—¿David?
—¿Uhmm? —Contesta David con cierta dificultad. Tiene la lengua enredada con el lápiz que sostiene contra el paladar. Se encuentra volcado sobre su mesa de trabajo y ni siquiera muestra tener tiempo para girar en pos de la presencia de Sam en el estudio. Es más, tan siquiera la sintió llegar y por eso continúa trazando líneas, números y más cálculos sobre los planos que se extienden frente a él.
—David, es casi media noche. ¿No piensas descansar? No has comido nada en todo el día —menciona Sam con preocupación. Pone frente a él un plato con un emparedado untado de jalea y mantequilla de maní. Un vaso de leche al lado del emparedado pone fin a todo su repertorio de habilidades culinarias.
Pero David no presta atención al bondadoso gesto de Sam.
—Ahora no puedo —le dice sumergido en sus responsabilidades—. Comeré algo después, no te preocupes.
—Pero, David…
—Comí una hamburguesa esta mañana en el partido de fútbol.
—¿Qué partido de fútbol?
—Al que fuimos, Ben y yo, con tu hermano y tus sobrinos —responde David liberando su lengua del lápiz. Gira un segundo hacia ella y la mira; sin embargo, de inmediato vuelca de nuevo su atención sobre los planos.
—¡Oh! —Pronuncia Sam con asombro.
«Por esa razón Ben se encontraba esta mañana en casa de sus padres jugando con los chicos de Adam. Ahora comprendo —discurre Sam—. No creo que Adam haya abierto la boca con respecto a ella y la niña —piensa con alivio—, de otro modo David ya le habría reclamado algo al respecto».
—Aún así pienso que deberías comer algo, David —menciona ella enfocándose de nuevo en él—. Eres un hombre grande y corpulento. Si trabajas demasiado y no recibes alimento podrías enfermar.
La mirada de David se dirige de nuevo hacia ella. Lo piensa por un segundo y llega a la conclusión de que quizás la doctora tenga razón; así que, apartándose de la mesa y sin abandonar su silla, toma el emparedado junto al vaso de leche y comienza a comer.
—¿Y Ben? —Pregunta mientras mastica un pedazo de pan mirando hacia la nada.
—Duerme desde hace horas. Te esperó todo y cuanto pudo a que subieras a darle un beso de buenas noches.
—Si, yo…lo siento —resopla David dejando a un lado la comida. Se pasa ambas manos por el rostro y el cabello con profundo cansancio—. Subiré a verlo en cuanto pueda.
Y ha de ser tanto el cansancio que de verdad aqueja a David, que éste ni siquiera se ha dado cuenta de que Sam ha estado, todo este tiempo de pie y frente a él, sin su pijama puesta. Viste con ropa cotidiana y su habitual bolso de salida se encuentra atado a su cuerpo. La mira sacar el monitor con el que ambos vigilan el sueño de Ben cuando no están a su lado.
—David, yo sé que tienes mucho trabajo; pero intenta dormir un poco, por favor. Aunque sea un par de horas antes de que te vayas a trabajar —menciona Sam mientras coloca el monitor en manos de David—. Es peligroso que conduzcas si no has dormido.
—Lo haré, no te preocupes. De todos modos, vendrán por mí mañana a primera hora, así que no conduciré.
—¿Ah, sí? ¿Y quién vendrá por ti? —Pregunta Sam, escudriñando de forma abierta y directa los ojos de David.
Mas son las manos de éste las que terminan por delatar, de inmediato, su nerviosismo ante ella. David comienza a jugar con el monitor de un lado al otro sin brindar una rápida respuesta ante Sam.
—David, ¿quién vendrá por ti? —Insiste ella de manera incisiva.
—Rebeca —contesta David desviando la mirada de Sam y poniéndose en pie, deja el monitor a un lado para comenzar a trazar nuevas líneas sobre el papel—. Tú sabes que todos pertenecemos al mismo equipo. Pasaremos luego por Allan y por Scott. Debemos tomar un vuelo corto para llegar al Centro de Investigaciones donde realizaremos las pruebas. Por eso decidimos ir los cuatro juntos en el mismo vehículo hasta la pista de vuelo.
El rostro de Sam se enciende de inmediato; pero se guarda de proferir protesta alguna frente a las amplias y sinceras explicaciones que David le brinda. Era de esperarse que la tal Rebeca estuviese aguardando en la puerta de David por una oportunidad en cuanto ella saliera expulsada de su vida. Y la oportunidad ha sido puesta ya sobre la mesa —piensa ocultando su rabia de él—; porque ella no piensa interferir más en lo que debió ser, para David, una verdadera relación desde un principio. Así que introduciendo la mano de nuevo en su bolso saca las llaves de la propiedad de los Oliver, junto con los controles de los portones y de las cocheras.
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Editado: 12.05.2024