—Vaya, veo que tienes apetito.
Lorie descubre a Sam con un emparedado entre las manos, del tamaño de un verdadero submarino. Es casi la media noche, pero eso no importa. Tal parece que, de un tiempo para acá, cualquier hora es buena para ingerir todo tipo de alimentos.
El contenido se desborda por los lados en cuanto intenta, con su glotonería, engullirlo a grandes bocados. Las lonjas de queso derretido se enredan entre los restos del pavo y las tiras del crujiente tocino, que caen por la comisura de sus labios.
—Lo siento —pronuncia Sam. Se relame y se encarga de recoger, con los dedos, los restos caídos sobre la mesa y los empuja dentro de su boca, junto a su vulgaridad. Da un bocado más y sonríe muy complacida—. Es que no tuve tiempo de cenar —pasta con la boca a reventar de comida— y me estaba muriendo de hambre.
—Pensé que estabas en el quirófano —menciona Lorie sentándose a su lado.
—Entro en media hora —pronuncia ella con torpeza y se sostiene los labios para no expulsar el contenido que sobrepasa su capacidad de almacenaje.
Lorie emprende sobre ella un minucioso recorrido, quiere asegurarse de analizar su estado anímico. Sabe que dentro de pocos minutos será lunes 20 de diciembre. Un mes más que se cumple de la tragedia ocurrida. Fecha en la que Sam acudirá al cementerio y dejará dos enormes ramos de flores sobre dos tumbas vacías. Honrará la memoria de sus amores perdidos en el extranjero y entonces, llorará a mares y con desconsuelo sobre los nombres grabados en las lápidas. En algunas ocasiones, la misma Lorie la ha acompañado. Para ella también es un momento muy difícil y por ello se interesa en saber en qué estado se encuentra su chica en este momento. Se le hace muy extraño el descubrirla así, tan animada y con tanto apetito. Cuando era de esperarse que la hallaría sumida en el acostumbrado ahogo y llanto, que ha gobernado su vida por tantos años y en esta fecha en específico.
—Y dime —promueve, entonces, a través de sutiles tonos—. ¿Estás bien? —Y se muestra atenta a la respuesta de ella; pues quiere entender si este nuevo comportamiento debe ser motivo de alegría o, más bien, de preocupación por parte suya. Pero al escuchar como Sam le responde con un simple y animado “Uhmjú”, Lorie la mira lanzarse de nuevo sobre el emparedado.
Últimamente la mira tan sonrosada y con un halo de luz a su alrededor que parece hacerla resplandecer. Haciéndola ver más hermosa que de costumbre y sonríe, pues hasta la descubre un tanto más “rellenita”. Y cómo no, si la mira comiendo con tanto entusiasmo cada vez que la encuentra en su camino.
Sabe que esto es producto del que ahora los tenga a ellos en su vida. Antes eran los lamentos y la agonía quienes gobernasen su diario existir. Pero ahora…ahora la escucha hablando de niños a los cuáles tiene que recoger de la escuela. De promesas hechas a su hija que debe cumplir, pues quedó de ir a visitarla al día siguiente. Y lo más increíble de todo. La escucha hablar de recetas de cocina; de cómo piensa prepararse para hornear galletas y decorar postres navideños. Para lo cual acudirá hasta su nana quien, siendo muy amable, prometió enseñarla cómo hacerlo en cuanto llegue a casa al día siguiente. Todo esto, luego de dejar el tributo a la memoria de su pequeño ángel y de su amor. Pero es claro que ahora no todo terminará allí, en el gemir y en el lamento de su pena; sino que tiene una vida que la espera después de haber llorado sobre sus tumbas. Una nueva realidad que la llena de fuerzas y de promesas cargadas de esperanza. Por las cuales sabe que debe continuar y por ello, no se abate cayendo a pesar de lo horrible y lo oscuro de su pasado. Se levanta una antorcha en medio de la espesa lobreguez y su chica avanza a paso lento, pero firme.
Aún así y por si acaso, Lorie se pone de inmediato a sus órdenes. Sabe que en cualquier momento todo podría revertirse y por ello, mantiene la guardia.
—Me siento bien. En serio, Lorie. No te preocupes —responde Sam, obsequiándole una hermosa sonrisa vestida de serenidad.
—Eso me tranquiliza…Y dime, ¿cómo están los chicos Oliver?
—Muy bien —responde ella, sin que esto le impida el dejar de comer—. Gracias por preguntar. No pude hablar con mi niño esta noche y eso me entristece, ¿sabes? En ocasiones deseo no tener que trabajar tanto para poder estar más tiempo a su lado.
—¿Y tu otro bebé? —Repone Lorie con malicia.
—¿Te refieres a Susan? —Le sonsaca Sam en medio de una sonrisa burlona. Sabe lo atrevida que es Lorie en ocasiones—…Él está bien —responde, por fin, ante los inconformes gestos de su amiga.
—Te sientes bien a su lado, ¿no es así?
—Mucho —le hace saber Sam de inmediato—. Él me hace sonreír.
—¿Nada más que eso? —Repone Lorie—. Es decir, ¿él no causa ningún otro impacto sobre ti?
—Sabes muy bien que sí —le responde ella a través de cohibidas miradas—. Mi cerebrito es muy importante para mí.
—¿Tanto como para que le dejes ocupar un pequeño lugar dentro de tu corazón?
Y Lorie pregunta esto provocando el inmediato fastidio de Sam. Ya que, dejando el emparedado sobre la mesa, le muestra su enojo.
—No comiences, por favor —le dice—. Tú sabes lo mucho que lo quiero —prosigue y limpiándose el rostro con una servilleta, Sam fija la mirada hacia el frente—; pero es un proceso lento. Por favor, no me presiones.
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Editado: 12.05.2024