Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 11

En un principio los movimientos de David son torpes y aletargados, le toma unos cuantos segundos despertar del todo y entrar en estado de histeria.

—Está bien, tranquilízate —le dice ella, viendo como él se revuelve por toda la habitación como si fuese un remolino. Buscando maletas y enredándose la ropa y los zapatos encima—. En realidad, tenemos tiempo, aún no se me ha roto la fuente.

—¿Y las contracciones?

—Desde la media noche. Cada cinco minutos desde hace una hora.

—¿Y por qué no me despertaste antes?

—Quería que durmieras algo. No has descansado últimamente.

—Eso no importa, Sam, debiste decirme.

—¿Para qué? Si no son cada cinco minutos y no duran más de 40 segundos, no es de urgencia salir de inmediato —menciona ella haciendo alarde de sus conocimientos médicos; entonces, permanece vistiéndose con calma.

—¿Por qué será que eso no me tranquiliza en lo absoluto, doctora? Vamos —le dice David y apresurándola la rodea con el brazo por la cintura y con la maleta del otro lado, colgando de su mano, comienzan a salir de la habitación.

—¿Llamaste a nana?

—Ya viene en camino, no te preocupes Ben aún duerme —responde David mientras ambos bajan por las escaleras. De pronto advierten como un pequeño riachuelo desciende escalones abajo como si fuese una mini cascada.

—Oops…Creo que ahora si debemos apresurarnos —pronuncia Sam.

—Oh Dios, vamos.

 El trayecto ya antes recorrido hacia el hospital y que había sido debidamente cronometrado, rompe en estos momentos su marca anterior por más de dos minutos.

—Te pasaste la luz roja del semáforo.

—Ya estaba en amarillo —responde David y viendo como ella se sujeta de la manilla de la puerta y apoya el rostro sobre su brazo mientras comienza a sufrir una nueva contracción, hunde el pie en el acelerador.

Los hondos jadeos que se reproducen de su dolor la llevan a sostenerse el vientre y luego, cuando todo comienza a descender, queda sumida en la nueva calma de sus respiraciones.

—Cielos. Esa fue grande.

—Continúa respirando como lo hemos venido practicando hasta ahora —pronuncia David y respirando junto a ella, la toma de la mano—, ya casi llegamos.

 

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Instalados dentro de la habitación del hospital y con los debidos medicamentos siendo suministrados a través de su cuerpo, el rostro de Sam logra, por fin, relajarse.

—Guau, entonces…así es como se siente —pronuncia por medio de un remarcado gesto de alivio que abarca toda su cara.

—¿Qué? —Pregunta David.

—Dar a luz sin dolor y con el padre de tu hijo presente y en calma. Acariciando tu espalda baja, mientras se encuentra sentado a tu lado en la seguridad de un hospital.

Su cuerpo se posiciona de medio lado sobre la camilla para continuar recibiendo los mimos de David. Los ojos de Sam se cierran acomodando el rostro sobre la palma extendida de su mano.

—Ah, eso se siente tan bien —pronuncia por medio de un suspiro ahogado.

—¿Quieres más hielo?

—Si, por favor.

David coloca otro trozo de hielo dentro de la boca de Sam y permanece masajeando su cintura baja para que sus músculos se relajen. No pasa mucho tiempo antes de que su médico ingrese a la habitación.

—Veamos —pronuncia éste tomando las lecturas de sus contracciones entre las manos y asintiendo con la cabeza se muestra satisfecho. Procede, entonces, a realizarle un tacto vaginal—. Uhmm, estás lista —anuncia sin mayor preámbulo.

—¿En serio, tan pronto? —Pregunta ella.

—Si —responde el médico—; estás, por completo, dilatada. Haré que te preparen ahora mismo —menciona mientras comienza a salir—. Nos vemos en la sala de partos, vamos a traer a este niño al mundo —pronuncia sonriendo y termina de salir.

Para Sam es más que obvio que David ha hecho esto antes. Lo mira pasearse con sus muchas emociones vestido con su bata, gorro, guantes y mascarilla. Oscilando de un lado al otro y junto a ella. De su rostro hacia su vagina y luego a la inversa. Aún con todo aquello cubriéndole las expresiones, se nota la emoción de sus ojos al extenderse éstos de par en par.

—Ya se ve la cabeza—Exclama. Entonces, corre de nuevo hasta el rostro de Sam tan sólo para poder besar aquella frente bañada en sudor y vuelve luego a su vagina.

Ella sonríe en medio de la incómoda sensación que le oprime con fuerza el vientre bajo. Esto no es nada comparado con las dos veces anteriores y por eso ni siquiera se queja. Una respiración más, un gruñido cargado de fuerza y el niño sale expulsado de ella.

El llanto de la criatura expande sus pulmones por toda la sala. Es fuerte y vigoroso, podría decirse que hasta un poco insolente. Declama vida y salud, una fuerza que golpea los recuerdos de la madre; porque Sam rompe a llorar allí mismo en medio de los muchos besos que David continúa poniendo sobre su frente.




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