Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 1

—Hola.

—¿Qué quieres?

—Hablar contigo —pronuncia Adam—. Sal, estoy frente a tu casa.

—¡Qué! Adam, es más de media noche, está helando allá afuera. Además, está nevando…No, entra tú si quieres, te abriré los portones.

—No —Se niega él—. Sal… por favor.

Sam deja escapar un hondo suspiro que se asegura de golpear, a profundidad, el oído de su hermano. Aún así atiende a su pedido y terminando la llamada, vuelve el rostro hacia la curiosidad mostrada por David.

—Es mi hermano —le dice.

—¿Qué quiere?

—Hablar —pronuncia Sam por medio de un elevado gesto.

—¿Hablar?

—Eso es lo que él dice…Vuelvo pronto, no me tardo.

—No, iré contigo —responde David. Termina de despojarse, él también, de su cobertor e intenta salir de la cama.

—No, está bien —pronuncia ella tomándolo por el brazo—. No te preocupes, regreso pronto —le dice y otorgando un pequeño beso sobre sus labios, termina por abandonar el lecho. Se apresura a cubrir su cuerpo desnudo con la bata que está al pie de la cama y abrigando sus pies con las enormes pantuflas de David, sale arrastrando los pasos hasta las afueras de la casa.

Al instante la golpea una ráfaga punzante de aire congelado. Su figura se encoge mientras se envuelve el cuerpo con ambos brazos.

—Este idiota —pronuncia Sam apresurándose a entrar al auto, hunde el pie en el acelerador y conduce despacio hasta llegar a la entrada de la propiedad.

Lo encuentra como, muy bien, le fue anunciado en las afueras, sobre la calle. Vestido con sus ropas de dormir y afianzado sobre el costado de un lujoso auto, esperando claramente por ella.

—Hola —menciona Sam. Se acerca hasta él y se deja caer también sobre el costado del auto. Comienza a tiritar del frío, allí mismo, así que Adam se apresura a quitarse el abrigo y lo pone sobre sus hombros, quedando a merced de la delgada bata de dormir que lo viste—. Gracias.

—Por nada —responde él y continúa mirando hacia el frente mientras se cruza de brazos, intentando brindarse algo de calor.

El silencio que prosigue es imperante y perpetúa entre ellos por un par de minutos o quizás por más tiempo, hasta que…

—Entonces…¿es verdad? —Pronuncia Adam de un pronto a otro.

—¿Qué? —Pregunta ella.

—Todo lo que papá dijo —Y vuelve a guardar silencio.

Sam eleva el rostro hasta él y lo mira esperar por una respuesta sumergido en su acostumbrada rigidez. En la seriedad de su semblante y en aquella mirada que, perdida hacia el frente, no le permite confrontar lo que de ella se avecina.

—Si —Es todo lo que responde Sam.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No lo sé —le dice ella—; entre tantos insultos y más reclamos, creo que no encontré la oportunidad para hacerlo.

—Sabes que sigo pensando que eres una idiota, ¿no es así? —Pronuncia Adam tornando, al fin, el rostro hacia ella—. Por no haber hablado, Sam y se lo dejé muy en claro a papá en cuanto se fue sobre mí con sus reclamos.

—Si, lo sé…lo sé —responde ella por medio de un apocado suspiro—. Pero, también espero que sepas que pienso que eres un asno, Adam. Por culparme siempre de tus desdichas, cuando el único autor de tu destino has sido tú y nadie más que tú. Al menos yo acepto mis errores y no intento culpar a los demás por el camino que he recorrido hasta ahora…Imbécil.

Adam suelta la risa a su lado y elevando ambos brazos sobre la cabeza, libera una basta bocanada de aire tibio que se confunde, con bastante rapidez, entre el gélido ambiente que los rodea. Y declinando la mirada hasta su hermana, permanece con la misma sonrisita burlona puesta sobre los labios.

—Imbécil tú —le dice y entonces, la empuja con cuidado haciéndola tambalearse de lado.

Sam sostiene con seriedad el azul de aquellos ojos pendencieros, mas luego de unos pocos segundos no puede evitar sonreír también.

—Si, ya que…—le dice—. ¿Y para esto fue que te saliste de tu casa en pijamas, señor don elegancia? ¿Para fastidiarme la víspera navideña?

—No podía dormir pensando en todo lo que papá dijo.

—Si, bueno. Siento mucho que mi tragedia te arrebate la bondad de tu sueño, hermanito.

—Sam, no digas eso.

—Es la verdad —pronuncia ella—. Tal vez no debí regresar nunca. Hubiese sido lo mejor para todos. Ahora todos me miran con pena…la pobre de Sammie y sus múltiples desgracias. Era lo último que deseaba, tener que cargar también con el dolor y los rostros compungidos de los que me rodean.

—Mi rostro no está compungido —menciona Adam elevando la pedantería de sus cejas frente a ella—. ¿Es verdad que sabes utilizar armamento pesado, Sam? Ya me preguntaba yo por qué la falta de elegancia y modales que ahora te aquejan.

—Ay, no puede ser —resopla Sam con fastidio—. Mejor vete a casa, Adam, ¿quieres? Antes de que Laura despierte y no te encuentre a su lado.




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