Sam sube a la camioneta. Sus movimientos continúan alterados, su respiración no se ha tranquilizado y el rechinido de las llantas, dejando meya sobre el asfalto, la sacan con rapidez de allí y la ponen a circular a alta velocidad en medio de la carretera.
Cuando se percata, se está deteniendo frente a la misma tienda de flores y a la cual acude siempre antes de ir al cementerio; pero, esta vez, tan sólo compra un ramo de rosas blancas para adornar el altar de su bebé. Continúa con su camino y se dirige al lugar al que tantas veces fue a depositar flores sobre una tumba vacía y en el cual derramó su alma por entero, hasta la última lágrima, bajo la pena de un engaño.
Al cruzar las puertas del camposanto, con el ramo de rosas blancas bien sujetas entre las manos, sigue el sendero que la conduce hasta el terreno que adquirió para elevar allí el tributo de sus dos amores perdidos. Mas sus pasos se detienen de pronto y con profundo asombro descubre, a lo lejos, la silueta de Richard bañada, de forma perpendicular, por los rayos del sol de la mañana. Se encuentra de pie y frente a las lápidas. Inmerso en un profundo silencio que no le permite desviar la mirada de aquel nombre gravado sobre la piedra.
“Aquí yace el recuerdo del Cap. Richard J. Crowe. Amado esposo y padre de un pequeño ángel. Te llevaré por siempre y para siempre dentro de mi corazón, amor”.
No pestañea, no emite sonido ni movimiento alguno; tan sólo se queda allí y continúa observando y observando, lo que dentro de su mente no es más que una locura. Ni siquiera se inmuta ante la presencia misma de Sam, ni cuando ésta se coloca al lado de su cuerpo y permanece al igual que él, viendo las tumbas en completo silencio.
—¿Cómo supiste…
—Lorie —pronuncia él antes de que ella pueda terminar de hablar.
—Claro —responde Sam.
El silencio se impone de nuevo entre ellos, hasta que es él quien lo rompe esta vez.
—¿Por qué mandaste a gravar en la piedra “amado esposo”? Si tú y yo, nunca alcanzamos a…
—Para mí si —Se apresura ella a decir—…para mí si lo eras. Me casé contigo tantas veces dentro de mis fantasías, que lo eras. Yo era la viuda del Capitán Crowe…y lo sigo siendo.
Ambos continúan mirando hacia el frente.
—Bueno, en ese caso —comienza a decir Richard—, debo informarte que me promovieron. Ahora ostento el rango de Mayor; así que tendrás que mandar a gravar una nueva lápida —Ninguno de los dos ríe ante el amargo y tétrico chiste—. ¿Aún piensas que soy un producto de tu imaginación?
El rostro de Sam se eleva hasta él.
—Todavía trabajo en ello —Es todo lo que dice y vuelve a mirar al frente.
—Yo puedo ayudarte a averiguarlo.
—¿Cómo? —Pregunta ella, sintiendo allí mismo el pellizco sobre su costado—. ¡¡AUCH!! ¡¿Qué haces? ¡Eso dolió!
—¿Lo ves? Ahí lo tienes —menciona Richard sin mover la postura—, no estoy dentro de tu mente. No estás alucinando, amor. En realidad estoy aquí, a tu lado. Mi mano está rozando la tuya, ¿lo sientes?
—Si —responde Sam y advirtiendo como él termina de adueñarse de su mano por completo, no opone resistencia alguna a su cercanía y se mantiene allí, junto a él, sintiendo como el pecho se le va inflando de sollozos lastimeros que, muy pronto, se mira imposibilitada de contener.
—No llores, mi amor…por favor.
—Si yo tan sólo lo hubiese sabido —comienza a balbucear ella en medio de su llanto—. Tú sabes que no hubiese habido poder humano capaz de separarme de ti.
—Lo sé…lo sé, mi amor; pero no fue tu culpa.
—Si, sí lo fue. Todo fue por mi culpa, por no haberte hecho caso.
—No digas eso —pronuncia Richard y colocándose frente a ella, se preocupa por tomar su mentón, tembloroso por el llanto y elevando el rostro de Sam hasta él, comienza a repasar sus mejillas de un lado al otro y con suavidad, mientras limpia sus lágrimas—. No te hagas esto, por favor. No fue culpa de nadie y ahora, más bien, dime: ¿Pudiste recuperar a tu hija?
El llanto de Sam se mira interrumpido por muchas y trémulas sonrisas.
—Si…si —comienza a decir allí mismo y frente a él—; cumplí la promesa que te hice. Yo volví a casa y ella…ella ahora está a mi lado. Aún se encuentra bajo la tutela de mis padres; pero, la tengo junto a mí casi que a diario.
—Eso es fantástico —pronuncia Richard sin dejar de acariciar sus mejillas, le brinda una hermosa sonrisa de medio lado y se muestra lo bastante satisfecho de escucharla hablar así, de ese modo.
Sam se apresura a buscar en su bolso y sacando la cartera de mano, busca una fotografía de Susan y se la muestra.
La sonrisa de Richard se extiende por toda su cara.
—Es muy bonita —le dice. Toma la cartera entre sus manos y permanece con aquella misma expresión iluminándole el rostro—. Me alegra que, por fin, seas feliz, mi amor —Mas de pronto su semblante se entristece y baja la mirada mientras comienza a jugar con la cartera entre los dedos—. Yoooo…lo siento, creo que tengo que arrancarme esa palabra de la boca. Dejar de llamarte así, ¿no lo crees?
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Editado: 27.05.2022