esto, quería conocerla. Como era de suponerse, Susan se negó con un rotundo "NO" ante aquel absurdo pedido y lloró sumergida en el desconsuelo, derramando sus lágrimas sobre el pecho de Alexandra y rogando, por favor, que no la obligaran hacerlo. Pero no hubo de suplicar por mucho más tiempo para que su llanto fuese consolado; pues fue la misma Samanta quien, en acatamiento del sufrimiento de su hija, se negó a actuar en desacorde con los deseos de Susan. Así que se mantuvo alejada del hogar evitando alterar así, con su molesta presencia, la vida de la niña.
Aunque en ocasiones no lo podía soportar y bajo el sigilo de la distancia se ocultaba dentro de su viejo auto en las afueras de la escuela. Esperando todo el tiempo que fuese necesario y aguardando con mucha paciencia hasta que su recompensa se miraba reflejada en el brillo de sus ojos, cuando por fin lograba observar a lo lejos como su niña salía de los muros de la institución privada. Atisbando como la gracia de su joven y grácil andar se aproximaba hasta el lujoso auto negro que la esperaba en la entrada. El chofer abría entonces la puerta trasera del Mercedes Benz ante la señorita, y el dolor en el alma de una madre observaba con impotencia como, una vez más, la imagen de su niña se perdía ante sus ojos.
El recorrido de muchas lágrimas se hacía presente al instante —Quizás mañana logre verla de nuevo —Se consolaba Sam a sí misma y recogía las lágrimas derramadas en un pañuelo. Era entonces cuando silenciosos reclamos aparecían siempre dentro de sus sollozos y le pertenecían a él y sólo a él…a Richard. Por ser el único culpable de todo y por haberla obligado a volver—. Y por eso te odio —acometía con furia en contra de su recuerdo—; por no estar aquí conmigo, como me lo prometiste.
Rompía a llorar una vez más por lo mucho que lo amaba y lo extrañaba, encendía los ahogados sonidos del viejo motor de su Corolla y retornaba a la soledad del triste y vacío departamento. Se desahogaba, entonces, con los tragos amargos de la bebida y no se detenía hasta verse perdida en el abismo por el cual era arrastrada noche tras noche.
Pero hubo algo en la distancia. Una débil señal de esperanza descubierta al final del horizonte. En medio de tanta desolación, dolor y muerte, Sam se percató de que quizás no todo estaba perdido para ella. De que tal vez si lograba reconocer, en medio de tanta agonía, el remanente de alivio que provenía de su consuelo, lograría salvarse. Y ese ligero paquetito lleno de salvaciones fue su pequeño Ben. El niño la mantuvo con las fuerzas necesarias para seguir adelante. Fuente de amores e ilusiones desbordadas por la inocencia, y que tanto le eran necesarias para consolar la amargura por la que se veía derrotado su corazón. El pequeño llegó a encariñarse a tales maneras con Sam que, en cuanto la miraba venir, se desprendía de los cuidados de su padre y corría con desespero y en medio de gritos de alegría hasta llegar a ella. Para luego ser recibido por los maternales brazos, que lo elevaban muy en alto por los aires, llenándolo ella de constantes y tiernos besos impregnados de dulzura.
David se apresuraba y corría detrás de ellos. Los alcanzaba quejándose por la buena suerte de su hijo al disfrutar, según él, de tal recibimiento y para él nada. Con esto lograba conseguir de ella no sólo uno, sino dos sonoros besos en la mejilla. Como castigo a cuenta por sus imperdonables descuidos.
Y Sam, con tal de estar al lado de su pequeñito, pagaba siempre cualquier tributo impuesto por el cobrador. Aunque hasta la fecha no habían sido más que inocentes saludos regidos, más que todo, por una bonita amistad. O incluso, una que otra vez, pequeños besos que, robados por la sagacidad David y en cuanto ella se descuidaba, no representaban en realidad molestia alguna para Sam. Mientras que con eso le bastara, no tenía ningún problema en dejarse aventajar por sus atrevimientos muy de vez en cuando.
Sin embargo, no era presagio de sabio alguno el intuir que llegaría el día en que simples y juguetones besos robados ya no serían suficientes para David o para el fervor que ardía dentro de su piel. En realidad, este era un tortuoso temor que abordaba a Sam casi que a diario y por eso sufría en gran manera a causa de ello. El día en que David, cansado y aburrido de esperar algo más de parte suya, terminase en definitiva apartando al niño de su lado.
E incluso, en una ocasión, intentó acceder y permanecer en uno de esos acercamientos prolongados que le imponía David; pero las imágenes dentro de su mente de nuevo la hicieron retroceder. No pasó de ser un simple roce de piquitos. Un beso esquimal hubiese sido catalogado como todo un escándalo al lado de tan lánguida demostración de afecto.
Aún así y con todos los inconvenientes mencionados, hasta el día de hoy Sam intenta pasar todo el tiempo que le queda disponible en compañía de los chicos Oliver. El período transcurrido ya supera con pocos días los dos meses de visitas diarias, cenas y almuerzos acompañados de divertidos juegos en el parque. Ha llegado amar al pequeño, tanto o igual, como si fuese propio y con respecto a David. Si alguna vez alguien le hubiese dicho que habría de apreciar al cerebrito de su vecino de tal forma, se habría reído en la cara de ese alguien sin pensarlo. Ha aprendido a disfrutar en gran manera de su compañía e incluso, se ha descubierto añorando la presencia de David en cuanto no le tiene cerca.
En medio de tantos aconteceres, en los que ni siquiera puede visitar ahora la casa de sus padres. Desterrada nuevamente de los suyos y destruida por el desprecio de su hija, ellos son la única familia que posee. Los únicos con los que puede sentarse y compartir de una agradable cena, preparada por David, por supuesto. No es secreto para nadie que ella no sabe freír ni siquiera un huevo. O sentarse juntos y disfrutar de una película en medio de una cálida tarde de domingo. Cuando menos ahora no está sola como antes...Y Sam piensa esto sintiéndose tan reconfortada. Agradece lo comprensivo que se ha comportado David con ella. En ningún momento se ha valido de la necesidad que requiere de su presencia y de su compañía, para sacar ningún provecho de ello. Aún a sabiendas de los sentimientos que promueven fuertes latidos dentro de su pecho en cuanto la mira, él se ha comportado como un verdadero caballero y sobre todo, como un verdadero amigo. ―Ojalá que todo siga igual, que las cosas no cambien, por favor —Y ruega esto a la providencia con contritas plegarias.
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Editado: 12.05.2024