—¿Caballeros, si me disculpan un momento?
—Claro —responden Jim y Adam al sonido de una sola voz.
David se aproxima e interviene en la constante charla que aún, se mira, sostienen Sam y Laura con bastante animosidad.
—¿Vienes a robarte a mi amiga?
—Sólo será por unos pocos minutos —sonríe David mientras toma la mano de Laura y la besa con sumo respeto—, prometo que te la devolveré en seguida —Y tomando a Sam de la mano, la guía a su lado mientras ambos salen del salón.
Buscan un lugar apartado en donde puedan estar a solas por un rato y se ubican frente a un enorme ventanal, cerca de uno de los balcones.
—¿Qué sucede? —Pregunta Sam, rodeándolo por el cuello con ambos brazos.
—Nada —responde David empleando la serenidad de sus movimientos. La toma por la cintura y atrayéndola hacia su cuerpo, le habla muy de cerca. Hasta dejar la humedad de sus labios puesta sobre la piel de su cuello—. Es tan sólo que ya me hacías falta —le dice y entonces, se asegura de abrumarla todavía más con su cercanía.
—No puedes estar sin mí, ¿no es así? ¿Tan rápido y ya me extrañas?
—Así es —responde él con la ayuda de tonos silenciosos y acallados. Continúa poniendo más besos sobre sus hombros y desciende sobre la longitud de sus brazos.
—Oye, te estás poniendo muy cariñoso…Ya basta —susurra Sam mientras sonríe. Sin embargo, ella misma no puede evitar seguir los movimientos de aquel cuerpo al son de sus propias caricias—. David, nos pueden ver. Ya cálmate —pronuncia entre pícaras sonrisas.
—¿Tú quieres que me calme? —Pregunta él con el desasosiego de su voz.
La respiración de Sam se muestra agitada.
—No —gime de inmediato, muy cerca de su oído y entonces, es ella quien comienza a acariciar el cuerpo de David con sus propias formas.
—Vámonos a casa. Los niños están jugando afuera con la nieve. Ben se entretendrá por un buen rato con ellos.
—No podemos.
—¿Por qué, no? —Pregunta David sembrando sobre sus labios un ardiente beso y sin darle tiempo a respuesta alguna, le roba el aliento de su pecho—. Vamos, estaremos de vuelta para la hora de la comida. Nadie se dará cuenta.
Sam lo mira con la agitación puesta sobre sus respiraciones.
—Ok.
—¿Ok?
—Ok.
Ambos sonríen y tomándose de la mano se dirigen, por medio de apresurados pasos, hasta la cocina. Se escabullen por la puerta llegando, luego, al jardín trasero.
De inmediato los golpea una ráfaga de aire congelado.
—Mierda, David…Aquí afuera está helando.
—Te voy a tener que lavar esa boca con jabón…Corre.
—No, mejor ven por aquí —le dice ella y halando de él en dirección contraria, ambos corren mientras sonríen como si fuesen un par de niños.
—¿A dónde me llevas?
—Al pasadizo que está entre los arbustos.
—¿Acaso estás bromeando?
—No, ven —pronuncia Sam entre divertidas sonrisas y lo arrastra junto a ella en medio de la nieve—. ¿Cómo es posible que no sepas que éste todavía se encuentra allí?
—No tenía idea.
—¿Hace cuánto que perdiste tu niñez, Oliver?
—Pues, al parecer, fue hace mil años.
Ambos corren un poco más hasta que llegan al lugar en el que saben, se encuentra la entrada del pasadizo.
—¿Lo ves? —Pronuncia Sam dejándose caer sobre sus rodillas y comenzando a quitar las ramas muertas que están sobre la entrada, advierte como la sonrisa de aquel pequeño y escuálido niño, que lleva en su memoria, se hace presente frente a ella—. Eres tan hermoso, David. Ven, vamos —Y poniendo un pequeño beso sobre sus labios, Sam se apoya sobre sus cuatro extremidades y comienza a arrastrarse por el túnel.
—Sam, yo no paso por ahí.
—Encoge los hombros. Apresúrate, que me estoy congelando.
David la sigue, mas como era de esperarse, en el primer intento que hace por ingresar al túnel, queda atascado entre las ramas.
—¿Lo ves? Te lo dije —pronuncia tratando de liberar su camisa.
—Espera, déjame ayudarte —pronuncia Sam, hace malabares para girar su cuerpo dentro del túnel y entonces, avanza en dirección a él. No así y por más que lo intenta, no puede liberarlo mientras continúa halando de la tela—. Pero, ¿cómo es posible? Si apenas ayer pasabas de un lado al otro y de pie.
—Si, bueno, en mi defensa tenía seis años y no creo que haya sido apenas ayer, Sam…¡Auch, espera! Me estás clavando en la piel las puntas de las ramas.
—Lo siento, bebé. ¡Yo y mis estúpidas ideas!
David deja de revolverse en la entrada del pasadizo, tan sólo para poder mirarla a profundidad. Es por medio de un brusco movimiento que él mismo termina tirando de la camisa y rompe la tela hasta quedar libre, entonces retrocede y cae sentado sobre la nieve.
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Editado: 27.05.2022