Torbellino: Quizás en algún Sueño muy Lejano (volumen 4)

Capítulo 16

—Has estado muy callada esta mañana —pronuncia David e interponiendo su rostro ante ella, se une sin pedir permiso a sus labios—, ¿quieres más panqueques?

Sam termina de dar pequeños golpecitos con su tenedor sobre el plato vacío que tiene en frente; como si titubease por un segundo antes de decidirse a elevar la mirada hasta él y moviendo la cabeza, de un lado al otro, en un par de ocasiones, esboza una tenue sonrisa.

—No, gracias —le dice y vuelve la mirada de nuevo al plato vacío.

—Sabes, estaba pensando que hoy puedo salir del trabajo más temprano, si tú quieres. Podríamos llevar a los niños al parque por la tarde. Ya que tienes el día libre, lo pasaríamos en familia, ¿qué te parece?...¿Sam? —Pronuncia David. Mira cómo su esposa continúa con la mirada perdida sobre el plato.

—¿Ah? —Pronuncia ella.

—¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

—Si, ¿por qué?

—Porque te estoy hablando y no me respondes. Estás actuando muy extraño esta mañana.

—Lo siento, es que…mañana tengo que realizar un procedimiento lo bastante complicado y…bueno, mi cabeza al parecer está sobre eso.

—Pues no sé de qué te preocupas —le dice David besando su frente. Sonríe con el pecho inflado de orgullo y recoge su plato para llevarlo al fregadero—. Si tú eres una de las mejores especialistas en tu campo. Ese paciente debería estar bailando sobre una pierna, sabiendo que eres tú quien lo va intervenir.

—Gracias —pronuncia ella; mas no muestra ante él alegría, dicha o tristeza alguna por sus palabras, ni siquiera ira. Es tal y como si sus emociones anduviesen perdidas en el limbo y tan sólo alcanza a mirarle de frente sin saber que más decir.

—Entonces, ¿qué dices?

—¿De qué?

David se arrodilla frente a ella y se asegura de mirarla a los ojos; pone la mano sobre su frente y al notar que no hay temperatura, sonríe.

—De salir más temprano de mi trabajo y que llevemos a los niños al parque.

—Oh…claro —le dice Sam.

—Muy bien —responde él con satisfacción, se impulsa de nuevo hacia sus labios y la besa—. Estaré en casa poco después del medio día. Asegúrate de estar lista, tú y los niños; así aprovecharemos hasta el último minuto de la luz del día —Y comenzando a anudarse la corbata, se prepara para partir hacia su trabajo.

—¿Quieres que prepare algo de comer para llevar al parque?

—No, es tu día de reposo; no quiero que hagas nada. Ya suficiente tienes con cuidar a los niños. Yo pasaré comprando algo de camino.

—Está bien —le dice Sam y viendo como David se pone el saco a toda prisa y se inclina sobre ella para despedirse, le endereza el nudo de la corbata como siempre lo hace y le besa—. Adiós…Niños despídanse de papá.

—Adiós, papi —pronuncia Ben.

—“Oshhh, papi” —balbucea el pequeño Adrian con su tierna vocecita de bebé.

—Adiós, mis pequeños…los amo. Cuiden a mamá —pronuncia David, pone un beso sobre cada cabecita y se marcha.

Deja atrás a Sam; sentada aún sobre la silla, frente a la pequeña mesa redonda. Con la mirada puesta, de nuevo, sobre el vacío de sus pensamientos. Sus brazos yacen rendidos sobre su propio regazo, como si la voluntad la hubiese abandonado y tan sólo permanece allí, hasta que sus deberes de madre la obligan a reaccionar, pues se pone en pie, de inmediato, tan sólo para atender a sus hijos.

A media mañana y casi sin percatarse de lo que hace, sube a los niños al auto y cuando se da por enterada se encuentra en el cementerio; con Ben jugando alrededor de las tumbas vacías, mientras que ella, sentada sobre el césped y con la espalda pegada a la lápida que todavía lleva el nombre de Richard, sostiene a Adrian de la mano al tiempo que el pequeño brincotea imitando los movimientos de su hermano mayor.

—Ten cuidado, mi amor. No vayas a golpear a tu hermanito.

—Si, mami —responde el niño sin dejar de jugar—…¿Mami?

—Dime, mi cielo.

—¿Para quién son las flores que trajimos?

Sam lo piensa por un segundo antes de contestar.

—Para un angelito que ahora se encuentra en el cielo, mi vida.

—¿Por qué? ¿Dónde estaba antes?

—Aquí, en la Tierra.

—¡¿Hay ángeles en la Tierra?! —Pregunta el niño con asombro.

—Por supuesto que sí, mi amor. Tú y tu hermano son un par de ángeles, ¿acaso no lo sabías?

Ben se priva de sus movimientos juguetones, tan sólo para detenerse y analizar por un instante las palabras de su madre.

—Entonces, ¿las flores son para un niño?




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