Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 2

—¡Mami! ¡Papi! ¡Mami! ¡Papi!...

—Creo que tu hijo te está llamando —arrastra David con la gravedad de su voz y despertando en medio de una terrible somnolencia, se envuelve la cabeza con la almohada y gira el cuerpo entre las sábanas, dispuesto a sumergirse una vez más en su descanso.

—A mí me parece que nos llama a ambos —responde Sam con iguales tonos; no así, como ella está acostumbrada a lidiar con tales males, no se le hace tan difícil emerger de la pesadez del sueño—. Anda, vamos —menciona dejándose caer sobre la espalda desnuda de David. Pone un par de besos sobre su piel y lo sacude por el hombro—. Es la mañana de Navidad, sabes que está desesperado por bajar y abrir sus regalos…¡David! —Alza Sam los tonos de su voz. Lo sacude de nuevo y al ver que éste no responde mas que con fuertes respiraciones, cargadas de sopor, se deja ir sobre su oído con sus reclamos—. Te dije anoche que descansaras, ¿no es así? Pero tú insististe en continuar…

—En continuar, ¿qué? —Pregunta él por medio de una aletargada sonrisa.

—En continuar…jugando —susurra ella sobre su cuello y abrazándose de su cintura por detrás, enreda las piernas con las de él y se encarga de poner más besos sobre aquella espalda llena de pecas, mientras sonríe—. Vamos —le dice otra vez hundiendo el rostro sobre su piel.

—Sólo si me prometes que esta noche jugarás de nuevo conmigo…¿Te gustó todo lo que hicimos anoche? —Pregunta él con voz ronca y apagada.

—Me fascinó —susurra ella frotando la nariz sobre sus provocaciones.

La respiración de David comienza a agitarse.

—Como que me están dando ganas de jugar ahora mismo —pronuncia volviéndose hacia ella con el desasosiego de su voz e intentando adueñarse de su figura, se encuentra de frente con los impedimentos de Sam.

—Creo que, por ahora, te divertiste lo suficiente, Oliver. Te permití desenvolver tu regalo en medio de la madrugada, ¿no es así? E hiciste con él lo que quisiste —susurra ella, provocando las inmediatas sonrisas de satisfacción que se dibujan en el rostro de David—. Ahora vamos para que tu hijo abra sus obsequios. No seas egoísta, ¿acaso no escuchas que no deja de llamarnos? —Y tomándolo de la mano, Sam se asegura de arrastrarlo fuera de la cama junto a ella.

El reloj de la cocina apenas marca las seis treinta de la mañana. En las afueras de la propiedad está helando. Con la nevada tan impresionante que cayó la noche anterior, una gruesa capa de nieve, blanca y abundante, se extiende por todos los alrededores que se descubren a través de los amplios ventanales. Los rayos de un joven amanecer comienzan a filtrarse a través de los vidrios cubiertos de escarcha.

Ben camina tomado de la mano de Sam, con sus muchos obsequios depositados en una vieja cubeta de playa, donde los acarrea de un lado al otro desde que los sacó de sus envolturas y se asegura de llevarlos junto a él a donde quiera que vaya.

Ingresan a la cocina y el delicioso aroma a panqueques recién hechos, los invita a tomar asiento frente a la pequeña mesa redonda que se encuentra al lado del desayunador. Una vez más el hogar de los Oliver ostenta aroma a felicidad y por eso, junto al panqueque puesto sobre sus platos, el niño recibe un tierno beso sobre la cabecita por parte de su padre y Sam, un acaramelado beso sobre los labios, además de otro más sobre su pancita.

—Come —pronuncia David mientras acaricia sus cabellos—, recuerda que ahora debes alimentarte por dos. Mi hijo debe crecer sano y fuerte dentro de ti.

—Si, pero antes dame un beso más, ¿quieres?...Otro…Otro más, por favor.

—¿Otro?

—Otro —le pide ella y sosteniéndole por el cuello, no lo deja alejarse hasta que la satisfacción de su semblante la hace cerrar los ojos frente a él—. Feliz Navidad —susurra Sam sobre sus labios y sonriendo, se asegura de unir su frente a la de David.

Abre los ojos y se separa de su rostro tan sólo para encontrarse con el brillo ardiente de su mirada.

—Feliz Navidad —lo escucha responder.

—Siempre quise hacer esto…Desde que era una niña.

—¿Qué? —Pregunta David.

—Dejarme perder así dentro de ti, dentro de tus hermosos ojos azules.

David no puede evitar sonreír al escucharla decir todo aquello y por eso permanece con la misma intensidad puesta sobre sus declaraciones.

—Te amo mucho…¿Tú me amas?

—Umhjú —responde ella con el leve movimiento de su cabeza.

—Entonces, dilo —susurra David uniendo su frente a la de ella una vez más.

—¿Por qué? —Pregunta Sam en medio de sutiles sonrisas.

—Porque quiero escucharlo salir de tu boca.

Sam sonríe al tiempo que acaricia su rostro con ambas manos y como ahora se siente en disposición de complacerle en todo, sus labios se separan con la única intención de hacerle feliz. No obstante, la intromisión de su pequeñito no la deja llevar a cabo la tarea.

—¿Tú me amash, papi? —Pregunta el chiquitín, imitando los procederes de sus padres y robándose, por completo, las atenciones de David, lo separa de ella tan sólo para recibir las tiernas palabras de su padre.




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