—Hola, buenos días.
—Buenos días —responde David y viendo como Sam estira la trompa hacia él, se inclina de lado y la besa—. Siéntate, ya te sirvo tu desayuno.
Sam se muestra muy obediente y se balancea de un lado al otro, sobre sus pasos, con la dificultad del enorme vientre que carga sobre ella. Toma asiento frente a la pequeña mesa redonda, junto a sus hijos y espera ansiosa por su comida.
—Uhmmm…Panqueques, ¡siiii! —Pronuncia relamiéndose los labios al ver aquella enorme torre de delicias, esponjosas y doradas, siendo puesta en medio de ellos. No lo espera más, toma una pila lo bastante alta y la deja caer sobre su plato—. “Su” ¿me pasas el jarabe, por favor?
—Oye, espera —le dice David y sosteniéndola del brazo, detiene la cascada de jarabe de arce que ya se desborda a través de los panes, inundando su plato—. Con moderación, recuerda lo que dijo el médico. Tienes dos kilos sobre el peso recomendado y debes regular tu ingesta de grasas, carbohidratos y azúcares.
—David, tengo nueve meses de embarazo —le dice Sam liberándose de sus majaderías—. Modere o no modere lo que coma, de igual forma, me veo como si fuese una ballena. Siempre ha sido así; te dije que mis vientres de embarazo son enormes, ¿no es verdad?...Con “Su” fue del mismo modo —pronuncia Sam mientras acaricia el rostro sonriente de su hija—. Cuando estaba de seis meses todos pensaban que tenía ocho y cuando llegó la hora del alumbramiento, me hicieron un ultrasonido pensando que quizás se habían equivocado y eran gemelos los que venían en camino.
—Si, pero sabes muy bien que eso no es lo que en realidad importa —refuta David en contra de su glotonería—. Es por tu salud y la del bebé; entre más conserves el peso adecuado, de acuerdo a las semanas de gestación que tengas, más fácil te será el dar a luz. ¿Cómo es posible que tú, siendo médico, sea yo quien tenga que decirte todas estas cosas? Dame ese plato —le ordena David y poniendo frente a ella uno nuevo, nada más que con un panqueque, acompañado de fruta y una pequeña cantidad de jarabe, se relaja y la besa en la cabeza—. Come —Se impone ante las miradas de disgusto que le avienta Sam.
—Mami, ¿yo también estuve en tu “panshiita”? —Pregunta el pequeñito, provocando que aquellas miradas se tornen llenas de pesadumbre y contrariedad entre sí.
—Ven aquí, mi cielo —le dice Sam y subiendo a Ben, a través de muchas dificultades, sobre lo que queda de su regazo, se asegura de envolverlo entre sus brazos. Él niño ya tiene cuatro años, los cumplió hace apenas un mes y sus padres han decidido no engañar la mente del pequeño; sino que le hablan con la verdad de acuerdo a su edad y de este modo pretenden seguir haciéndolo hasta que él llegue a comprender, en su totalidad, la situación que les rodea—. Tú no estuviste en la pancita de mami —le dice Sam, suscitando los inmediatos pucheros del pequeño—. Pero naciste de aquí, del corazón de mamá —pronuncia ella poniendo la manita de Ben sobre su pecho—. Tú, Susan y tu hermanito, quien está aquí adentro, son mi razón de vivir, mi amor. Mamá te ama por sobre todas las cosas, ¿entiendes?
—Si —responde el pequeño con su cabecita; pero se muestra triste y se niega a abandonar el regazo de su madre.
—Ya, mi amor —pronuncia ella, pone muchos besos sobre su cabello rubio y permanece consolándolo—. David, ¿dónde está tu dije? —Pregunta Sam, en medio de los arrullos que recibe su bebé. Lo ve abrocharse el botón del cuello de su camisa y comenzar anudarse la corbata; pero de la mariposa y sus alas, no encuentra rastro alguno.
—Lo guardé —responde David sentándose junto a ella y apresurándose a comer su desayuno, continúa arreglándose la vestimenta.
—¿Lo guardaste? ¿Por qué?
—La verdad es que me da temor perderlo, Sam. Prefiero mantenerlo a salvo en tu joyero.
Sam lo mira sin decir nada. Sin embargo, de un pronto a otro, hace a un lado las manos de David y es ella quien se encarga de arreglar el nudo de su corbata mientras él continúa comiendo.
—Susan, cariño —menciona Sam tornando la mirada hacia la niña—, hazme un favor, mi amor. Ve a mi habitación y busca en la cómoda. En el primer cajón a la derecha, allí encontrarás mi joyero. Trae el dije de tu padre, por favor.
—Si.
La chiquilla sale de inmediato a cumplir con el encargo.
—David, no te lo vuelvas a quitar; si no qué sentido tendría el habértelo dado. Quiero que lo conserves cerca de ti, por favor. Como si yo estuviese siempre a tu lado. Eso es lo que quiero que represente la mariposa para ti.
—Lo siento —pronuncia él volviendo el rostro hacia ella—, si es tan importante para ti no me lo volveré a quitar nunca más.
—Lo es —responde Sam.
—Debo apresurarme —menciona David mirando el reloj en su muñeca y retirando los platos de la mesa, los lleva al fregadero—, llegaré tarde a mi trabajo si no nos vamos ya.
—Vete tú, yo llevaré a los niños a la escuela.
—No —responde él de inmediato—, el doctor te mandó reposo. Estuviste con un leve sangrado, ¿ya lo olvidaste?
—Si, pero tengo más de quince días de estar de licencia y he pasado todo este tiempo encerrada en casa. Ya me siento bien…Salgo, dejo a los niños y me regreso en seguida. No me has dejado hacer nada. Desde hace días te comportas como si fueses un dictador con la comida, con la casa, con los niños. Por lo tanto, yo estoy agobiada por mi falta de movilidad y tú estás que ya no puedes más con tanto estrés y con todos los quehaceres que, se supone, nos corresponden a ambos.
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Editado: 27.05.2022