Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 4

Cuando por fin se dignan a aparecer nuevamente en la casa de al lado, el almuerzo tan sólo es un rastro lejano de charlas amenas y más conversaciones que se están llevando a cabo en el salón y demás lugares adyacentes, dentro de la mansión. La mirada llena de reproches que deja caer Alexandra sobre ellos, no logra borrar el gesto de satisfacción y las amplias sonrisas que ambos traen estampadas sobre el rostro.

Sus atuendos son finos y elegantes; al menos con esto calman los ánimos de la enfadada anfitriona y les permite a Sam y a David mezclarse, sin mayor problema, entre los invitados.

—¡Mami! —Grita el pequeño al ver a su madre. Se desprende de los cuidados de nana y corre hasta quedar sumergido en la protección de sus brazos.

—Mi amor, pero, ¡qué encantador! —Pronuncia Sam, por todo lo alto. Mira a su niño ataviado con un elegante y pequeño traje de smoking en color negro—. Te ves precioso —Permanece pronunciando mientras lo aprisiona contra su cuerpo.

—Mi niña, ¿dónde estabas?

—Lo siento, nana. Es que, yo…

—Tu madre está muy resentida contigo. Se esmeró tanto en que todo fuese perfecto y lo hizo pensando sólo en ti, Samanta.

—Si, yo…iré a disculparme ahora mismo con ella —pronuncia Sam y arrastrando el elegante vestido que lleva puesto, con cada uno de sus pasos, se asegura de llevar al niño tomado de la mano hasta que llega y se aposta, de lado, junto a las glamurosas sonrisas con las que Alexandra permanece atendiendo a sus invitados.

—Mami, lo siento —pronuncia Sam por medio de un disimulado susurro y el cual se deja depositar muy cerca del oído de su madre.

—Ahora no, Samanta —responde Alexandra de igual forma y se preocupa por continuar sonriendo mientras simula frente a aquellos.

—Es que David y yo tuvimos que ir a casa para…

—Dije, que ahora no —repite Alexandra con apretados tonos y volviendo la rigidez de su cuello hacia su hija, le sonríe hasta dejarla muda con la elegante mueca que pone frente a ella—; por qué mejor no te preocupas por atender a tus invitados, querida.

—A mis…«¡OH, MIERDA!». Se despotrica Sam, entonces, entre agobiados pensamientos. «¡Lorie, la olvidé por completo!».

Toma al niño y lo eleva, sosteniéndolo contra su costado con la ayuda de una sola mano. Con la otra se adueña de la caída de su vestido y comienza a caminar a toda prisa, buscando a su amiga con el desespero de su mirada. La ubica sola y abandonada, desterrada en el frío de uno de los balcones de la entrada principal.

—¡¿Dónde rayos estabas?! —Pronuncia Lorie en cuanto escucha el escándalo de aquellos tacones altos corriendo hasta llegar a ella. Observa a Sam ingresar al balcón con el niño en brazos. Sin detenerse ésta hasta que logra lanzarse sobre ella con sus besos, abrazos y las miles de disculpas que se apresuran a salir de sus labios—. Quita…¡Quítate! No me toques —la manotea Lorie, zafándose con evidente enojo de aquellos dulces, pero tardíos recibimientos.

—Lorie, perdóname. Es que…es que yo…

—Para qué rayos, tú y David, me hacen venir a un lugar en el cual no conozco a nadie y en donde, además, te apareces tres horas después de la hora acordada…¿Ah, Sam, dímelo? —Se despotrica Lorie en contra de ella—. No hice otra cosa que hacer el ridículo sentándome frente a una mesa que tiene más de un kilómetro de largo. Con un millar de cubiertos de plata, vajillas y más implementos puestos frente a mí y dentro de los cuales yo no me sé conducir. Entre gente estirada y arrogante, que no hizo más que mirar como mis torpezas no sabían con cuál cuchara tenía que tomar la sopa.

—Ya conociste a mi familia, ¿no es así? —Pronuncia Sam entre sonrisas cargadas de burla.

—¡No te rías! Si no hubiese sido por la ayuda de esa niña tan amable y sus disimuladas indicaciones, yo todavía estaría sentada allí. Disputando dentro de mi mente en cual posición tenía que dejar puestos los cubiertos para que me retirasen los platos.

—¿Conociste a “Su”? Mi niña es un encanto, ¿no te parece?

—No me cambies el tema, Sam.

—Lorie, perdóname —pronuncia ella sin permitirse dejar de abrazarla—. David y yo perdimos la noción del tiempo. Fuimos tan sólo por un momento a casa para cambiarnos de ropa y bueno, pues, una cosa llevó a la otra y…y…

—Si, y…y...—le gruñe Lorie imitando sus gestos—. Y tus hormonas de mujer embarazada, no pudieron contenerse, ¿no es así?

—Lo siento —sonríe ella en medio de sus súplicas; pero sin dejar de lado y mostrando ante su amiga la gran satisfacción que aquellas hormonas, antes mencionadas, le acaban de proporcionar.

—Si no fuera porque me tranquiliza, de una forma en la que no tienes idea, el escucharte hablar así, de esa manera. Te juro que me iría, ahora mismo, de aquí, Sam.

—Nononoronono —le ruega ella asiéndose de su cuerpo con más fuerza—. No te marches, por favor. Acabas de llegar y ni siquiera te he presentado a mi familia como es debido. Además, ¿qué estás haciendo aquí afuera con este frío?




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