Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 15

—¿Vienes a la cama? —Susurra David. Envuelve la cintura de Sam desde atrás y la besa en un par de ocasiones en el cuello. Permanece sobre ella viendo como ésta comienza a arropar al bebé dentro de la cuna.

—Iré en un segundo.

—Bien.

David pone un beso más sobre su piel y separándose de su cuerpo, comienza a salir de la habitación de su hijo. Mas se detiene bajo el umbral de la puerta y sin dejar de darle la espalda a su esposa, tan sólo se toma del marco.

—Sam…

—Dime —contesta ella. Continúa atendiendo a su pequeño sin abandonar la postura.

—Yo sé que todo esto es muy difícil para ti.

Los movimientos de Sam se detienen.

—Lo es —pronuncia ella, sin ocultar ante él los tonos apagados de su voz. No así, de inmediato continúa acomodando la frazada de su niño.

—Yo sólo quiero que sepas que estoy aquí para apoyarte en todo lo que necesites.

—Lo sé —pronuncia Sam. Gira hacia él y se preocupa por esbozar una tenue sonrisa frente a su rostro—…Gracias.

David tan sólo asiente con la cabeza y guardando un incómodo silencio, comienza a divagar sobre sus gestos, antes de darle de nuevo la espalda.

—Bueno, yo…te espero en la alcoba.

—¿David?

 —Si —contesta él deteniendo sus pasos.

—No tienes que preocuparte por nada.

David inclina el rostro y permanece sobre su postura.

—No sabía que tuviese que hacerlo.

—Todo seguirá igual entre nosotros.

—Lo sé —pronuncia él.

—Iré a arropar a Ben y estaré contigo en pocos minutos.

—Está bien.

Pero, Sam no ingresa al aposento de los señores O`, sino hasta después de la media noche. Sus ojos se muestran rojos e hinchados de tanto llorar. Mira a David en su profundo dormir; así que se despoja de su bata y dejándola al pie de la cama, deja salir un hondo suspiro mientras ocupa su lugar en el lecho, al lado de su esposo. Busca su consuelo reposando el rostro sobre el pecho de David y viéndose envuelta, allí mismo, por el calor de sus brazos, suspira una vez más y se dispone a dormir.

—Descansa, bebé —susurra mientras pone un par de besos sobre el tenue ritmo de aquellas respiraciones y se entrega, entonces, a su descanso.

 

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De este mismo modo pasan seis meses y luego seis más, en los que la vida de Sam transcurre de una manera, podría decirse…normal. Atiende a cabalidad sus funciones en el hogar y en el hospital. Y ocupa la totalidad de su tiempo en ser madre, esposa, doctora y una amante fiel que sería la envidia de cualquier otro que estuviese al tanto de lo que ocurre cada noche, cuando se cierra la puerta del dormitorio principal en casa de los Oliver.

David no podría mostrarse más satisfecho de la vida, de los bienes y todos los placeres con los que ésta lo ha beneficiado; aún trabaja duro en el Centro de Investigaciones y de ser necesario amanece en su estudio para procurar el sustento de su numerosa familia. Porque, aunque Samanta todavía lo acusa de ser un macho alfa y lo califica de ser un cavernario orgulloso, arrogante y prepotente, al no querer aceptar nunca su ayuda. Él se mantiene muy firme en sus determinaciones e incluso le ha anunciado a su suegro, que él mismo se hará cargo de sustentar la educación superior de su hija. Luego de que fueran éstos quienes, prácticamente, velaran por el bienestar de su princesa, desde el momento en el que Susan nació. Él como su padre, es lo menos que puede hacer por ella. Y les anunció esto a los señores Kendall negándose a recibir un “no” como respuesta.

—Yo no comprendo ese afán tuyo por querer mortificarme siempre así la vida, David —pronuncia Sam. Vienen de cenar de casa de sus padres y no han dejado de discutir desde que salieron de allá—. De verdad que no lo entiendo; ¿para qué importunas a mi padre con tus muchas necedades? Si tú ya sabes que yo tengo cubierta la educación universitaria de nuestros tres hijos con el dinero que me heredó mi abuela.

—Porque no es obligación de tu padre o de tu abuela…ES MI OBLIGACIÓN —le responde David, al tiempo que se punza el pecho con el dedo, en señal de auto condena.

La ayuda a ella a despojarse del abrigo y se quita el propio, colgándolos luego en el armario.

—¿Ah, si? ¿Y por qué solamente es “TÚ OBLIGACIÓN”? A ver, dímelo…Explícamelo, tal vez sólo así logre comprenderlo.

—¿Cómo que por qué es mi obligación? Pues, porque yo soy el padre de los niños, por eso. ¿Acaso necesitas de alguna otra explicación?

—¿Ah, si? Y, entonces, ¿quién soy yo? —Menciona ella cruzándose de brazos frente a él.

—¿Quién eres tú? —Le porfía David bajo un tonito guasón. Y no sólo eso, sino que deja salir sus burlas delante de ella—. Pues, tú eres la madre. ¿A qué estamos jugando, señora Oliver?

«Señora, Oliver»…Iushsss, se contraen los gestos en Sam. Todavía le rebota en los oídos que la llamen de esa forma, no logra acostumbrarse. Mucho menos cuando lo escucha salir de boca de David. Siendo ella un año mayor que él, siente que le está hablando a la madre.




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