Sam se limita a guardar silencio; pues es obvio que no va discutir frente al pequeño un tema tan delicado y David, al parecer, capta rápido el mensaje.
—Bueno, ¿por qué no hacemos una cosa? —Menciona lleno de espontaneidad. Se acerca hasta Ben y lo pone a caminar en dirección al pasillo—. Mientras papá prepara el desayuno, tú ve y cámbiate para ir a la escuela, campeón, ¿Te parece?
—Si, papi —Rápidos y ligeros pasitos se escuchan alejándose por el pasillo. Uno tras otro en acompasada y tierna sintonía, suben uno a uno los escalones.
Sam se propone a ir, ahora mismo, detrás de esa misma sintonía, pero la mano de David se encarga de romper el compás de sus pasos.
—Espera —menciona tomándola por el brazo. Los labios de Sam se fruncen al igual que su ceño ante su contacto—. ¿Puedo saber por qué estás molesta conmigo? Que yo recuerde hasta anoche todo estaba bien entre nosotros.
Su boca permanece contraída, evitando así que un volcán de palabras haga erupción sobre el rostro de David. Buena elección ahora que se mira a Rebeca entrando en la cocina. Se la ve recién bañada, con los manantiales de su cabello negro destilando agua sobre la humedad de la blusa blanca que la ciñe en sus curvas. Y para el colmo de una tolerancia ya sobrepasada, aún a medio vestir.
Sam la mira abrirse paso hasta llegar a David y no distingue si sus pretensiones son terminar de abrocharse la blusa frente a él o más bien todo lo contrario; porque siendo apartada gracias a un singular y bien disimulado caderazo, Sam queda rezagada lo suficiente como para mirar, con la boca abierta, como Rebeca apropiándose del cuello de David con una mano y de su corbata con la otra, lo hala hacia ella por medio de un súbito tirón, mientras le invade el rostro con tremendo chupete. ¡Sí! Porque eso no fue un beso, fue una máquina que succionó los labios de David con escandalosos estruendos llenos de asquerosidad.
—Buenos días, cariño —Se suscitan notas al aire desbordadas de seducción pura.
La mirada se enciende, los puños se aprietan…
—¡Ussshhhh! ―El volcán da media vuelta y sale echa una furia de la cocina.
En menos tiempo de lo que le tomó deshacerse de Rebeca, David se encuentra arriba. Con la humanidad apoyada contra el marco de la puerta de la habitación. Viendo como Sam, sobre la alfombra y apoyada sobre sus rodillas, esculca los cajones de Ben en busca de la ropa que vestirá el niño ese día.
—No es lo que piensas —murmura con los vagos intentos de brindar una válida explicación. Y si con éstos falla, al menos David hace denotar su presencia en el lugar. Pero no le era necesario hacer tal cosa, porque Sam ya lo había sentido llegar desde un principio. Era simplemente que lo estaba ignorando. Justo al igual que lo hace ahora y que continúa como si David no estuviese allí. Con la mirada puesta sobre sus acciones y en los conjuntos que está seleccionando; para elegir luego uno entre todos ellos y que su pequeño lo luzca.
Permanece en la sencilla tarea y en la cual ya se decidió por un abrigo en color azul, una camisa blanca estampada y unos vaqueritos azules. Al instante comienza a guardar en los cajones las opciones descartadas.
—Sam...
—¿Ya se fue tu novia? —Interviene ella contenida en una falsa serenidad. Como si lo ocurrido hace unos instantes hubiese sido la temática más habitual y natural vivida siempre entre ellos. Con la única diferencia de miradas que no han sido confrontadas y la cobardía de un rostro que evade la rabia ocultándose detrás de simples tareas. Lo que le permite a Sam darle la espalda a David.
—Sabes muy bien que ella no es mi novia —responde él.
—¿Ah, no? Pues no es lo que parece —interpone Sam―...Escucha ―Luego de un breve silencio sus ojos, por fin, se dignan a mirarlo—, no me malinterpretes, David. A mí no me molesta que estés con ella. ¿Pero no piensas que es demasiado pronto como para que ya duerma aquí, contigo y en tu casa? Es decir, piensa en Ben.
—Sam, yo no he dormido con ella.
«Si, claro y yo nací ayer».
—¡David, por favor! —interpela Sam con enojo—. ¿Acaso piensas que tengo cinco años? Es obvio que entre ustedes dos hay algo.
—Sí, una simple amistad —difiere él con la rapidez de sus ademanes—. Te lo había dicho antes, ella y yo somos buenos compañeros de trabajo. Nada más que eso.
—Si, como no…—Esto es increíble, Sam no puede creer que David le quiera ver la cara de esa manera. Tratar de burlarse así de su inteligencia es un insulto que, simplemente, no le va a permitir―…Además, ya Ben me lo dijo todo ―Y le descubre esto revistiendo sus palabras de sorna, acompañada de una sonrisa mordaz―. Y con toda franqueza te lo digo, David, que no te entiendo. ¿Por qué persistes en tu necedad por querer negarlo?
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Editado: 12.05.2024